El aire helado del bosque se llenó de un tenue crepitar cuando Ryuusei encendió el fuego con su habilidad Llamas del Ocaso. Las llamas negras danzaron sobre las ramas secas, proyectando sombras alargadas y distorsionadas en la nieve. Volkhov observó el fuego con una mezcla de asombro y cautela. No era un fuego normal. Algo en su movimiento, en la forma en que devoraba la madera sin perder su color oscuro, le revolvía el estómago.
Ryuusei suspiró, pasando una mano por su cabello aún húmedo tras la regeneración. Luego, se acomodó frente a Volkhov y lo miró fijamente.
—Primero que nada, Volkhov, mi nombre es Ryuusei Kisaragi y ella es mi discípula, Aiko Ishikawa. Somos de Japón.
Volkhov cruzó los brazos, su rostro seguía reflejando el desconcierto.
—¿Japón? ¿Y qué mierda hacen en Rusia?
—Buena pregunta —Ryuusei sonrió de lado—. Verás, sé ruso porque tengo un aparato que me permite entender y hablar idiomas. Aiko también lo tiene.
Aiko sacó un pequeño dispositivo del tamaño de un audífono de su oído y se lo mostró a Volkhov antes de volver a ponérselo.
—Tecnología avanzada. Nos permite entender cualquier idioma en tiempo real.
Volkhov chasqueó la lengua, todavía con el ceño fruncido.
—Tienen regeneración imposible, fuego negro y un traductor de ciencia ficción. Perfecto. ¿Qué más? ¿También pueden volar?
Ryuusei soltó una risa baja.
—No, pero me gustaría.
Volkhov bufó y desvió la mirada hacia el fuego.
—Y ahora, ¿qué? ¿Van a decirme que todo esto fue un malentendido?
Ryuusei negó con la cabeza.
—No, te voy a ser directo. Matamos a tus soldados. No vamos a pedir perdón por ello, pero tampoco fue algo personal.
Los ojos de Volkhov brillaron con furia contenida.
—Si no fue personal, entonces, ¿qué fue?
—Supervivencia —intervino Aiko, con voz firme—. Nos cazaban. Si no los matábamos, ellos nos mataban a nosotros.
Volkhov apretó los dientes, su puño se tensó.
—Eso no cambia el hecho de que los conocía. Eran mis hombres.
Ryuusei asintió lentamente.
—Lo sé. Y no espero que lo olvides. Pero te tengo una propuesta.
Volkhov alzó una ceja, expectante.
—Dime una sola razón por la que no debería volarte la cabeza ahora mismo.
Ryuusei inclinó la cabeza levemente, con una sonrisa fría.
—Porque lo que te voy a ofrecer es más grande que tu venganza. Algo que va más allá de Rusia, más allá del Kremlin… algo que podría cambiarlo todo.
El fuego negro seguía ardiendo entre ellos, proyectando sombras inquietantes en sus rostros.
Volkhov lo miró fijamente, en silencio, esperando las siguientes palabras.
Ryuusei tomó aire.
—Quiero que te unas a nosotros.
Volkhov entrecerró los ojos, su mente tratando de procesar lo que acababa de escuchar. No tenía sentido. No podía tenerlo. Y sin embargo, la forma en que Ryuusei hablaba, con esa seguridad absoluta, hacía que dudara de su propia lógica.
—Habla —gruñó, aún escéptico.
Ryuusei lanzó otra rama al fuego negro.
—Para empezar, Volkhov, debes entender que Aiko y yo no somos humanos. O, al menos, no completamente.
El soldado ruso cruzó los brazos con una expresión dura.
—Eso suena como una mierda sacada de un mal cómic.
Ryuusei rió levemente.
—Sí, lo sé. Pero es la verdad. Murimos hace tres años.
El ceño de Volkhov se frunció de inmediato.
—No me jodas.
—Es cierto —intervino Aiko, su voz seria—. Morimos en un terremoto. Fue repentino, no tuvimos tiempo de reaccionar.
Volkhov los miró con desconfianza.
—¿Y cómo mierda están aquí hablando conmigo si murieron?
—Lo siguiente que supimos es que estábamos en el Limbo. No era el infierno, pero tampoco el cielo. Estábamos en un lugar donde la Muerte nos puso a prueba.
Volkhov dejó escapar una risa seca.
—¿La Muerte? ¿Me estás diciendo que hablaste con la Muerte en persona?
—Sí. Y no solo eso. Pasamos pruebas brutales, pruebas que nos hicieron dudar de nuestra propia existencia. Al final, la Muerte nos transformó en algo más: Heraldos Bastardos.
Volkhov los miró en silencio por varios segundos. Todo sonaba como una historia de locos, y sin embargo… Había algo en la forma en que Ryuusei hablaba, algo en su tono, que lo hacía dudar.
—Sigue hablando.
Ryuusei asintió.
—Después de eso, pasamos tres años cumpliendo misiones. Hicimos cosas de las que no estamos orgullosos. Eliminamos personas, destruimos objetivos, hicimos todo sin cuestionar. Hasta que las cosas cambiaron.
—¿Cómo?
Ryuusei bajó la mirada.
—Maté a mi propio equipo.
Volkhov sintió un escalofrío en la espalda.
—¿Por qué?
Ryuusei no respondió de inmediato. Cuando lo hizo, su voz fue más baja.
—Porque era necesario.
Aiko apretó los puños, sin agregar nada.
—No solo eso —continuó Ryuusei—. También… torturé a alguien.
Volkhov sintió una punzada de incomodidad. No era ajeno a la violencia, pero había algo en la forma en que lo decía que le revolvía el estómago.
—Esa persona sigue viva. Y ahora quiere matarme.
El ruso exhaló lentamente, masajeando su sien.
—Joder, chico…
—Y hay más —Ryuusei ignoró su reacción—. También le robé algo a la Muerte.
Volkhov parpadeó.
—¿Cómo carajo le robaste algo a la Muerte?
—Digamos que encontré algo que no debía y me lo llevé.
El ruso lo miró fijamente, tratando de encontrar señales de mentira. Pero Ryuusei no vacilaba.
—Después de eso, las cosas se salieron de control. Nos enfrentamos a los héroes más fuertes de Japón: Aurion y Arcángel.
Volkhov dejó escapar un silbido bajo.
—Joder… esos tipos son leyendas.
—Sí. Y nos hicieron mierda.
Aiko tragó saliva, recordando el dolor insoportable de aquella batalla.
—A mí me partieron por la mitad —continuó Ryuusei—. A Aiko casi le arrancan el corazón.
Volkhov sintió que su cuerpo se tensaba.
—¿Y cómo siguen vivos?
—Escapamos. Apenas. Antes de irnos, me despedí de la Muerte una última vez.
Volkhov alzó una ceja.
—¿Le dijiste adiós y ya?
Ryuusei sonrió con nostalgia.
—Le puse un apodo que le gustó. Lara.
Volkhov se quedó en silencio por unos segundos… y luego soltó una carcajada incrédula.
—¿Le pusiste un apodo a la Muerte?
—Sí. Y le gustó.
El ruso negó con la cabeza, frotando su rostro con ambas manos.
—Dios… esto es una locura.
—Lo sé —dijo Ryuusei—. Y ahora, después de todo eso, me encuentro contigo, uno de los mejores soldados fugitivos de Rusia, Sergei Volkhov.
Volkhov miró las llamas negras arder en silencio.
—Dios… —repitió—. No sé si creerles o si estoy jodidamente loco.
—Lo entiendo —dijo Aiko—. Pero es la verdad.
El ruso cerró los ojos, soltando un largo suspiro.
—Entonces dime, Kisaragi… ¿qué quieres de mí?
Ryuusei lo miró fijamente.
—Que tomes una decisión.
El fuego crepitaba. Volkhov no estaba seguro de en qué se había metido, pero algo dentro de él le decía que ya no había vuelta atrás.