Bree era un pequeño pero concurrido poblado, con sus virtudes y desgracias propias. Al ingresar, Miquella y sus seguidores no dejaron de observar discretamente en todas direcciones, tanto por precaución ante cualquier eventualidad como por admiración hacia el lugar.
Vagaron por las calles buscando un sitio donde hospedarse, hasta que, finalmente, encontraron la posada The Prancing Pony. Miquella, con un destello de entusiasmo en sus ojos, la señaló. No estaba del todo seguro si era el lugar que pensaba, pero no veía problema en arriesgarse.
El grupo se detuvo frente a la posada. De entre ellos, cuatro personas ingresaron primero: Miquella, escoltado de cerca por Leda, Ansbach y Moore. Era temprano todavía, por lo que el lugar no estaba abarrotado, aunque había suficientes clientes para que su peculiar grupo atrajera algunas miradas curiosas. Como era de esperarse, el que más atención les prestó fue el posadero, que debía atenderlos.
Se acercaron a la barra, Miquella al frente y sus guardianes flanqueándolo, alerta pero sin mostrarse hostiles. El joven ex-semidiós habló con educación:
"Hola, buen hombre. Quisiera saber si podríamos hospedarnos en su establecimiento y cuánto costaría quedarnos dos semanas, para ocho personas"
Su voz, aunque intentaba sonar madura, no podía ocultar del todo la juventud de su cuerpo.
"No hay problema, hombrecito" respondió el posadero con una sonrisa amable, inclinándose un poco sobre la barra para observar mejor al pequeño líder. "Por dos semanas, puedo ofrecerles dos habitaciones por quince monedas de plata."
Miquella sonrió ante el término hombrecito. Al menos no lo habían llamado niño, lo cual era una pequeña victoria. Aún lidiaba con el hecho —o quizá la temida certeza— de que su cuerpo jamás cambiaría. Tenía sus ventajas y desventajas, claro, pero en ese momento sintió algo de la dignidad y adultez de su vida pasada regresar a él a través de aquella conversación, y eso fue un alivio.
"Bien, parece justo" respondió, aunque en realidad no tenía mucha idea de si lo era o no. Aun así, quería encargarse él mismo de esta primera transacción; luego dejaría esas tareas a quienes realmente supieran lo que hacían. "Moore, paga a nuestro anfitrión."
Moore avanzó, extrayendo las monedas necesarias de la bolsa de viaje. Como responsable de las finanzas del grupo, él era quien custodiaba la mayoría de sus riquezas.
El posadero aceptó el pago con satisfacción, y así, por fin, el grupo aseguró un lugar donde descansar bajo techo. Llevaron lo esencial a las habitaciones, dejando la carreta afuera bien vigilada. Luego, se dividieron en pequeños grupos.
Entre las pertenencias acumuladas durante el viaje —ya fueran objetos que Miquella había invocado o artículos obtenidos en el camino— había varias cosas que no planeaban conservar. Así que, organizados de a pares, cada grupo se llevó una categoría de bienes: pieles, joyas, armas, utensilios, etc... y salieron en busca de lugares donde venderlos o intercambiarlos.
...
Ya había caído la noche cuando el grupo se reunió nuevamente en la posada, disfrutando de una cena abundante. Durante las ventas, también aprovecharon para explorar un poco el pueblo, y ahora intercambiaban la información que habían recolectado.
Miquella, mientras saboreaba la comida servida en la posada —acompañándola con algunos pasteles que no pudo resistirse a comprar—, escuchaba atentamente los informes de sus compañeros y sus pequeñas discusiones. Aunque no hubo mucho que contar —el tiempo había sido breve—, surgieron interesantes observaciones sobre este nuevo lugar.
Después de la cena, no tardaron en retirarse a descansar.
El grupo se dividió en dos habitaciones. Miquella compartía la suya con Leda. Esta última no podía evitar sentirse nerviosa mientras se quitaba la armadura bajo la atenta —y completamente inocente— mirada de su joven señor. Miquella, como ya era costumbre, esperaba con tranquilidad. Aunque tenía su propia cama, se había acostumbrado a dormir abrazado a alguien desde sus noches a la intemperie, buscando calor y seguridad.
Ahora, sin el constante peligro de la intemperie, la cercanía se hacía aún más evidente.
Miquella, sin ningún pudor, se acomodó rápidamente contra Leda, apoyando su cabeza en sus pechos, y se quedó profundamente dormido en cuestión de minutos, arrullado por la calidez y comodidad que encontraba en ella. Leda, en cambio, pasó la noche en vela, incapaz de conciliar el sueño. No era la primera vez que le ocurría, pero el sentir cómo Miquella, inconscientemente, se acurrucaba como un gatito contra ella hacía la situación aún más difícil de sobrellevar.
A pesar de estar en un lugar relativamente seguro, no bajaban completamente la guardia. Como costumbre establecida, en cada habitación había siempre alguien haciendo guardia por turnos, y así seguiría siendo mientras permanecieran allí. Nunca permitirían que el peligro se acercara a su señor, no mientras ellos pudieran evitarlo.
...
Pasaron algunos días en Bree. Miquella y sus seguidores se asentaron plácidamente, disfrutando al fin de un buen descanso tras su largo viaje.Aunque no fue un descanso completo, claro está: al encontrarse en un punto de paso tan concurrido, resultaba mucho más sencillo obtener información, y Miquella decidió aprovecharlo para resolver algunas de sus muchas dudas sobre este mundo.
Así que, durante este tiempo, era habitual ver a alguno de sus peculiares guerreros deambulando por la ciudad, haciendo preguntas aquí y allá. También era común ver al joven niño rubio, cargando una pequeña muñeca azulina entre sus brazos, paseando y maravillándose con todo lo que encontraba.
Finalmente, al llegar el último día de su primera semana en Bree, todo el grupo se encontraba reunido en la posada. Estaban sentados alrededor de una gran mesa en un rincón, mientras la noche se animaba a su alrededor.Unos músicos ambulantes habían llegado y tocaban melodías alegres para quien quisiera arrojarles unas monedas, llenando el ambiente de una vitalidad cálida y contagiosa.
El grupo de Miquella había decidido tomarse un día de completo descanso y relajación. La comida y la bebida estaban ya en camino.Aunque ninguno parecía estar del todo acostumbrado a un ambiente tan pacífico y bullicioso, después de todo lo que habían vivido, lograron integrarse a medias al murmullo y la música de la noche, permitiéndose disfrutar de ese pequeño respiro.
"¿Pasa algo, mi señor?" preguntó Leda, sentada a su lado, al notar su expresión ensimismada.
"No... nada" respondió Miquella, apretando con fuerza contra su pecho la pequeña muñeca azul que llevaba siempre consigo.
Estaba atrapado en sus pensamientos, repasando todo lo que habían aprendido durante esa semana.Las respuestas que había obtenido no eran tan alentadoras como esperaba, y, además, esos sueños persistentes y la inquietante sensación de que algo —en algún lugar lejano— requería su preocupación, lo mantenían intranquilo.
Abrazó aún más fuerte a la pequeña Ranni en sus brazos, como buscando consuelo.
Había pensado que traer a Ranni sería más sencillo, al no tener ella un cuerpo físico, y gastó toda la energía que había logrado reunir, con la esperanza de, al menos, traer a una de sus hermanas para hacerle compañía. Pero fue ingenuo. Incluso sin un cuerpo empíreo, la energía acumulada no fue suficiente.
En cambio, lo único que logró materializar fue una réplica en miniatura del cuerpo de muñeca de Ranni.No era lo que había deseado… pero al menos era algo.
Desde entonces, no se había separado de ella.Usaba la pequeña figura como un consuelo, un calmante para el estrés.
No era que disfrutara de jugar con muñecas, en realidad; pero quizás el hecho de que fuera una copia tan perfecta de su hermana lograba relajar su alma. Tampoco le importaba lo infantil que pudiera parecer: abrazarla, hablarle en susurros, compartir sus pensamientos más profundos —y a veces, simplemente sus desvaríos cotidianos— se había vuelto una costumbre.Quizás, en el fondo, todo aquello aliviaba un poco su soledad.
No era que no apreciara la compañía de sus fieles seguidores, que eran más que camaradas; pero el vacío que dejaba la ausencia de su familia era un dolor que no podía llenar.
Pensar en sus hermanos... en su hogar... dolía. Los sueños sobre ellos eran cada vez más frecuentes, cada vez más reales... Hasta que aquella pequeña muñeca llegó a sus manos.
Miquella salió de sus pensamientos cuando llegaron la comida y las grandes jarras de cerveza. La angustia se disipó temporalmente mientras contemplaba la abundante cena frente a él. Habían decidido gastar un poco más ese día, permitiéndose unos cuantos lujos para celebrar el breve descanso y la fugaz sensación de libertad.
Sus seguidores no estaban tan entusiasmados como él respecto a todo aquello. Seguían en un mundo desconocido y aún discutían sobre los descubrimientos recientes y los posibles planes a futuro, todos tan concentrados que no notaron cómo el joven Miquella, lentamente, acercaba su mano a una de las jarras de cerveza.
La verdad, en su vida pasada en la Tierra, Miquella nunca había sido muy amante del alcohol. Quizás era más por falta de fondos que por verdadera aversión.Pero aquí y ahora —ignorando convenientemente que había vuelto a ser un niño— quiso al menos probar lo que esta maravillosa y maldita bebida podía ofrecer.
Así que, aprovechando que nadie lo miraba, se apropió de la pinta de cerveza que originalmente pertenecía a Leda y le dio un gran trago que acabó con más del 30% del contenido de una sola vez...
...
...
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Leda y los demás apenas notaron cuando Miquella desapareció de su asiento. Tampoco vieron cómo, tambaleándose ligeramente pero moviéndose con sorprendente rapidez, se acercó a los músicos, les entregó unas monedas mientras les explicaba algo, y comenzó a moverse por toda la posada.
Bueno, considerando la velocidad y lo inesperado de todo, era normal que tardaran en percatarse.Aun así, Leda pudo darse cuenta bastante rapido de que su amado señor había desaparecido.
"Por lo que parece, los muertos vivientes son un fenómeno relativamente nuevo aqui" explicaba Ansbach, sacando un pañuelo blanco que cubría algo, a punto de revelar su hallazgo. "Se estima que uno de cada cien cadáveres podría alzarse. Eso fue lo que nos dijo el sepulturero. No sabe bien cuándo empezó... Este tampoco fue el primer lugar donde se avistaron, pero..."
"¡Esperen!" interrumpió Leda, alarmada. "¿Dónde está Miquella?"
Todos se miraron entre sí y luego a su alrededor, levantándose apresuradamente de sus asientos.Fue entonces cuando notaron que la música había cambiado.Para cuando lograron localizar la brillante melena rubia de su señor, la situación ya había escalado más allá de cualquier posible control:todos en la posada —o al menos la mayoría— miraban hacia el mismo punto, donde el hermoso niño ya había empezado a cantar y bailar de manera desenfrenada y descoordinada.
"I like big butts and I cannot lieYou other brothers can't denyThat when a girl walks in with an itty bitty waistAnd a round thing in your faceYou get sprung, want to pull up tough'Cause you noticed that butt was stuffedDeep in the jeans she's wearingI'm hooked and I can't stop staring..."(Sir Mix-a-Lot – Baby Got Back)
Miquella parecía completamente desatado. Aunque su voz infantil y el pobre acompañamiento musical no hacían justicia a la canción, su entusiasmo, movimientos exagerados y la pura energía que transmitía lograban capturar el verdadero espíritu de la melodía.
Toda la posada quedó atónita ante semejante espectáculo. Algunos, los más ebrios, rompieron en silbidos y vítores, aplaudiendo la actuación improvisada.
Mientras tanto, Leda y los demás seguían paralizados, incapaces de reaccionar de inmediato ante lo que veían: su señor... ¡entonando semejante letra vulgar con tanta seguridad y desenvoltura! Y como si fuera poco, al ver cómo Miquella comenzaba a mover su pequeño trasero, ejecutando un torpe pero inesperadamente sensual twerking contra una de las columnas, casi cayéndose de cara al suelo, finalmente lograron reaccionar.
Sin perder más tiempo, todos corrieron a atraparlo.Pero Miquella, al verlos, intentó escapar tambaleándose, todavía moviendo su trasero al ritmo de la música mientras seguía cantando a gritos.No llegó muy lejos: pronto fue sujetado y arrastrado de vuelta, acompañado por los abucheos de los demás clientes que lamentaban el abrupto fin de tan peculiar entretenimiento.
Fue precisamente porque Miquella se resistía vehementemente a ser llevado de regreso a su habitación que el grupo no tuvo más remedio que arrastrarlo de nuevo hasta su mesa en vez de marcharse directamente.
"Mi señor..." preguntó Leda, sujetando a Miquella, que seguía desvariando.
La cabeza del joven se mecía de un lado a otro, con la mirada perdida pero, de algún modo, aún consciente. Leda y los demás lo observaban con creciente preocupación, hasta que Hornsent señaló discretamente la pinta de cerveza más cercana, aquella a la que Miquella intentaba alcanzar con torpeza. Fue entonces que todos comprendieron... y, al mismo tiempo, se confundieron aún más.
"Mi señor está borracho..."susurró Leda, en voz baja. ("My lord, you're drunk.")
"¡Sé que soy muy macho!" respondió Miquella, con una voz arrastrada y soñadora. ("I know I'm very hunk!")
"Mi señor..." insistió Leda, desesperada por que él entrara en razón y aceptara ser llevado a descansar. Era difícil, chocante incluso, ver a su inalcanzable y perfecto señor en semejante estado, más aún después de lo que acababan de presenciar.
"Cállate... Lida... quiero cerveza..." murmuró Miquella, aún estirando sus manos hacia la pinta, aunque pronto se rindió, derrotado por la fuerza de Leda y su propia falta de coordinación. "Hmm... déjame beber, Meda... jejeje... Meda..." rió, para luego romper en un sollozo lastimero. "Lo necesito... es horrible..."
"¿Qué le pasa, mi señor?" preguntó Leda, alarmada por el repentino cambio emocional.
"Es una mierda..." lloró Miquella con la furia infantil de un niño frustrado. "El Señor Oscuro, Sauraman, aún no murió... y va a ser un dolor en el trasero..."
"Nos encargaremos de él, mi señor. No tiene que preocuparse..." intentó consolarlo Leda, acariciándole la espalda.
"No, no se puede... no tan fácil... va a ser difícil..." pataleó débilmente, murmurando entre dientes. "Ya lo tenía todo planeado... dinero, casa de campo, tierras... riqueza y paz..." levantó entonces la mirada hacia Leda, sujetándole el rostro con manos temblorosas. "Incluso, al principio, pensé en tomarte como esposa, mi dulce Ledia... tener una familia juntos..."
Miquella la miró con un cariño triste que hizo que la caballera empezara a teñirse de rojo. Pero cuando pronunció la palabra "familia", su propia expresión se quebró de nuevo.
"Familia... la extraño... estoy solo..." susurró con una tristeza aplastante. "Aunque están ustedes... pero no alcanza... necesito a mi familia... sangre de mi sangre..."
Miquella entonces cambió de actitud de manera abrupta. Se sentó torpemente sobre las piernas de Leda, rodeándole el cuello con los brazos y clavándole una mirada traviesa y seductora.
"Tú aún puedes darme lo que quiero, mi leal caballera..." susurró en tono medio suplicante, medio autoritario. "Dame una familia... vamos, tómame, embarázame, ¡hazme una familia nueva!" —exclamó eufórico, moviendo las caderas contra ella de forma torpe y descoordinada. Luego, como si corrigiera su propio disparate, negó vigorosamente con la cabeza: "¡No, no! ¡Inverso! ¡Al revés! Yo... ¡yo te embarazo a ti! Sí... así..."
Completamente perdido en su embriaguez, Miquella se abalanzó de nuevo sobre ella, abrazándola y apoyando su rostro en el cuello de Leda, donde le dio una lamida inesperada y torpe. Poco después, quizás por el calor y la comodidad de estar en sus brazos, finalmente cayó dormido contra su hombro, sin poder decir ni una palabra más.
La mesa quedó en un silencio sepulcral.
Dane fue el primero en romperlo:
"Eso... fue extraño..." dijo, recibiendo el asentimiento unánime de los demás.
Todos miraban a Leda, quien seguía rígida como una estatua, con un rubor peligrosamente rojo en su rostro mientras sostenía al dormido Miquella en brazos.
"¿Leda, crees que...?" empezó a preguntar Ansbach, pero no alcanzó a terminar.
*TUC.*
De repente, Leda, que seguía erguida como un poste, se desplomó sobre la mesa, inconsciente, con un fino hilo de sangre brotando de su nariz. Miquella, todavía en sus brazos, se golpeó ligeramente también contra la madera, aunque no pareció sentirlo.
Hubo un nuevo momento de absoluto silencio.
Sin decir palabra, varios de los presentes apartaron instintivamente sus pintas de cerveza lo más lejos posible, como si se tratara de veneno mortal. Luego, sin perder más tiempo, recogieron a Leda y a Miquella y los llevaron con cuidado hacia sus habitaciones.
...
Miquella se despertó muy tarde al día siguiente.
Con dos dolores de cabeza peleándose en su cráneo y recuerdos que rogaba fueran solo un mal sueño, no tenía intención alguna de levantarse... pero, por lo que escuchaba al otro lado de la puerta, no le quedaba otra opción: debía levantarse antes de que ocurriera una masacre.
"Recuerdo a cada uno de ellos, todos los presentes." gruñía Leda con la furia de un jabalí salvaje. "Tenemos que encontrarlos y acabar con cada uno antes de que escapen. ¡Solo así nuestro señor permanecerá puro! ¡Nadie que haya visto lo de ayer debe quedar con vida!"
Miquella soltó un gemido ahogado en su cama. No había sido un sueño. Tendría que actuar rápido antes de que Leda hiciera algo irreparable.
¿Cómo era posible que media pinta de cerveza lo hubiera derribado así? No tenía sentido. Aunque hubiese perdido parte de su "invulnerabilidad" al volverse un "niño normal", aquello era absurdo.
Mientras intentaba despejarse, otra preocupación comenzaba a asomar en su mente: había tenido un sueño. Un sueño importante. Lo sabía con todo su ser.
Pero, por más que se esforzaba, no lograba recordar por qué...