[Punto de vista: Tercera Persona.]
El hospital lucía tranquilo aquella mañana. Las luces tenues de los pasillos apenas rompían la calma, como si todo el edificio hubiese decidido tomarse un respiro. Afuera, el sol se filtraba entre las cortinas como una caricia, ajeno al bullicio que empezaba a armarse en el vestíbulo.
—¡Por favor, mantengan el orden! Esta es una institución médica —exclamó Iida con su usual rectitud, empuñando una bolsa llena de manzanas verdes, flores artificiales y globos que decían "¡Mejórate pronto!" con un entusiasmo casi ofensivo.
A su alrededor, la clase 1-A había llegado en masa: Uraraka con un ramo de flores desordenado que parecía haber sido arrancado del jardín de una casa, Sero con globos inflados con helio que amenazaban con arrancarle el brazo, Jirou tratando de mantener su dignidad entre tanta cursilería, y Bakugo... bueno, Bakugo tenía los brazos cruzados, bufando como si el aire le molestara.
La recepcionista, algo cansada de la escena, suspiró antes de asentir.
—Habitación 316. Aún está en coma, pero pueden entrar si son breves.
Una pequeña ola de decepción recorrió al grupo. Algunos bajaron la cabeza. Otros apretaron las flores con más fuerza. Iida se recompuso, inflando el pecho como un general en medio del desánimo.
—¡Muy bien! ¡Este es un momento para demostrar nuestro apoyo! ¡Elevaremos el espíritu del presidente de clase! ¡Todos al ascensor!
El ascensor fue un mar de cuerpos apretados y globos estorbando la vista, pero nadie se quejó. El silencio dentro solo fue roto por la respiración nerviosa de Kaminari —que había traído una revista "muy cultural"—, y el leve pitido del ascensor que subía piso tras piso.
Finalmente, el grupo se detuvo frente a la puerta de la habitación 316. El ambiente se volvió más denso, más solemne. Iida levantó la mano, como si fuera a dictar una orden.
—Antes de entrar... debemos estar preparados. Es probable que verlo nos cause impresión. No debemos perturbar su descanso, ni...
Clac.
La puerta se abrió.
—¡Todoroki! —exclamó Iida, desconcertado—. ¡Eso fue increíblemente descortés! Puede que—
Pero Todoroki no dijo nada. Se quedó congelada a mitad de la entrada, como si una ola invisible la hubiese golpeado en seco. Los demás empezaron a asomarse, uno por uno, algunos con cautela, otros por puro morbo.
Y entonces, lo vieron.
El héroe en formación, Hades... estaba completamente desnudo, en medio de una sesión de baño de esponja. Su cuerpo, aunque cubierto de cicatrices recientes y vendajes, estaba al descubierto, brillante por el agua tibia y la espuma. La enfermera, que apenas alcanzó a girarse, dejó escapar un gritito ahogado.
Un instante de silencio absoluto se instaló, el tipo de silencio que precede a una tragedia o a una carcajada.
—¡Malditos pervertidos! —vociferó Bakugo, al tiempo que se giraba bruscamente, dándole una patada a la puerta—. ¡Qué carajos hacen mirando!
—¡Yo no quiero mirar! ¡Pero no puedo dejar de mirar! —gritó Kaminari, tapándose la cara, pero con los dedos separados.
—¡Esto no estaba en el protocolo! —gimió Iida, cubriéndose los ojos con el brazo como si intentara evitar el castigo divino.
Las chicas, por su parte, se congelaron como estatuas. Uraraka tenía las mejillas rojas como tomates maduros. Jirou dejó caer su auricular del susto, mientras Momo simplemente murmuró algo que sonó vagamente como "anatómicamente correcto".
La enfermera, con una habilidad digna de reconocimiento, lanzó una sábana como si fuera un proyectil quirúrgico, cubriendo con precisión las partes más comprometedoras.
—¡Todos fuera! —rugió con una fuerza que hizo retroceder a los chicos como pollos en estampida.
Todoroki seguía sin moverse. No era hielo lo que la mantenía quieta, sino pura conmoción. Sus ojos, tan entrenados para el combate, parecían haberse enfrentado a su mayor adversario: la desnudez inesperada.
Iida tuvo que intervenir, jalando su brazo para que saliera de la habitación.
....
Ya en el pasillo, mientras todos recuperaban el aliento, un acuerdo tácito se estableció.
—Esperaremos... —comenzó Iida, ajustándose los lentes con rigidez—, hasta que la enfermera nos autorice a entrar apropiadamente.
—Eso fue... —murmuró Mina, con un rubor aún en las mejillas—, impactante.
—Tiene buen físico. Kero —agregó Tsuyu, sin rodeos.
—¡No comenten eso! —gritaron en coro tres voces distintas, mientras el pasillo se llenaba de risas, murmullos y miradas esquivas.
Con el tiempo, lograron recomponerse del impacto visual que acababan de recibir, el pasillo del hospital se convirtió en una especie de sala de espera improvisada. Algunos se sentaron contra la pared, otros simplemente permanecieron de pie, todavía procesando lo ocurrido. Los globos, antes símbolo de esperanza, ahora flotaban con un aire de vergüenza compartida.
Jirou, con los brazos cruzados y los audífonos colgando de su cuello, fue la primera en romper el silencio.
—Sigue en coma. No ha despertado todavía —dijo, con su tono siempre plano, casi desinteresado.
Varias cabezas se giraron hacia ella de inmediato, como si hubiera dicho algo particularmente escandaloso.
—¿Qué? —preguntó Kaminari con una ceja levantada—. ¿Cómo sabes eso?
Jirou suspiró.
—Por favor. Si estuviera despierto, esto ya sería un infierno. Ya habría golpeado a alguien con una almohada o estaría lanzando amenazas pasivo-agresivas. Estaría... hablando. Y no solo con palabras.
Una pausa tensa se instaló, mientras las palabras flotaban.
Pero, en medio de todo el silencio, Mina soltó una risita nerviosa, pero sus ojos no sonreían. Los tenía bajos, clavados en el suelo como si buscara algo entre las baldosas.
—Sí... —murmuró, apenas audible—. Él no sabe quedarse en silencio.
Momo, sentada en uno de los bancos del pasillo, asintió con un gesto suave, la espalda recta como siempre, pero el rostro más cansado que de costumbre. Ella, Tsuyu, Mina y Todoroki habían estado allí el día de la cirugía. Las cuatro habían esperado, sin dormir, afuera del quirófano. Cada sonido de la puerta, cada paso de enfermera, les apretaba el estómago. Y ahora, ver a Hades allí, inmóvil, vulnerable y expuesto, solo reavivaba esas horas interminables de angustia.
Ochako, que estaba abrazada al pecho de Akemi como si su corazón hubiera perdido el eje, trató de despegarse, pero sus mejillas seguían encendidas como faroles.
Akemi, sin decir nada, la retuvo con firmeza y ternura. Ella sabía que a veces, ver algo inesperado —como un cuerpo sin heridas, pero con cicatrices recientes tan visibles— podía ser más perturbador que cualquier batalla.
—No veas, Ochako-chan —dijo Akemi, bajando la voz, casi ronroneando—. Tus ojos son muy puros para este mundo tan sucio.
Bakugo bufó cerca, girando la cabeza con fastidio.
—¡Tú también te sonrojaste, maldita! ¿Por qué le tapas la vista si tú lo viste completo?
—Y por eso... —respondió Akemi con una media sonrisa—. Tú vas a ayudarnos.
Sin darle tiempo a escapar, lo tomó del brazo y lo atrajo hacia ella. Antes de que pudiera gruñir, le tomó la mano con suavidad inusitada y la guió hacia la cabeza de Ochako, obligándolo a frotarla con torpeza.
—¿Qué demonios estas haciendo...? —murmuró Bakugo, mirando a otro lado mientras sus dedos seguían el movimiento.
—Terapia de contacto Kacchan. Científicamente probada por mí. —Akemi soltó una risa ligera, más para sí misma que para los demás.
El gesto, aunque absurdo, alivió la tensión. Incluso Ochako dejó escapar un pequeño suspiro entre sus labios, cerrando los ojos un instante, como si ese roce simple fuera suficiente para estabilizarla.
Mientras tanto, del otro lado, la conversación había girado hacia un territorio inevitable.
—Yo... —empezó a decir Sero, levantando una mano con cierta timidez—. Escuché a Momo decir algo como "anatómicamente correcto".
—¡Lo dije en un contexto médico! —aclaró Momo, aunque el rubor la traicionó en segundos—. Estaba... intentando analizar la simetría de su cicatriz. Y su cuerpo. Y... y... no importa.
—Sí claro, "análisis médico" —rió Kaminari—. Estuviste escaneándolo con los ojos como si fueras una fotocopiadora.
—Tsu, tú también lo miraste mucho rato —acusó Mina, más por arrastrar a alguien al lodo que por malicia.
La chica rana parpadeó con lentitud.
—Tiene buen físico —dijo, sin pestañear, con la misma serenidad con la que comentaría el clima.
Eso desató otra ronda de carcajadas, risas nerviosas y algún que otro codazo. Pero en medio de la broma, Mina dejó de reír.
Se quedó en silencio, apretando los puños en su falda, con los ojos húmedos.
—Yo... debí haber ayudado. En la USJ. En vez de quedarme atrapada como idiota —murmuró.
Todoroki, que hasta ese momento había estado callada, acercó una mano a su hombro. No dijo nada. Solo le ofreció su tacto, y Mina pareció respirar mejor. Un poco.
—Él eligió pelear. Elegir salvarnos. No te culpes por no poder con todo —añadió Iida, con voz baja pero firme.
Jirou miró hacia la puerta cerrada del cuarto 316.
—Si estuviera despierto, ya les habría gritado por ser tan melodramáticos. Y luego les habría dicho algo sobre que un rey bla bla bla...
Esa última línea rompió la tensión por completo. Todos se rieron, incluso Mina, que limpió sus ojos con disimulo.
Mientras todos soltaban carcajadas, disimuladas o abiertas, el ambiente comenzaba a relajarse. Incluso la tensión en Iida se aflojó un poco, aunque aún lanzaba miradas nerviosas hacia la puerta de la habitación.
Akemi, por su lado, estaba fuera del foco principal de la conversación y estaba ocupada acariciando el cabello de Ochako con ternura mientras murmuraba a Bakugo:
—Gracias por ayudarme a salvar a esta damita en peligro.
—Tsk... hazlo tú sola la próxima vez —bufó él, aunque sus dedos seguían peinando con torpeza.
....
—Y bueno... ¿qué creen que va a pedir de comer cuando despierte? —preguntó Kaminari, rompiendo el nuevo silencio que se había instalado luego de las risas.
—Curry —respondió Bakugo sin pensar dos veces, mientras intentaba zafarse del abrazo grupal que Ochako y Akemi no dejaban romper. Ambas seguían colgando de él como dos gatos tercos y radiantes.
—¿Curry? —repitió Kaminari con una ceja levantada—. ¿No es muy... común?
—¡Es práctico! Y picante —gruñó, encendiendo aún más cuando Akemi soltó una risa por lo bajo—. ¡Y déjenme en paz de una vez! ¡Me tienen como almohada de carga emocional!
—Pero eres cómodo, Kacchan —dijo Akemi con una sonrisa ladina, sin aflojar el abrazo.
—¡Dilo más fuerte y te lanzo por la ventana!
—Ay, Katsuki, tan romántico como siempre... —murmuró Ochako por lo bajo.
—Yo digo ramen —agregó Sero desde el otro extremo del pasillo—. El tipo tiene cara de disfrutar caldos hirviendo mientras mira por la ventana, tipo película vieja.
—Nah, va a pedir barbacoa —intervino Kirishima, cruzando los brazos con decisión—. ¡Un hombre que sobrevive una cirugía así necesita proteína! ¡Carne, y de la buena! Termino medio, jugosa, chorreando sabor.
—¿Y si pide algo ligero? —preguntó Tsuyu, ladeando la cabeza—. Tal vez una sopa de arroz... Kero.
Mina, que hasta ese momento había estado callada, levantó el rostro.
—No... —dijo de pronto, con una voz más grave de lo habitual, bajando las cejas y endureciendo la mandíbula—. Él pedirá... una comida digna de los dioses.
La frase, dicha con un tono que claramente intentaba imitar la seriedad de Hades, cayó como una bomba de comedia. Mina incluso alzó una mano en el aire, como si invocara un rayo celestial.
Kaminari se dobló de la risa.
—¡Eso fue demasiado bueno! ¡"Comida digna de los dioses"! ¿Desde cuándo hablas como si fueras él?
—Desde ahora, plebeyos —respondió, sin romper el personaje, aunque una sonrisa le temblaba en las comisuras—. ¡Traedme néctar y ambrosía! O en su defecto... una hamburguesa.
—Una hamburguesa... —repitió Momo con suavidad, acomodándose el cabello tras la oreja—. Sí... él las llama "sándwiches grandes de carne". Recuerdo que lo dijo con una expresión tan seria, como si fuera un plato gourmet.
—Y luego la perdió —añadió Hagakure, que se sumó desde el fondo—. ¡Debieron ver su rostro derrumbado! ¡Parecía haber perdido un hijo!
—Comida como esa no se desperdicia, ribbit —asintió Tsuyu—. Pero sí, también recuerdo que le gustaban mucho las porciones de cerdo empanizadas.
—¿No era miso también? —preguntó Mina, perdiendo poco a poco el tono de broma—. Me acuerdo que lo pedimos después del primer día después de matemáticas...
—Sí —confirmó Momo, su voz más suave ahora—. Miso, hamburguesas... y cerdo empanizado. Nada pretencioso, pero parece que nunca los hubiera probado.
—¡Lo recogí de la calle! —añadió Akemi, separándose por poco del abrazo de tres—. Recuerdo que dijo algo sobre mantenerse con setas y algunos animales que atrapaba.
—¿Eso era real? —preguntó Sero, con los ojos abiertos—. Creí que era una broma...
—Nop, Hades vivía bajo un puente en una tienda de campaña.
El grupo se quedó en silencio por un momento. Esa última revelación, había tocado una fibra. De pronto, imaginarlo viviendo en tales circunstancias, se volvió casi opresivo en sus conciencias.
—Sigue siendo rudo, igual —soltó Sero, cruzando los brazos—. No me sorprendería que un día lo veamos comiendo tornillos con sal y diciendo que es "crujiente y mineralizado".
—Solo si se los da All Might como suplemento de entrenamiento —agregó Kaminari, desatando otra oleada de risas.
—No, no —corrigió Kirishima, levantando un dedo—. ¡Los tornillos los tuesta en la parrilla! ¡Con salsa teriyaki encima!
Las carcajadas florecieron de nuevo, cálidas, llenas de cariño. Era una risa que no buscaba ocultar el miedo, sino enfrentarlo. Porque reír imaginando lo que Hades comería no era solo llenar el tiempo: era recordarlo como era. Como sigue siendo.
Y en ese pasillo de hospital, donde el miedo solía ahogar cualquier intento de esperanza, los adolescentes llenaron el aire de algo mejor.
Pero, en ese momento, una chica de cabello marrón y corte de taza se acercaba lentamente, su vestido blanco ondeando con el aire acondicionado.
—Disculpen... —comenzó, acercándose a Iida que estaba más cerca—. ¿Esta es la habitación 316, dónde se encuentra Hades-kun?
Los rostros de todos los presentes se voltearon enseguida, mirándola casi con incredulidad.
—¿Lo conoces? —preguntó Mina, reincorporándose apenas.
—Ah... sí, bueno... —Su voz, nerviosa y errática, comenzó a hacer sospechar a algunos de los presentes.
—¡Komori-san! Mucho tiempo sin verte —interrumpió Akemi, levantando la mano.
La chica, sorprendida, entrecerró los ojos, tratando de recordar quien era, pero... Grande fue su sorpresa, cuando ató los cabos.
—¿E... eres ese chico de cabello verde que llevó a Hades-kun a su casa?
Los presentes, una vez más se sorprendieron. La afirmación de Kinoko, impactó a todos de más de una manera.
—Jajajaja —rió Bakugo, sosteniendo su estómago—. ¡Creyeron que eras hombre!
Akemi le regaló una sonrisa a Bakugo, una mueca cargada de gracia envenenada, y estiró su látigo negro con un movimiento casi perezoso.
¡PAF!
El golpe seco dio justo en su coronilla, que soltó una maldición mientras se sobaba.
—Eso ya lo dejamos, ¿sí? —aclaró con dulzura artificial, como quien habla con un gato que arañó el sofá.
Jirou, que observaba con interés renovado, alzó una ceja.
—¿A qué te refieres?
—A que Deku... bueno —intervino Bakugo antes de que Akemi pudiera evitarlo—, se vestía y actuaba como chico. Hasta hace nada.
Jirou parpadeó, procesando. Mina también abrió los ojos, sorprendida, pero no dijo nada, su mente estaba ocupada en otras cosas.
Todoroki, en cambio, la miró con interés, casi sin apartar la mirada de ella.
Akemi chasqueó la lengua y le jaló a Katsuki un mechón de cabello, lo suficiente para hacerlo gruñir sin llegar a prenderle fuego a nada.
—Me gustaba vestirme así —declaró con firmeza, cruzando los brazos.
Su rostro mantenía una máscara de seguridad, pero sus ojos se enturbiaron apenas un segundo. Como si recordara cada día que fingió ser alguien más, solo para sobrevivir. Para que la tomaran en serio. Para que la escucharan.
Kinoko bajó la cabeza, visiblemente incómoda. Sus dedos se retorcían nerviosos, agarrando con fuerza la tela de su vestido.
—Perdón... de verdad. No quise ser grosera. Solo... no sabía.
Hizo una reverencia, baja y sincera.
Akemi se relajó un poco y la miró con ternura cansada.
—No pasa nada, Komori-san. Ya superé esa fase.
Tsuyu inclinó la cabeza hacia Kinoko, su expresión neutra pero atenta a cambiar de tema.
—¿De dónde conoces a Hades-kun. Kero?
La chica se enderezó lentamente y, por un segundo, pareció buscar las palabras exactas. Luego simplemente dejó que salieran como venían, tímidas, llenas de verdad.
—Lo conocí cuando él vivía bajo un puente. Tenía una carpa... era naranja. Ehmm... una vez... me caí al río. Y solo Hades-kun fue a por mi.
Todos guardaron silencio. No había risa ahora. No había bromas.
Kinoko bajó la mirada.
—Me sacó. Pero él casi se queda, y él solo... encendió una fogata y... me ayudó a no resfriarme... dejando que duerma en su tienda de campaña.
Iida, siempre tan recto, dio un paso adelante, su voz templada como una campana solemne.
—Eso solo confirma lo que muchos olvidan. Que el heroísmo puede surgir desde cualquier rincón. Incluso del más humilde y olvidado. No es la cuna lo que hace a un héroe... sino sus actos.
Akemi cerró los ojos un momento, como si esas palabras resonaran en lo más profundo de su memoria. Recordando como a varios rebeldes que cayeron en la guerra.
Rápidamente, sacudió su cabeza, sintiendo como Ochako aún seguía abrazada a ella y Bakugo a su costado. Ambos mirándola por un momento. Confundidos por cómo ella se quedó tan callada
Tosió ligeramente, mientras cambiaba de tema.
—Ahora que lo pienso... si Hades antes se perdía con facilidad... —comenzó, rompiendo el murmullo general con una voz baja, casi arrastrada por sus pensamientos—. No puedo imaginarlo ahora. Recibió mucho daño en la cabeza.
Hubo risas tenues de algunos. Asentimientos vagos.
Kaminari soltó uno de sus globos, asintiendo entre dientes, incluso Bakugo, cruzado de brazos, giró los ojos recordando como se iba en la dirección opuesta antes de ir a la USJ.
Kinoko, por otro lado, recordó como lo encontró perdido en los pasillos.
Pero Iida y Momo... no compartieron la misma alegría.
Ambos compartieron una mirada. No dijeron nada, pero lo entendieron en el mismo segundo. Akemi no hablaba de extraviarse en pasillos o rutas equivocadas. Hablaba de la posibilidad más cruel: que esa mente ya no sería igual.
Pero entonces, una ráfaga de aire cortó el momento.
Una enfermera salió disparada desde la sala donde estaba Hades, apretando un papel con fuerza entre los dedos. El sonido de sus pasos urgentes sobre el linóleo fue como una alarma instintiva que provocó que todos la mirasen.
—¡Doctor Ishikawa! ¡Doctor Ishikawa! ¡Está por despertar! ¡El paciente 316, está despertando!
La puerta apenas tuvo tiempo de cerrarse antes de que el grupo se abalanzara hacia ella. Fue un caos de cuerpos, hombros y respiraciones contenidas, todos tratando de asomarse, todos queriendo ver algo, lo que fuera.
La esperanza los empujó con más fuerza que cualquier orden.
Dentro, las máquinas pitaban. El monitor cardíaco oscilaba erráticamente. El cuerpo de Hades temblaba, como si algo interno luchara por emerger. Sus puños se apretaban con una lentitud mecánica, los nudillos blancos.
Las palabras murieron en las gargantas de los presentes. Nadie se atrevía a hablar.
Entonces, el doctor Ishikawa apareció, con un destello de energía y una carpeta en mano. Su bata ondeaba aún con el impulso de la llegada. Revisaba los papeles que la enfermera le había dado, cruzándolos con los dispositivos.
—¿Ya está despertando? —preguntó Mina, adelantándose, con los ojos abiertos como platos.
El doctor no respondió de inmediato. Seguía mirando los números, las líneas. Parecía querer convencerse antes de dar una esperanza falsa.
—Puede que sí... —comenzó, pero no terminó.
Un pitido blanco interrumpió todo. Aquel sonido largo, plano, escalofriante. La pantalla del monitor quedó en línea recta.
Un escalofrío se propagó como plaga. Nadie respiró. Momo se llevó una mano a la boca. Kirishima apretó los dientes. Akemi en cambió no se movió ni un centímetro. Su expresión ilegible.
—La actividad cesó —murmuró Ishikawa, más para sí que para los demás—. Es como si... como si necesitara un impulso sensorial extra. Un empujón...
Entonces, la puerta volvió a abrirse. La doctora a cargo, jadeando con el pelo pegado a la frente por el sudor, lo miró con un fastidio agotado.
—Tienes la vida fácil con tu quirk de teletransportación, Ishikawa...
—¿Qué pasó con los sensores? —la interrumpió, directo.
—¡Eso pregunto yo! Estaban a punto de silenciar a este grupo porque hacían demasiada bulla y entonces... el chico comenzó a reaccionar. La actividad subió de golpe.
El doctor se quedó quieto un momento. Luego, giró lentamente hacia los estudiantes. Sus labios intentaron abrirse, pero dudaron de las palabras que saboreaban. Apretó los puños y se obligó a hablar.
—Hablen. Conversen. Lo que sea. Manténganlo cerca.
—¿Eh...? —soltó Kaminari, atrapado entre el miedo y la incredulidad.
—Cualquier cosa —repitió el doctor, firme.
Hubo unos segundos de duda. Luego, alguien rompió el hielo.
—Eh... las clases siguen siendo un asco sin ti —murmuró Sero, rascándose la nuca—. El profe Aizawa nos dió vacaciones.
—Yo quiero devolverme a la zona de entrenamiento —añadió Kirishima—. ¡Espero poder entrenar mi resistencia con un verdadero hombre como tú, presi!
Pero nada. La pantalla seguía quieta.
—Hades fue muy rudo en la zona de incendios —soltó Tsuyu, mirando la camilla.
—¡Sí! ¡Fue varonil! —volvió a añadir Kirishima, con el puño en alto—. ¡Salió de entre los escombros como si fuera una película de acción!
—Fue un idiota —interrumpió Momo, entre frustrada y preocupada—. Le ofrecí la máscara de gas... ¡y la rechazó! ¡Rechazó protección en una zona tóxica! ¡Qué clase de cabeza hueca hace eso...!
Beep.
Todos se quedaron en silencio.
Beep.
Una línea se curvó. Una señal. Débil, pero viva.
Momo se llevó los dedos a los labios, confundida. Mina dejó escapar un pequeño grito contenido. Kinoko, que estaba a un costado, sonrió con esperanza.
La vida no regresó con una explosión. Lo hizo en pequeñas ondas. Una tras otra. Como si su alma se aferrara al mundo por las voces que lo rodeaban.
Un estallido de voces llenó la habitación como una tormenta sin control.
—¡Yo digo que le demos una clase extra de cocina para cuando despierte! ¡Su delantal rosa tiene que volver! —gritó Mina.
—¿Y si le cantamos? Tal vez pueda desper—
—¡Eso es un tonto cliché de películas, idiota! —respondió Bakugo, bufando.
—¿Te imaginas que recuerda todo lo que dijimos? ¡Me muero! —soltó Kaminari con una risa nerviosa.
—¡No se rían tan fuerte! ¡Hay equipos médicos aquí! —gritó Iida, intentando imponer orden.
—¡Que se despierte ya, necesitamos tener un presidente más flexible! —soltó Jirou con los brazos cruzados.
—¡Yo traje manzanas verdes! ¡Dicen que son buenas para el corazón! —bramó Iida de nuevo.
—¡Yo traje globos! ¡Están con forma de estrella! —añadió Sato con emoción desbordante.
—Eh... eh... yo... —trató de hablar Kinoko, pero su voz era ahogada por los gritos de los demás.
Era un caos. Uno hermoso, pero saturante. Las voces se sobreponían unas a otras, las emociones rebotaban por las paredes, y por un momento, el monitor pareció vibrar con todo aquello.
Pero fue breve.
De pronto, una línea recta, firme y blanca se volvió en un pitido constante.
La alegría se evaporó como un chasquido. El silencio cayó como una losa. Todos miraron al monitor, luego a Hades. Los hombros se encogieron. Las sonrisas desaparecieron.
—No... —susurró Mina, llevándose una mano al pecho.
Ishikawa, sin embargo, no reaccionó con pánico. Se frotó la mandíbula lentamente, mientras su ceño se fruncía en un gesto de pensamiento profundo. Caminó hacia el monitor y revisó la información con ojos atentos. El pulso... estaba estable. Ligeramente acelerado. Los latidos, normales. Respiración rítmica.
—No está peor... —murmuró, hablando consigo mismo más que con ellos.
Se dio media vuelta y observó al grupo.
—Tal vez... —hizo una pausa, aún digiriendo lo que estaba por decir—. Tal vez no necesita tanto ruido. Tal vez solo necesite... a los que conoce y se lleve bien.
Hubo un murmullo de confusión.
—Un pequeño grupo. Gente con la que habló más de una vez. Que compartió tiempo juntos —continuó, sin apartar la mirada de las vitales—. Como con la enfermera Inko... —agregó, casi como una anotación personal.
Uno a uno, los que no cumplían ese criterio comenzaron a salir, no sin resistencia. Kaminari lanzó una queja, pero fue sacado por Sato, Kirishima intentó quedarse pero fue empujado con una palmadita por Mina. Jirou se encogió de hombros y se retiró sin decir más. Bakugo gruñó, pero Ochako lo jaló de la chaqueta y ambos desaparecieron por el pasillo.
El silencio volvió, pero era distinto. No era desolador. Era más íntimo.
Quedaron Tsuyu, Todoroki, Akemi, Iida, Momo, Mina, Kinoko y Hagakure.
—Pueden dejar los globos y las manzanas en la mesita —indicó Ishikawa, con tono más amable—. Y vayan de a uno. Háblenle. Como si pudiera oírlos.
Iida se adelantó. Se colocó al lado de la cama y se inclinó, como si estuviera rindiendo respeto a un superior caído.
—Presidente de clase, necesitamos que vuelva a estar en forma. —La voz de Iida fue clara, decidida—. La dinámica no es la misma sin usted. Somos como una rueda sin eje. El sistema se está desmoronando... y lo necesitamos.
BEEP.
Una pequeña línea curvada. Un destello en la pantalla.
Iida se quedó quieto. Los ojos le brillaban tras las gafas. Una sonrisa orgullosa se dibujó en sus labios mientras retrocedía.
—Tu turno, Akemi.
Ella no vaciló, y se acercó.
—Mi mamá... dice que extraña cocinar contigo —dijo, sin tono melancólico, sino suave, cotidiano, como si aún compartieran el desayuno cada mañana—. Dice que la cocina se siente vacía sin ti en los desayunos.Y yo...
Entrecerró los ojos, una pequeña línea se curvó por un momento.
—Yo extraño verte con ese delantal ridículo. —Una sonrisa traviesa le nació en el rostro—. Cada mañana. Como si fueras un papá soltero. Los delantales rosados te quedan tan bien con esa cara tsundere que es un desperdicio no verte en el desayuno.
Hubo varios pitidos. Suaves. Como ecos de un gruñido contenido que no logró salir.
—No me hagas ir por ti... —susurró, antes de dejar su lugar.
Mina se acercó luego, empujando los globos de Sato hacia la mesita.
—Hey, gruñón... el salón del lunes estaba tan apagado... sin alguien que gruña y caiga conmigo en matemáticas. —Soltó una risita—. ¡No es lo mismo si no te quejas! ¡Despierta y dile a Iida que se calme, por favor!
BEEP.
BEEP.
Los dedos de Hades se movieron. Apenas, pero fue suficiente para que Hagakure soltara un chillido de felicidad.
—¡Se movió! ¡Lo vi! ¡Se movió!
La siguiente fue Tsuyu. Se sentó a su lado y tomó su mano con cuidado, con esa expresión serena que nunca la abandonaba.
—Tu reino necesita un rey, Hades. —Su voz fue baja, firme—. Si sigues dormido, elegiremos a otro. Y sabes que no son tan buenos como tú...
El monitor se volvió loco. Las líneas temblaban, como si el alma de Hades se removiera con fuerza. Su puño se apretó con una fuerza repentina sobre la mano de Tsuyu.
Ishikawa se adelantó, los ojos pegados a los dispositivos. El pulso había aumentado, las ondas cerebrales vibraban con más intensidad. El cuerpo reaccionaba. ¡Estaba ahí!
El puño se relajó. No despertó. Pero por primera vez... había esperanza. Real. Casi tangible.
Mina soltó una risa nerviosa, contagiada por la emoción.
—¡Vamos, viejo huesudo! ¡Estamos aquí! ¡Estamos esperándote!
—¡Traje globos, no los desperdicies! —chilló Hagakure.
—Tengo tus hongos favoritos... —murmuró Kinoko.
Y como si una chispa encendiera la habitación, todos comenzaron a hablar a la vez. No gritaban, no era caos. Era vida. Era esperanza. Era el alma misma del grupo devolviéndole el calor al cuerpo frío del rey caído.
[Conciencia de Hades.]
...
Alrededor, solo había agua que era espesa como el luto, negra como la memoria cuando decide olvidar.
Hades flotaba boca arriba, sin hundirse, sin avanzar. Solo existía. Y eso... bastaba. No había dolor, no había ruido, no había guerra ni muerte ni la mirada decepcionada de Akemi.
Solo esa quietud amortiguada por la densidad líquida del mundo que lo acogía.
Suspiró. El sonido se deshizo rápido en el vacío.
—Esto no está tan mal —dijo con un deje de fastidio, pero sin real molestia—. Por primera vez... no duele.
—Sí... —respondió una voz más suave, más joven. Más viva.
Haruto estaba junto a él, flotando en la misma posición, como dos hojas secas arrastradas por una corriente invisible.
—Es tranquilo. Casi me da miedo que me guste —admitió Haruto, su voz apenas un murmullo, como si temiera romper la calma con palabras.
Hades giró los ojos hacia él, sin mover la cabeza.
—Te gustaba dormir bajo los puentes en invierno —soltó con sorna.
—Sí, pero ahí dolían los huesos. Aquí... solo estoy. —Haruto giró un poco para verlo mejor—. ¿Tú te acuerdas?
—¿De qué?
—De nuestro padre.
Silencio.
El agua parecía tensarse.
Hades entornó los ojos. La mirada perdida, clavada en algún lugar donde el agua y el cielo eran lo mismo.
—Recuerdo sus manos... su voz cuando me gritaba que me escondiera. Recuerdo su espalda cubriéndome... Pero su rostro... no. —Hizo una mueca amarga—. Solo lo recuerdo muriendo por esos bastardos con máscara de cuervo.
Haruto bajó la vista.
—Yo... no puedo recordar eso. Solo recuerdo el vacío que dejó. Como un agujero donde debería haber algo. Un hueco que me dolía sin saber por qué me dejó de un día a otro.
Hades apretó los labios.
—Entonces... el pequeño Larry... no se llama Larry, ¿verdad?
Haruto negó con la cabeza.
—Solo lo llamábamos así. Pero no... no era su nombre. Al igual que...
—¿Qué? ¿Igual a padre?
Haruto negó con la cabeza, pensando como una chica de gran sonrisa y cuernos le abrazaba con calidez.
El silencio volvió, pero esta vez era cálido, como una manta extendida en invierno.
—Qué jodido es esto... —susurró Hades.
—Un poco —respondió Haruto con una sonrisa triste—. Pero mira el lado bueno... al menos hablamos y conocemos el verdadero nombre de nuestro padre y lo que pasó.
—¿Quién te crees? ¿Un terapeuta acuático?
Haruto se rió, y esa risa provocó unas ondas suaves en el agua.
—Si compartimos recuerdos... si vivimos en el mismo cuerpo... técnicamente, somos como hermanos, ¿no?
—No.
—¡Sí!
—Dije que no.
—¡Lo dijiste sonriendo! ¡Lo vi!
Hades desvió la mirada, una pequeña curvatura traicionera en sus labios.
—Estás alucinando por la falta de oxígeno cerebral —masculló.
—Estás sonriendo —canturreó Haruto—. "Somos hermaniiitos..."
—Calla.
—"Te quiero hermaniiiitooo~"
—¡Te voy a hundir, bastardo pegajoso!
—No puedes hundirme si estamos en el mismo cuerpo.
Hades le lanzó una mirada de muerte, pero no dijo nada más. Porque por primera vez... se sentía bien. Roto, sí. Pero entero en esa rotura.
Y entonces, el agua vibró.
Apenas un pulso.
Luego otro.
Ambos alzaron la vista al mismo tiempo.
Las vibraciones no venían de ellos.
Eran voces. Voces sin rostro, sin cuerpo. Como ecos de un sueño olvidado. Se deslizaban por la superficie del agua, creando ondulaciones que se expandían con insistencia.
—¿Qué es esto...? —murmuró Haruto, incorporándose ligeramente.
—Están... hablando —dijo Hades, molesto—. Nos están llamando.
—¿Nos?
—A mí —gruñó Hades—. Siempre a mí.
El agua comenzó a subir, como si los nombres sin pronunciar quisieran dar forma al mar. Las ondas se convertían en espirales, en hilos de luz que empezaban a moldear rostros, emociones, recuerdos.
Hades frunció el ceño.
—¿Por qué no pueden dejarnos en paz...?
—Porque nos quieren —respondió en voz baja—. Porque no quieren que desaparezcamos.
—Ya estaba tranquilo... —susurró, más para sí mismo que para su compañía.
La paz se resquebrajaba. Pero no era dolorosa.
Era... cálida. Como si el frío del agua comenzara a disiparse.
—¿Y si salimos...? —preguntó Haruto.
—No hay a dónde —contestó, cerrando los ojos.
—Las voces siguen llamando. Dicen tu nombre.
—Lo sé.
—¿Y?
Hades no respondió de inmediato. Pero su cuerpo comenzó a sumergirse, sin miedo. Como si siguiera la vibración. Como si el eco de tantas vidas reunidas tuviera más peso que el descanso eterno.
—Tal vez... un poco más. Solo un poco más.
Y se dejó llevar.
La hoja seca empezó a hundirse... hacia la luz.
....
Pero... Haruto seguía flotando.
El agua temblaba a su alrededor, agitada por las voces que se colaban desde afuera. Hades comenzaba a hundirse, envuelto en la cálida marea de esa luz que no quemaba... pero que arrastraba con una dulzura insoportable.
—Supongo... este es tu momento, ¿eh? —dijo Haruto, mirando cómo su otra mitad se hundía.
Pero antes de que pudiera dar la vuelta, algo lo sujetó.
Un tirón seco, firme, casi molesto. Hades le había agarrado el tobillo con una de sus manos.
Haruto lo miró sorprendido, pero Hades no le dio tiempo a responder.
—Si yo me voy de este paraíso de descanso... tú vienes conmigo, idiota.
Haruto forcejeó. No mucho. Lo justo para fingir que aún tenía opción.
—¡No! ¡Yo no quiero más responsabilidades! ¡Tú dijiste que no éramos hermanos!
—¡Cállate! —gruñó Hades, tirando de él.
Las dos hojas secas empezaron a hundirse juntas, tragadas por la luz. Una corriente invisible los envolvía, como si los recordara, como si los reclamara.
—¡Tú dijiste que no me soportabas! ¡Que era una molestia! —gritaba Haruto mientras se dejaba llevar.
—¡Y lo sigo diciendo! —rugió, pero ya no había ira, solo una sonrisa que le cruzaba el rostro, luminosa, sincera, desbordante de algo que no conocía desde hacía mucho—. ¡Pero eres mi molestia!
Haruto lo miró, con los ojos brillantes, incrédulo.
—¿Eso significa que...?
—Sí —interrumpió, estirando los brazos—. Somos hermanos, imbécil llorón.
Lo jaló sin fuerza, con ternura, como si lo llamara a casa.
Haruto se lanzó.
Y en mitad de esa luz, de ese momento donde no había tierra ni cielo, solo ese punto sin tiempo... se abrazaron.
Un abrazo torpe, pero apretado. Un lazo viejo que se volvía nuevo.
—Hermanos hasta el fin... —dijeron al unísono.
La luz los engulló. No como enemigos. No como mitades peleadas. Si no como familiares que se reencontraban por fin.
La oscuridad era un océano sin fin, un limbo donde el tiempo no tenía nombre ni dirección. Pero poco a poco, como si la realidad comenzara a derramarse gota a gota dentro de él, Hades sintió cómo algo tiraba de su conciencia hacia la superficie. Un tirón leve, apenas una punzada de luz tras los párpados cerrados. No fue inmediato. Su cuerpo flotaba entre el sueño y el dolor, entre el olvido y algo parecido a la memoria.
Un parpadeo y luego otro más.
El techo del hospital se presentó como un velo blanco desenfocado, vibrando suavemente como si el mundo estuviera hecho de agua agitada. Las figuras eran sombras borrosas que se movían más allá de su visión periférica, y la luz, difusa, quemaba con una suavidad molesta. El mundo parecía girar con lentitud, arrastrando los bordes de su conciencia como una manta pesada.
Intentó tragar saliva, pero su garganta ardía. Intentó hablar, pero sintió de inmediato la firme presión de las vendas en sus labios, impidiéndole emitir algo más que un sonido gutural. Fue un gruñido bajo, involuntario, ronco como un lamento reprimido.
Y entonces, una carcajada ligera estalló en algún rincón de la habitación.
—¡Lo sabía! —exclamó una voz vibrante, alegre, conocida—. ¡Lo dije desde el principio! ¡Hades despertaría con un gruñido!
Era Hagakure. Sonaba aliviada, casi eufórica, como si ese gruñido hubiese sido la señal de que todo volvería a estar bien. A su modo, lo era.
Su cuello giró lentamente, cada centímetro una batalla. Pero cuando por fin lo hizo, sus ojos desenfocados captaron algo cálido. Algo suave. Una presión en su mano. Una calidez que irradiaba una presencia viva.
Un cabello bicolor se derramaba desde el borde de la cama.
Ella sostenía su mano, con firmeza, sin fuerza. No era una prisión ni un gesto desesperado. Era... contención. Silencio. Aliento compartido.
Hades parpadeó, confuso. Aún más cuando intentó retirar la mano y notó lo débil que estaba. Su brazo apenas se movió, pero fue suficiente para que Todoroki lo soltara suavemente. Sin reproche. Sin palabras. Solo respeto.
Entonces llegó la interrupción de la rutina: un hombre de bata blanca, rostro cansado y firmeza profesional en los ojos.
—Bienvenido de nuevo, Hades —dijo con una sonrisa leve, casi como quien saluda a un paciente que ya había sido dado por perdido—. Vamos a revisar tu estado neurológico. Quédate quieto.
Se acercó con una linterna, y el pequeño destello fue un alfiler clavado en sus pupilas. Hades reaccionó con un gruñido mucho más fuerte. El corazón se le aceleró al instante. Sus músculos —los pocos que podían—, se tensaron.
Fue un instinto puro: rabia. Repulsión.
—¡Ey! Tranquilo —dijo el doctor, retrocediendo un poco—. No es una tortura, solo una linterna. ¿Puedes ver bien?
Hades negó con la cabeza. Un movimiento torpe, pero claro. No. Todo seguía siendo una masa borrosa y sin definición.
Fue entonces cuando la figura elegante y firme de Momo se adelantó.
Llevaba algo entre las manos y con cuidado, le colocó algo sobre el rostro.
—¿Y ahora?
Él negó con la cabeza, molesto por la voz que logró reconocer.
—¿Y ahora?
Uno tras otro, Momo probaba con una precisión casi obsesiva, como si en cada intento pusiera toda su preocupación y amor en pequeñas monturas de cristal.
El intento número diez fue el correcto.
Todo cobró nitidez. Como si el mundo hubiera estado empañado y de repente alguien abriera la ventana.
Vio los rostros. Mina, llorando y sonriendo al mismo tiempo. Tsuyu, callada y serena, pero sus manos temblorosas.
Hagakure, agitando los brazos con emoción aunque su cuerpo no se viera del todo. Iida con una postura recta, pero con los ojos rojos. Akemi, cruzada de brazos en el rincón, su rostro tan severo como siempre, aunque sus ojos la traicionaban. Kinoko estaba a su otro lado, sosteniendo un hongo que el reconoció casi de inmediato.
Y Todoroki, aún sentada junto a él, como si el tiempo no pasara.
El doctor murmuró mientras tomaba notas.
—Curioso... el último registro de Recovery Girl indicaba presbicia leve... ahora hay signos claros de miopía en ambos ojos. —Frotó su mentón, mientras escribia en una hoja—. Evolución extraña, pero posible ante un trauma neurológico grave. Diagnóstico preliminar: miopía leve, graduación aproximada de -1.25 en ambos ojos. Requiere lentes permanentes...
Dicho eso, guardó su tablet.
—No lo fuercen. Su cuerpo sobrevivió a más de lo que debería haber sido posible. Su mente también. Pueden estar con él... pero déjenlo respirar.
El doctor salió sin más. Y el silencio se volvió algo cálido. Algo necesario.
Momo se inclinó otra vez. Esta vez no con lentes, sino con una pequeña campanita de metal. De esas antiguas de mostrador, que suenan con un solo toque. La colocó bajo su mano con ternura y dijo:
—No puedes hablar. Así que... una vez para decir "sí", dos para "no". ¿Está bien?
Hades la miró. Larga y profundamente. Y con la lentitud de quien aún pesa el mundo en los dedos, alzó la mano.
Ding... ding.
Una risa ligera y suave brotó. Momo sonrió. Kinoko también. Hagakure agitó los brazos otra vez para mostrar su emoción.
Mina lanzó un aplauso por lo bajom
Y en medio de todo eso, Hades se sintió pequeño, frágil...
El silencio apenas duró un par de minutos antes de que Iida, siempre el primero en actuar según el protocolo del alma, se adelantara con solemnidad.
Ajustó sus gafas, dio un paso adelante con la energía de un jefe de comité y se inclinó apenas hacia el borde de la cama.
—¡Hades-san! ¡Nos alegra mucho que hayas despertado! —exclamó con esa voz vibrante de futuro líder—. ¿Sientes dolor en alguna parte?
Ding... Ding.
El sonido metálico fue preciso, directo. Iida palideció un poco.
—¡Oh! ¡Lo siento mucho! Notificaré a Ishikawa-san de inmediato para que ajuste tu medicación analgésica. ¡No debes soportar dolor innecesario!
Pero antes de que pudiera girarse para correr fuera de la habitación, Mina alzó la mano con una pequeña sonrisa nerviosa.
—Espera, espera... déjame preguntarle algo —habló, con voz menos segura que de costumbre. Caminó hacia Hades, mirándolo con atención—. ¿Recuerdas lo que pasó... antes de...?
Ding.
Un suspiro colectivo recorrió el cuarto. No habían perdido su mente. No había secuelas catastróficas. Estaba ahí. Hades estaba con ellos.
—Y... —continuó Mina, su voz bajando de tono— ¿Querías que te ayudáramos...?
El aire se congeló.
La habitación, tan tibia hacía unos segundos, se volvió densa, como si todos respiraran dentro de una pecera cerrada. Las manos de Hagakure se tensaron sobre su pecho invisible. Momo miró al suelo. Tsuyu parpadeó una vez, lentamente, sintiendo como su serenidad se drenaba.
Todos sabían lo que venía. Mina tembló ligeramente. La culpa que arrastraba desde aquel día le pesaba como plomo en los hombros.
Ding... Ding.
La confirmación cayó como un martillo. Y luego...
Ding... Ding... Ding.
Mina lo miró, perpleja. Él la miraba de vuelta, con la intensidad apagada de alguien que está demasiado cansado para gritar, pero demasiado consciente como para callar.
—¿E-estás diciendo... que no nos culpas? —preguntó, con voz quebrada.
Ding... DING.
—¿Estás diciendo que estuvo bien... que te dejáramos solo contra... eso? —repitió, como si necesitara oírlo dos veces para creerlo.
Ding.
—¿Nos perdonas...?
Ding.
Y fue como si una represa se quebrara. Mina, que había intentado mantenerse firme y bromista, al frente del grupo desde que Hades fue llevado en coma al hospital, dejó caer una lágrima.
No fue escandalosa. No fue dramática. Solo limpió su mejilla con el dorso de la mano, sonrió como una niña que por fin podía respirar, y susurró:
—Gracias, gruñón... gracias.
Pero Hades ya no la miraba. Había desviado la mirada con torpeza, el rostro levemente ladeado, sus lentes deslizándose por la punta de su nariz. La escena perfecta de un adolescente que jamás admitiría lo que acaba de hacer.
Tsuyu, con su habitual serenidad, inclinó la cabeza y decidió cambiar de tema.
—¿Tienes hambre?
Ding.
—Pensé que dirías eso. Kero —dijo Tsuyu, tomando una manzana verde.
Entonces, como si alguien hubiese soltado los perros del caos, la puerta se abrió de golpe.
—¿Qué tal, resucitado? —gritó Kaminari, agitando una bolsa de plástico que contenía un libro.
—¡Te trajimos manzanas! ¡Y dulces, y algo que no recuerdo! —añadió Kirishima.
—¡No necesitamos permiso para hacer una fiesta de recuperación! —bramó Sero con una sonrisa de oreja a oreja.
Bakugo apareció de mala gana, como siempre, con un ceño aún más fruncido de lo habitual.
—Tch. Si vas a hacer tanto ruido con una maldita campanita, al menos aprende a gruñir con más estilo.
Ochako, por su parte, entró con expresión preocupada... pero sin soltar la mano de Bakugo.
Seguía allí, como si no se hubiera separado desde el inicio. Hades los miró de reojo, visiblemente molesto.
DING. DING. DING. DING. DING.
Los cinco golpes metálicos resonaron como una sentencia.
—¡Jajajaja! Eso significa "¿Por qué están todos ustedes aquí haciéndome perder el tiempo con globos y azúcar?" —gritó Mina, doblándose de la risa.
—¡Yo digo que quiere decir "Váyanse antes de que me levante y les dé con el suero en la cabeza"!
—¡Naaa! ¡Eso fue "¡Socorro, estoy rodeado de idiotas!"!
Y Hades... simplemente cerró los ojos. No para dormir. Solo para descansar. Dejar que el ruido lo cubriera. Que la presión se evaporara. Que el calor que no admitiría nunca lo envolviera en ese cuarto lleno de gritos, disculpas, bromas torpes y una campanita que, aunque pequeña, decía más que mil palabras.
....
La habitación de hospital se había transformado en una especie de zoológico enloquecido. Globos flotaban atados a los tubos del suero, una manzana había sido puesta cuidadosamente sobre la mesa de noche con una cinta como si fuera un trofeo, y en el aire flotaba una mezcla caótica de preguntas, risas, y el ding ocasional que, al parecer, ahora funcionaba como idioma oficial.
—¿Te duele el brazo? —preguntó Hagakure desde la nada aparente.
DING.
—¿Ambos brazos?
DING. DING.
—¡Ok, ok, sólo uno, entendido!
—¿Puedes sentir las piernas? —preguntó Tsuyu, asomándose con ojos enormes desde el pie de la cama.
Ding...
—¡Menos mal!
—¿Te gustaría comer una hamburguesa bien jugosa? —dijo Kaminari con una sonrisa que claramente era más para él que para Hades.
DING.
—¿Que hay de los tacos? —preguntó Sero.
Hades levantó una ceja, inclinándola lo más que pudo, antes de sentir una punzada de dolor.
—¿Pizza? —preguntó Hagakure.
Con esfuerzo, levantó los hombros, confundido.
—¿Algo que no sea comida chatarra? —preguntó Mina, asomándose más cerca.
Ding.
—¡Lo sabía!
—¡Lo que necesita es carne! —exclamó Kirishima, sacando de su mochila una pequeña caja térmica—. ¡Carne medio hecha, jugosa, con sal gruesa y fuego de carbón!
Todos se quedaron en silencio un segundo. Hades lo miró, los ojos entrecerrados, confundido. Parpadeó. Miró la caja fijamente y luego lo miró a él.
Ding.
—¡JA! ¡Sabía que no podías resistirte, hermano! —rió, chocando el puño con Kaminari, que lo secundó con entusiasmo.
—¡A ver, a ver! —interrumpió Mina, divertida—. ¿Tienes sed?
ding.
—¿Te pica algo? —preguntó Komori
DING.
—¿Dónde? —acompañó Mina, interesada.
—¡No puede decir eso con una campanita, Mina! —protestó Momo, llevándose la mano a la frente, aunque no podía reprimir la sonrisa.
—¡Vamos, puede hacer código morse! —rio Jiro, golpeando suavemente a Kaminari con el codo—. Una "P" es '. --.', ¿no?
Hades simplemente giró los ojos, completamente harto de todos, y demostró su frustración.
DING. DING. DING. DING
—¡Eso fue "déjenme en paz" en sarcasmo universal! —exclamó Tsuyu con una pequeña risa.
Fue entonces cuando Bakugo, apoyado de brazos cruzados en la pared, soltó sin molestarse en ocultar su burla:
—Si tienes tanta energía para tocar esa maldita campana... ¿por qué no te levantas?
Un gruñido ronco, gutural, brotó de Hades, y los ojos de todos se abrieron al ver cómo intentaba forzar su cuerpo a levantarse de la cama. El tintineo frenético comenzó de inmediato, como si fuera un código de guerra.
Ding-ding-ding-ding-ding.
—¡No, no, no! —gritó Iida, adelantándose con un brazo en alto como si bloqueara una catástrofe—. ¡Tus suturas pueden abrirse!
—¡Está recién despertando, Bakugo! —regañó Momo, sujetando el hombro de Hades—. ¡Su sistema muscular aún está en proceso de estabilización, y el exceso de presión puede derivar en un colapso interno!
—¿Qué? —gritó Sero—. ¡Un colapso! ¡No se puede decir eso tan tranquilamente, Momo!
Pero Hades no escuchaba. Continuaba tocando la campana como si fuera un botón de autodestrucción, con el ceño fruncido y una vena palpitando en la sien.
Hasta que, de pronto, desde detrás de Bakugo, sombras largas y toscas emergieron.
Negros, espesos, y serpentinos, los tentáculos de Akemi se elevaron en silencio y, con precisión, atraparon el torso y hombros de Hades, empujándolo de nuevo contra la cama con una dulzura cruel.
—Descansa —ordenó Akemi, su voz suave, pero tan firme como el hierro.
Ding... ding... ding...
Los tentáculos apretaron un poco más.
Ding...
Y Hades se rindió, con una mirada que solo podía describirse como "asesina, pero resignada".
El grupo entero estalló en carcajadas.
—¡Jajajaja! ¡Perdiste contra una niña marimacho y un par de sombras! —Bakugo se doblaba de la risa, ignorando como Ochako apretaba su brazo y como Akemi lo miraba de reojo.
—Eso fue impresionante, Akemi —murmuró Todoroki, que había permanecido callada hasta ahora. Sus ojos bajaron hacia Hades—. Aunque... fue un poco cruel.
—No tanto como dejar que reviente sus puntos por orgullo —susurró Akemi con una sonrisa peligrosa.
En medio de las risas, Bakugo recibió un codazo brutal de Ochako que lo hizo crujir.
—¡Imbécil! —le susurró ella, sonrojada de rabia—. ¡Casi lo haces explotar!
—¿Qué te pasa? ¡Me estás aplastando las costillas! —gruñó, girando la cabeza.
—No me interesa. ¡Pide disculpas!
Akemi, aún pegada al otro lado de Bakugo, se giró lentamente con una ceja arqueada.
—Sí. Pide disculpas —dijo, con una sonrisa que le heló la sangre.
—Tch... —Bakugo apartó la vista—. No es mi culpa si el idiota no puede ni soportar una provocación.
¡DING...! ¡DING...! ¡DING...! ¡DING...! ¡DING...!
—¡Hades también te está insultando! —canturreó Mina, señalando la campana.
—¡Quién le dio esa maldita cosa ruidosa! —rugió Bakugo.
—Yo —respondió Momo con toda la dignidad de una reina ofendida.
—Y fue la mejor idea de todas —añadió Hagakure, riendo.
—¡No se la quiten nunca! —gritó Sero—. ¡Es como tener un botón de sarcasmo activado todo el tiempo!
—Es mejor que hablar —agregó Jiro.
—¡No mejor que pelear! —Kirishima alzó la caja bento de carne como si hiciera una ofrenda.
—¡Nadie quiere tu carne medio viva, Kirishima! —gritaron al unísono Mina y Kaminari.
Por otro lado, Kinoko miró fijamente a Hades, el a su vez, le devolvió la mirada y como si estuvieran hablando. La chica juntó ambas manos.
Un pequeño vapor emergió de ella, ignorando como estaban peleando por la carne. Y, en cuestión de segundos, creó un champiñón.
Con delicadeza, se acercó y dejó el champiñón en su abdomen, para molestia de Hades.
Pero, en ese momento la puerta se deslizó sin ruido, como si respetara el ambiente recién calmado tras el caos de risas y tonterías. El aire cambió. Se hizo más denso, más grave, como si el mundo contuviera el aliento.
Primero entró el doctor Ishikawa, con las ojeras marcadas bajo los ojos hundidos. Su bata estaba arrugada, su rostro perfectamente rasurado pese a las horas. Llevaba una tablet encendida en mano, y su caminar era metódico. Pero todos lo sabían: él no era el que hacía temblar a los héroes.
Ella vino después.
Paso a paso, bastón en mano, la menuda anciana recorrió el cuarto con una serenidad devastadora. No hizo falta que dijera una sola palabra. Alumnos que minutos antes hablaban de carne a término medio o hacían sonar campanitas, ahora retrocedían hasta quedar contra la pared como escolares sorprendidos haciendo travesuras.
La atmósfera se congeló.
Recovery Girl no habló con ellos. No necesitaba. Su mirada los examinó como si leyera exámenes finales con sangre seca. Luego, se dirigió a Hades.
El chico, aún en cama, tragó saliva con lentitud. Su mano se tensó por reflejo. El dedo anular se crispó. La campanita colgando entre sus dedos tembló suavemente.
Ding...
Recovery Girl se detuvo frente a él. Lo miró como si viera una escultura en proceso de desmoronarse.
—¿Te duele algo, mocoso?
Hades parpadeó lento. Los párpados pesaban. La somnolencia le amortiguaba el juicio. Levantó un poco la muñeca, el movimiento leve... casi imperceptible.
Ding. Ding.
—¿No?
El muchacho hizo una pausa, respirando con calma.
Ding.
La anciana asintió.
—¿Te sientes cansado?
Ding.
—Ya veo...
Recorrió con la mirada su cuerpo vendado. El vendaje le subía por el torso, cubría parte del cuello y la mejilla izquierda. La zona derecha aún estaba cubierta por una gruesa capa protectora. Lo observó como una artesana observa su obra más delicada.
—Vamos a cambiarte las vendas y aplicaré mi Quirk para acelerar la estabilización de tu sistema. Dormirás después.
Giró sobre su talón y enfrentó a la clase 1-A. Esta vez, sí sonrió, con ternura maternal.
—Pero no con esta jauría adentro.
Los chicos comenzaron a salir, no sin dejar algunas últimas miradas o bromas suaves. Kaminari fingió tocar la campanita, pero Jiro le empujó. Sero sacó una pose ninja antes de que Tsuyu lo jalara. Mina sopló un beso al aire. Kirishima alzó su caja de carne, como si fuese un trofeo sagrado que debía quedar con Hades. Komori se despidió con la mano justo detrás del pelirrojo, antes de sorprenderse cuando abrió la tapa y sacó un trozo de carne.
—Te guardo un pedazo, bro —susurró, cerrando la puerta.
Al final, solo quedaron tres: Ochako, Bakugo y Akemi. Ellas de pie, uno a cada lado de Bakugo como un sándwich de presión moral. Bakugo apretó los dientes.
—Las damas primero —murmuró Akemi, empujando al muchacho para que saliera primero.
—No me jodan. Me voy cuando quiera.
—Ahora —agregó Ochako, pellizcándole el costado con fuerza medida.
—¡Tch! ¡Malditas brujas! —gruñó, alejándose con una mirada cargada de fuego y resignación.
Cuando se fueron, el silencio regresó, más íntimo esta vez. Recovery Girl suspiró.
—Ishikawa, datos.
—Catorce horas de cirugía mayor —comenzó, sin levantar la mirada—. Diez horas de monitoreo continuo post-quirúrgico. Dos horas extra por complicaciones en las suturas torácicas. Total: veintiséis horas y media de trabajo ininterrumpido.
—Y todo para que ahora esté tocando una campanita —agregó la anciana con voz dulce.
Hades desvió la mirada. Su respiración era pausada, aún débil. Sus ojos, semiabiertos, cargaban esa vulnerabilidad pura que sólo da el despertar. No tenía fuerzas para ser sarcástico, ni forma de arreglar los lentes que le picaban la piel.
Ella lo notó.
—Escucha, muchacho —dijo suavemente mientras se sentaba y le arreglaba los lentes—. No trates de usar tu Quirk aún. La droga B-Resonance alteró tu matriz genética. Tu Quirk... evolucionó. Aún no sabemos si eso es bueno o no.
Ding.
Ella lo miró. Esta vez, sin humor.
—No juegues conmigo, mocoso. Tijeras, doctor.
Ishikawa se las pasó en silencio. Recovery Girl se acercó, con la delicadeza de una madre. Sus manos arrugadas, firmes, comenzaron a cortar los vendajes del rostro.
Hades tembló.
Era leve, casi imperceptible, pero estaba allí. El cuello se tensó, sus dedos se movieron apenas como si quisieran alcanzar algo que no existía.
Cuando cayó la última capa de gasa, el aire cambió otra vez.
Donde antes hubo piel, ahora quedaban grietas, cicatrices en forma de rayo que cruzaban su mandíbula, subían por la mejilla. Marcas blancas, ásperas, como si la carne se hubiese partido en líneas irregulares. Residuos del Quirk de Shigaraki, manifestado en carne y alma.
La anciana lo contempló. No con horror. No con pena. Con aceptación.
—Habla —le ordenó con voz suave.
Hades parpadeó. La campanita descansaba inerte en su mano. Miró a la anciana con ojos pesados, la garganta le ardía al tragar. Pero algo se aflojó en su pecho. La voz salió ronca, susurrada... pero real.
—Te... —pausó, apretando los labios y respirando hondo antes de continuar—, ves más vieja que la última vez.
Una sonrisa le recorrió el rostro a la anciana, aunque de apariencia amable, Hades supo lo que vendría. Ella, con una agilidad inesperada, alzó su bastón y le dio un golpe seco en la pierna.
—¡Agh! —gruñó, entre sorprendido y resignado.
—Eso es por idiota. Y por hacerme quedarme despierta más de un día entero. ¿Tienes idea de lo que le hace eso a una señora de mi edad?
Él desvió la mirada, incómodo.
Un suspiro de resignación se apoderó de él, con Haruto empujando las palabras desde el fondo de su garganta, acompañado de un calor en el rostro que mostraba su estado: vulnerable.
Con dificultad, murmuró algo que no quería decir.
—Gracias... abuela.
La anciana se quedó inmóvil.
Sus ojos se ablandaron, pero no lloró. Solo sonrió.
—Mocoso... —murmuró—. Eres igual al estúpido nieto malagradecido que nunca tuve...
Le acarició el brazo con dedos suaves y temblorosos. Luego, le dio un beso, activando su Quirk. Una onda cálida, envolvente, lo cubrió de inmediato. Las fibras musculares vibraron, el calor se volvió pesado. La somnolencia vino como un mar dulce, arrastrándolo.
Los párpados de Hades descendieron.
Pero la anciana no se levantó.
—Déjalo dormir —dijo Ishikawa en voz baja.
—No todavía —susurró ella—. Debemos revisar las suturas en cuanto estabilice. Si mi Quirk reaccionó bien, podríamos retirarlas esta misma semana. El chico es resistente. Y testarudo.
Mientras tanto...
Los pasos del grupo resonaban con suavidad sobre el piso pulido, como si el hospital mismo quisiera mantener el silencio. Acababan de salir de la habitación. Detrás de ellos, la puerta se había cerrado con un susurro de metal, sellando momentáneamente la habitación... y a Hades.
Mina fue la primera en exhalar profundamente, como si se hubiese estado conteniendo desde hacía horas. Se llevó las manos detrás de la cabeza, balanceando el cuerpo hacia atrás.
—¿Soy yo o... realmente abrió los ojos? —murmuró, aún sin creérselo del todo—. Pensé que era un sueño.
Kaminari soltó una risa nerviosa, con las manos en los bolsillos y los hombros tensos.
—Nah, no fuiste la única. Lo juro, por un segundo creí que haría un chiste. Tipo: "¿por qué todos me miran como si me hubiera muerto?"
—No sería gracioso —añadió Tsuyu, caminando un poco más atrás, con los ojos ligeramente entrecerrados—. Aunque... fue un poco cliché, ¿no creen? Despertarse justo cuando empezamos a hablar. Como si estuviéramos en una serie. Kero.
Hubo una pausa. Luego, una risa contenida se escapó de Sero, y terminó contagiando al resto. Incluso Todoroki esbozó una mueca suave que podría considerarse una sonrisa.
Iida se acomodó las gafas, como siempre hacía al necesitar control emocional.
—Por favor, Asui. Mantén al mínimo los comentarios que rompen la lógica interna del momento.
—¿Eh? Pero fue divertido. Kero. —replicó ella, con el tono seco pero juguetón que solía usar cuando sabía que tenía razón.
Momo caminaba en el centro, las manos juntas sobre el estómago, con una expresión más serena, pero cargada de nostalgia.
—¿Creen que se pierda el Festival Deportivo? —preguntó con un tono bajo, casi para sí misma.
El ambiente se volvió más silencioso. La pregunta no era retórica. Pesaba.
Kirishima bajó un poco la cabeza, los brazos cruzados con firmeza, como si tratara de sostener la idea.
—Probablemente sí... pero mientras camine de nuevo... eso ya sería un milagro, ¿no?
—Agh, espero regrese pronto para acompañarme a perder en matemáticas —soltó Mina, con una risa amarga—. Desde que no está, seré la única atrapada con Ectoplasm. ¿Han probado sus ejercicios? ¡Son como ecuaciones del fin del mundo!
—Ese tipo tiene un problema —acompañó Sero, negando con la cabeza—. Nos dice "esto es fácil" y te lanza una fórmula que parece parte del código fuente de la Matrix.
Kaminari se rascó la nuca, forzando una sonrisa cansada.
—Al menos cuando Hades estaba, las preguntas iban a por él. O bueno... la mayoría, antes de que Ectoplasm nos colocase en su mirilla.
—¿Y eso se supone que es bueno? —preguntó Tsuyu, ladeando la cabeza con simpleza.
—¡No lo sé! —exclamó Kaminari, como si fuera una gran revelación—. ¡Pero al menos su forma de describir las fórmulas como si estuvieran vivas era divertida!
Una risa apagada recorrió el grupo otra vez, como una ola que no quería morir del todo. Había algo reconfortante en eso. Algo normal.
Todoroki, por su parte caminaba en silencio, pero su mirada se detuvo en la ventana del pasillo. Afuera, la luz anaranjada del atardecer tiñó su rostro de calidez.
—Estará bien —dijo, sin mirar a nadie, mientras se arreglaba el cabello.
Nadie se atrevió a contradecirla, mientras el grupo comenzaba a avanzar por el pasillo, aún intercambiando palabras entre murmullos.
Pero de entre el cardumen, una figura se adelantó con pasos decididos.
Su andar era firme, demasiado para el ambiente cálido que acababan de construir. Llevaba la chaqueta desabrochada, su cabello suelto moviéndose ligeramente con cada paso. Se detuvo justo a un lado de Bakugo, lo observó con un gesto inconfundible, y luego se giró hacia Ochako.
—Nosotros nos vamos primero —dijo, sin dar espacio a réplica.
Bakugo frunció el ceño, pero antes de que pudiera abrir la boca, Akemi ya lo había tomado por la muñeca, como quien arrastra a alguien hacia una emboscada emocional. Luego extendió la otra mano hacia Ochako, con una sonrisa que parecía cordial... pero no del todo.
—Ven, Ochako-chan. Vamos a tomar algo. Hace tiempo que no compartimos... los tres —remarcó esa última palabra con una naturalidad engañosa.
Ochako parpadeó, algo confundida, pero asintió al ver que Akemi ya había dado media vuelta. Bakugo masculló algo entre dientes, pero no se soltó. No con fuerza. No con intención real.
En menos de cinco segundos, los tres ya se alejaban por el pasillo perpendicular, fundiéndose con las luces más frías del hospital. El eco de sus pasos se desvanecía lentamente, dejando un rastro de incertidumbre.
El grupo principal se quedó mirando en silencio por unos segundos.
Un poco más adelante, Mina se giró hacia atrás, su cuerpo en movimiento constante, como si no pudiera sostenerse quieta.
—Por cierto... ¿notaron lo de Akemi-san? Esa manera en que agarró a Bakugo y a Ochako. ¿Nadie más sintió que los estaba empujando a una cita?
Kaminari abrió los ojos, comprendiendo casi de inmediato.
—¡Sí! ¡Literalmente se los llevó de rehénes!
Sero silbó por lo bajo.
—Eso fue intenso... ¿O será que ella también va? ¿Una cita de tres?
Kirishima se detuvo un momento y alzó la vista al techo, como si buscara respuestas ahí arriba.
—¿No les parecía que Akemi y Hades tenían más química? O sea, esa tensión rara... esa forma en que se hablaban... —Rascó su nuca, algo incómodo—. Yo pensaba que ellos serían la parejita del curso.
—Yo también, kero —asintió Tsuyu, sin más.
Momo suspiró. No con fastidio, sino como quien cierra un libro tras leer demasiado. Nadie respondió, no encontraron las palabras para describir lo que sentían, y decidieron seguir el camino. Kinoko, algo incómoda por el tema tratado, desapareció del grupo por otro pasillo.
Más adelante, la luz del hospital se volvía más tenue, los pasos más tranquilos.
Kirishima, cansado del silencio, se cruzó de brazos mientras apoyaba el peso de su cuerpo en la pared. Su sonrisa era ambigua, como si intentara entender algo que aún no le cerraba del todo.
—Oigan... ¿se acuerdan de cuando estaba en el hospital? —preguntó, rompiendo el hilo de pensamientos que se había formado tras la última conversación—. Cuando ese Nomu casi nos revienta y nos mandaron directo acá... justo cuando Hades seguía en cirugía.
—¿Sí...? —asintió Sero, ajustando su camisa—. ¿Por qué lo dices?
Kirishima soltó una risa breve.
—Bueno... Cuando estaba despertando, pude oír la conversación entre Bakugo y Akemi. Fue rarísima... —negó con la cabeza, levantando un dedo—. No rara, sino intensa. Como si estuvieran a punto de golpearse o besarse en cualquier momento. ¡Coqueteaban como si se hubieran olvidado de que estaba ahí!
Los chicos rieron, y hasta Iida tosió disimuladamente, claramente incómodo pero sin negar el punto.
—¡Kirishima-san, escuchar ese tipo de conversaciones es de mala educación —regañó Iida, ajustando sus lentes.
—¡Tenía una pierna rota y ambos brazos enyesados!
—Oh...
—¿De verdad fue tan incómodo? —interrumpió Mina, tomando el foco de atención—. ¡Debió ser como ver un drama de televisión en vivo! —Se apoyó en el hombro de Tsuyu, risueña—. Akemi está armando su propio harem, lo digo en serio.
Kaminari alzó una ceja.
—¿No sería el harem de Bakugo?
Tsuyu, con su típica calma, ladeó la cabeza.
—Kero. Por lo que vemos, Akemi es la que manda. Si hay un harem, es el suyo.
La risa fue general. Incluso Hagakure, invisible como siempre, alzó la voz con algo de picardía.
—Además, recuerden lo que dijo Akemi... ¿no vive Hades con ella?
Eso generó un breve silencio. No incómodo, pero sí cargado de pensamientos cruzados.
—Eso es un poco raro —musitó Sero, mirando al techo—. Aunque conociendo a Akemi, probablemente solo lo vea como un amigo cercano. Ya saben, de esos que cuida... a su manera.
—Sí, no creo que pase nada más —agregó Momo, con tono firme aunque levemente analítico—. Ella es práctica, no creo que mezcle las cosas tan fácilmente.
—Aunque no sé qué es más complicado... —suspiró Kirishima con las manos en la nuca—. Las matemáticas de Ectoplasm o las relaciones entre ellos.
Todos se rieron, hasta que Jirou, que estaba un poco alejada, giró apenas la cabeza y dejó caer su comentario con una naturalidad estudiada:
—Tal vez... un día esté Hades también.
Varias cabezas se voltearon hacia ella. Momo ladeó la cabeza. Mina la miró con sorpresa. Incluso Todoroki, con sus ojos gélidos, la observó en silencio, sin emitir palabra.
—¿Qué? —Jirou frunció el ceño y se cruzó de brazos—. No me digan que les gusta ese malhablado gruñón.
—¡No! —respondieron al unísono varias voces femeninas.
Pero luego, poco a poco, los gestos cambiaron. Momo entrelazó los dedos con calma, Mina se encogió de hombros con una sonrisa pequeña, Hagakure dejó salir un pequeño suspiro y Tsuyu... simplemente ladeó la cabeza.
—No es eso —continuó Mina, sin dejar de sonreír—. Solo... nos interesa. No diríamos que no a una cita, ¿verdad?
—Mhm, yo aceptaría una salida —asintió Hagakure.
—Aunque según su personalidad, creo que nunca pasará —añadió Momo, soltando un suspiro.
—Kero. Según lo que vimos, el solo hace caso a golpes... —agregó Tsuyu, como si fuera una obviedad.
—¡Hay que ser proactivas para esa galleta seca insípida con relleno de mermelada fría! —añadió Mina, con una sonrisa mientras negaba con la cabeza.
Todoroki no dijo nada. Bajó la mirada, su expresión impenetrable, pero sus dedos se tensaron por un segundo formando un puño.
Jirou rodó los ojos, pero una ligera sonrisa se dibujó en sus labios.
—Qué grupo más raro somos... —murmuró, aunque con una calidez que traicionaba su tono de burla.
El grupo siguió caminando por el pasillo, sus voces entremezclándose con los pasos suaves y el eco de risas tenues. Por un momento, aunque fuera breve, se sentía como si la normalidad estuviera a punto de regresar.
Iida, por su parte, decidió tomar el liderazgo y levantó la mano como si aún estuvieran en clase, aunque caminaban por el pasillo rumbo a la salida.
—¡Propongo cambiar de tema! —declaró, con la voz clara y los pasos marcados—. Nos quedan tres días libres. Sería prudente aprovechar el descanso... ¿qué tal si vamos por un helado?
—¡Sí! —exclamó Mina al instante—. ¡Helado suena a paz mental!
—Kero. Es una buena idea —apoyó Tsuyu, balanceando ligeramente los brazos.
—¡Vamos, vamos! —añadió Sero, ya acelerando el paso
—¡Me elijo el clásico de chocolate! —vramó Kaminari, pasando junto a Jirou.
—El verdadero clásico es la vainilla —interrumpió ella, siguiendo al rubio.
Entre risas, bromas sobre sabores, y una breve discusión entre Jirou y Kaminari sobre cuál era el verdadero sabor clásico, el grupo abandonó el hospital con una energía que no sentían desde antes de la USJ.
[Mientras tanto...]
El cielo comenzaba a encenderse en tonos naranjas y dorados mientras caminaban por la acera ancha, entre el murmullo de la ciudad. Akemi iba en medio, el paso firme, la espalda erguida. A su derecha, Bakugo caminaba con las manos en los bolsillos, intentando no mirar a nadie. A su izquierda, Ochako apretaba su bolso con nerviosismo, echando vistazos de reojo a ambos.
No decían nada. El silencio había consumido su ambiente por completo.
Hasta que Akemi frenó frente a un puesto de helados.
—Espérenme un momento... —susurró con una sonrisa suave, alejándose de ambos.
Con pasos firmes, pero con los dedos temblorosos, llamó la atención del vendedor.
—Hola... ¿podría darme tres conos?
—Claro que sí jovencita —asintió, secando su cuchara y sacando tres conos—. ¿De que le sirvo?
Akemi cerró los ojos brevemente, recordando los sabores favoritos de ambos, pero extrañamente, no pudo recordar su sabor favorito.
—Que sea uno de Fresa, chocolate oscuro y vainilla.
El vendedor, tan rápido como pudo, entregó los conos, aún intactos por el calor de la tarde.
Akemi los sostuvo con cuidado, uno en cada mano, el suyo en cambio, lo sujetó entre un látigo negro.
Respiró profundamente y giró lentamente hacia ellos.
Los helados en sus manos dudaron del ambiente. Pequeñas lágrimas comenzaron a formarse desde sus cabezas, tensos pero interesados.
Y sin aviso previo, habló.
—Amo a los dos.
El silencio se volvió espeso. Bakugo se tensó al instante, como si las palabras lo hubieran golpeado en el estómago. Ochako abrió los ojos, incapaz de ocultar su sobresalto. El heladero abrió mucho la boca, al punto de que literalmente chocó contra el suelo.
Pero Akemi, sin importar como el heladero empezó a irse, continuó, con voz firme, sin miedo.
—No se trata de elegir. Nunca se trató de eso —negó con la cabeza, adelantándose a los pensamientos de ambos—. Cada uno de ustedes... me mostró algo diferente. Me ayudaron a seguir caminando. A veces me salvan sin saberlo —miró al suelo, recordando todas las veces que ellos la ayudaron. Que la salvaron—. Me hacen reír. Me hacen sentir que... que el futuro puede ser algo bueno.
Los miró. Sus ojos brillaban con los recuerdos del pasado, de un futuro que, aunque estuvo lleno de desastres, aún recordaba las mañanas juntos, las tardes de estudios, esfuerzos y entrenamientos extenuantes, pero sobre todo, recordaba las cálidas noches que pasaban juntos sin miedo a tener un mañana.
Esos recuerdos, aunque efímeros, golpearon su confianza. Sus brazos dudaron, mientras sentía como los helados empezaban a derretirse.
—No importa cuánto tiempo pase, ni cuántos errores cometamos. Voy a hacer que esto funcione. Voy a construir algo real con ustedes —pausó, sintiendo como sus piernas dudaban de su confianza—. Quiero que estemos juntos, los tres... y no me importa si el mundo no entiende... mientras ustedes estén conmigo.
Entonces extendió los brazos, el helado en cada mano. Sus palabras fueron claras, suaves como una promesa:
—¿Están dispuestos a recorrer ese camino conmigo?
Un segundo. Dos. Luego tres. El mundo pareció contener la respiración.
Bakugo la miró. Fijamente. Sin arrogancia. Sin palabras, no sabía que sentir.
Ochako también. Vulnerable. Honesta. Temblando solo un poco, su lengua había desaparecido casi por completo.
Y al mismo tiempo, sin decir una sola sílaba... ambos alzaron las manos y aceptaron el helado.
Akemi sonrió. No como quien gana. Sino como quien encuentra un hogar. El silencio fue tan denso como una manta mojada. Y lentamente, retomaron sus caminos.
El tiempo pasaba, el sol comenzaba a despedirse tras algunos edificios. Y los tres cambiaban esta vez más cerca que antes.
—Bueno... —dijo tras una lamida al suyo—. ¿Recuerdan el primer día de clases? La prueba de aprehensión de Quirks...
Ochako soltó una risita, más liviana ahora, por el cambio de tema.
—¡Pensé que Aizawa nos iba a expulsar a todos! Su cara daba miedo.
—Ese viejo era una sombra con vendas —murmuró Bakugo, medio gruñendo—. Nos miraba como si fuéramos esclavos de un circo.
—Tienes cero tacto —respondió Akemi, dándole un codazo—. Pero sí... hasta a mí me puso nerviosa. Fue un día raro, ¿no?
—Y tú pasaste como si fuera un paseo —bufó Bakugo, mirándola de reojo.
—Tú también, no finjas. Aunque admito que te veías muy frustrado tratando de mantenerme el ritmo.
Ochako rió más tranquila ahora. El ambiente se aligeraba poco a poco.
—Por un momento creí que Hades se iría.
—Ese idiota arrogante... —gruñó Bakugo, dándole una mordida a su helado—. Tiene suerte de no haber sido expulsado.
—Y después, las clases. ¿Recuerdan la primera de Ectoplasm? —agregó Akemi, mirando de reojo a ambos.
Bakugo hizo una mueca.
—Tch. Ese maldito con sus problemas imposibles. Un día me va a explotar la cabeza.
—¿Solo un día? —Akemi rió, picándole el hombro—. Yo lo disfruto bastante.
—Claro que sí —respondió Ochako—. A ti se te da bien... Yo necesito como tres horas para entender una sola ecuación.
—No es tan complicado si entiendes el patrón —murmuró Akemi, pero sin sonar altiva.
—Siempre dices eso —replicó Bakugo—. No todos tienen un procesador nerd en la maldita cabeza.
Rieron los tres, esta vez de forma más sincera.
—Al menos con Cementos la cosa mejora —suspiró Ochako—. Su clase de literatura me gusta. Leer y hablar sobre los libros, eso sí lo entiendo.
—Es como una pausa entre tanto caos —añadió Akemi, cerrando los ojos un momento—. Me agrada cuando nos deja compartir nuestras interpretaciones.
—Sí, hasta tú lloraste con esa novela de la chica que perdió a su hermano —dijo Bakugo con una pequeña sonrisa ladeada.
—No lo negaría —respondió ella con voz tranquila—. Era una historia hermosa.
—Y luego está Present Mic —Ochako levantó las cejas, lamiendo tranquilamente su helado—. Su clase es tan... extravagante.
—¿Extravagante? Es como si estuviera en un concierto de rock mientras intento conjugar verbos —suspiró Bakugo, fingiendo gritar con un gesto exagerado.
Akemi soltó una risita, y entonces dijo con una chispa divertida en los ojos:
—Al menos tú sabes pronunciar. Hades... bueno, su inglés es un crimen de guerra.
Bakugo soltó una carcajada tan brusca que casi se atraganta con su helado.
—¡Eso sí! Ese tipo no puede decir "how are you" sin sonar como si invocara un demonio.
Ochako también rió, cubriéndose la boca.
—¡Pobre! ¿No se supone que era un dios?
—¡Sí! —agregó Akemi, divertida—. Pero creo que los dioses inventaron el japonés por su culpa.
El trío compartió un momento de risa, pequeño pero honesto. Aunque la tensión de antes no había desaparecido por completo, ahora era más como una nota suave al fondo, como un latido que no incomoda, sino que recuerda lo que late detrás de las palabras.
....
El sonido del teléfono vibrando en el bolsillo de Akemi rompió la tranquila caminata. Ella sacó el celular, y al ver el nombre en la pantalla—Mamá Inko adornado con un corazón—sonrió con ternura.
—Un segundo... —dijo a sus acompañantes, antes de responder—. Hola, mamá.
—Akemi, cielo. ¿Dónde estás? —preguntó con voz cálida, con ese tono que era mitad preocupación, mitad dulzura.
—Comiendo helado con Kacchan y Ochako-chan —respondió con una sonrisa, dejando que su voz se relajara.
Inko soltó una risita suave al otro lado.
—Ah, me imaginaba. Bueno, solo quería avisarte que ya estoy en el hospital. Hades despertó hace poco y... bueno, ya sabes cómo es, no quiere quedarse quieto —soltó una pequeña risa, solo ahogada por su otra mano—. También traje a Toga conmigo. No quería dejarla sola.
—Claro, lo que faltaba... —dijo en voz baja, antes de recomponer su tono—. No dejes que ese tonto se quite las vías, por favor.
—Lo intentaré. Pero ya sabes que ese niño tiene mañas de gato callejero.
—Te quiero, mamá —terminó, mirando como sus dos acompañantes la miraban fijamente.
—Y yo a ti... Pero, recuerda no llevar a tu Kac—
Colgó, interrumpiendo la última frase, y al volverse, notó las miradas curiosas de sus dos acompañantes.
—¿La tía Inko? —preguntó Bakugo.
—Sí. Está con Hades y Toga en el hospital. Asi qué... tengo que volver pronto.
—¿Toga? —repitió Ochako, frunciendo el ceño—. ¿Quién es ella?
Akemi sonrió con una mezcla de calidez y picardía.
—La nueva integrante de la familia.
Los dos la miraron como si acabara de anunciar que tenía una segunda cabeza.
—¿Eh? —soltaron al unísono.
—Así como adopté a Hades de la calle, mamá ahora adoptó a una niña que también vivía ahí. Tiene un carácter algo extravagante, pero... es especial.
Bakugo cruzó los brazos, escéptico. Ochako parecía más sorprendida que molesta.
—¿Y viven todos contigo?
—Sip. Mamá tiene mucha paciencia... y espacio de sobra —confesó encogiéndose de hombros, antes de girarse ligeramente y agregar con tono juguetón—. Mañana podríamos ir juntos a visitarla. Así aprovecho y les presento oficialmente a mis parejas.
Los dos se atragantaron con la galleta del cono.
—¡Akemi-chan! —exclamó Ochako, sonrojada— ¡Dijimos que íbamos paso a paso!
—¡No digas esas estupideces tan tranquilamente! —gruñó Bakugo, mirando hacia otro lado con las orejas ardiendo.
Akemi soltó una risita.
—Lo sé, lo sé. Era broma... o tal vez no.
Y con el atardecer dorando sus figuras, siguieron caminando, el silencio cubierto por risas nerviosas y el dulce sabor del cono.
[Hospital de Musutafu]
El aroma del desinfectante flotaba suave en los pasillos, mezclado con el murmullo distante de monitores, pasos y voces apagadas por las puertas. Inko caminaba con paso firme y natural, su bata blanca ondeando a cada zancada medida. A su lado, Toga parecía una sombra tensa, caminando con pasos cortos, casi temerosos, con las manos crispadas al frente.
Sus dedos temblaban.
No por frío, sino por algo más profundo. Inseguridad. Miedo. Ansiedad. Como si cada paso la acercara a una verdad que aún no sabía si quería oír.
En su cabeza giraban pensamientos caóticos: ¿Y si me rechaza? ¿Y si se asusta? ¿Y si me odia por lo que soy? ¿Y si... me pide que me vaya? Las posibilidades se enredaban como espinas alrededor de su pecho.
Inko no tardó en notarlo.
Con una sonrisa suave, casi imperceptible, le posó una mano sobre la cabeza.
—Estás bien, cariño —dijo, con voz cálida, acariciando su cabello desordenado con dulzura—. Respira. Todo va a estar bien.
Toga tragó saliva con dificultad, sin atreverse aún a responder. Su cuerpo se tensó, pero no se alejó. La calidez en la mano de Inko se sentía extrañamente segura.
Ambas llegaron al ascensor. El sonido de las puertas deslizándose marcó la transición. Subieron en silencio, con el zumbido bajo de la máquina acompañando el latido acelerado en el pecho de la chica.
Frente a la puerta 316, el Dr. Ishikawa las esperaba con su acostumbrado rostro sereno. Sostenía un portapapeles entre los dedos. Al ver a Inko, asintió con respeto.
—Despertó hace unas horas —informó—. Se encontraba estable, algo débil, pero consciente. Luego la heroína Recovery Girl lo puso a descansar con una dosis de su quirk. Está dormido ahora, pero sin complicaciones.
—Gracias, doctor —asintió Inko con voz profesional, tomando el portapapeles con respeto.
Mientras lo revisaba, alzó una mano para sujetar su cabello hacia atrás, girando el cuello con la naturalidad de una rutina hecha mil veces.
Entonces, miró de reojo a Toga. La muchacha tenía el cabello suelto, desordenado, sin sus característicos moños laterales. Parecía más pequeña sin ellos. Más vulnerable.
Inko sonrió con ternura, y del bolsillo lateral de su bolso, sacó un gran coletero de tela, suave y grueso, de color lavanda. Sin pedir permiso, se acercó, apartó los mechones del rostro de Toga con una paciencia maternal, y recogió todo su cabello en una coleta alta, sujeta por el moño de tela.
—Ahí tienes —dijo—. Ahora pareces lista para algo bonito.
Toga no supo qué decir. Se tocó el moño con lentitud, bajando la mirada, sus mejillas tomando un tono apenas rosado.
El doctor Ishikawa, con una sonrisa ligera, se desvaneció en una luz suave, partículas brillantes que se elevaron al techo como motas de polvo flotando en un rayo de sol.
—Buena suerte, enfermera —habló antes de desaparecer por completo.
Unos minutos más tarde, Inko abrió la puerta.
La habitación estaba iluminada por una luz tenue, cálida. Las cortinas estaban cerradas, apenas dejando filtrar una línea de luz natural. El ambiente era silencioso, salvo por el suave beep rítmico del monitor cardíaco.
Y allí, en la cama del fondo, estaba él.
Dormía de lado, levemente encorvado, con un brazo sobre el abdomen y el otro extendido hacia el borde. Su respiración era tranquila, roncando suavemente. Su rostro, aún algo pálido, estaba despejado de vendas por primera vez. Las cicatrices como relámpagos blancos cruzaban su mandíbula, evidencia muda del toque letal de Shigaraki.
Ya no había vendas sobre su torso, solo parches, gasas y algunas costuras aún frescas. Su cabello caía sobre la frente, más desordenado que de costumbre.
Toga se acercó con pasos lentos, casi reverenciales. Sus ojos lo escaneaban, no como depredadora, sino como testigo de una obra rota.
Cada punto de sutura, cada cicatriz, cada vendaje... eran memorias talladas a fuego.
Mientras tanto, Inko revisaba el monitor, tomaba notas en el portapapeles y verificaba los niveles de suero en la intravenosa. Hacía su labor con precisión, como quien cuida una flor dañada que aún puede florecer.
Toga no despegaba los ojos de él. Bajó un poco la cabeza, inclinándose, con las manos cerradas sobre su pecho.
—¿Qué estará soñando...? —pensó.
La habitación estaba en silencio. Solo el sonido de la respiración leve, el latido del monitor y el murmullo de un alma que no sabía si debía quedarse... o despertar del todo.
[Mente de Hades]
Negro. Solo negro. No de ausencia, sino de peso. Un vacío tan espeso que dolía respirar, si acaso aún respiraba.
El mundo no existía. Ni arriba, ni abajo. Solo la certeza de que estaba dentro. No de un sueño, sino de sí mismo. En el útero muerto de su propia memoria.
Y sin embargo, algo avanzaba.
Clack.
Un paso. Luego otro. Sus pies golpeaban el vacío como si este fuera sólido. Un mármol sin forma, sin luz, sin reflejo. Pero cada paso dejaba un eco. Un sonido hueco, seco. Como huesos.
Clack.
—¿Otra vez aquí...? —susurró Haruto. Su voz era una brisa en el pecho. Sin miedo. Solo cansancio.
—No seas llorón —respondió Hades, sin pensar. Su tono era el mismo de siempre: entre fastidiado y protector. Como un hermano mayor que nunca pidió serlo.
La oscuridad respondió con una tenue iluminación. Una esfera blanca apareció bajo sus pies. Luego otra. Y otra más. Como luciérnagas ordenadas en un camino que no existía un segundo antes.
Y entonces, apareció el suelo.
Blanco. Frío. Tallado como mármol, pero irregular. Como hueso pulido a fuerza de sufrimiento. El camino se extendía en la nada, recto como una sentencia.
A los lados, las paredes comenzaron a crecer. Al principio, invisibles. Luego, palpables. Con ellas, llegaron los cuadros.
El primero emergió sin aviso. Un marco de madera vieja, labrado con símbolos de tiempo olvidado, se abrió a su derecha como una herida en la pared.
Y dentro, la pintura.
Un niño, sucio, con la ropa rota y los ojos como faroles en noche cerrada, sonreía con una felicidad tan pura que dolía verla. Junto a él, un hombre viejo, con la rodilla clavada en el suelo, acariciaba su cabeza con una ternura contenida. Su rostro estaba difuminado, como si el pincel hubiese temido captarlo, pero su barba, grande, descuidada, brillaba con la luz de una memoria demasiado viva.
La placa en el marco decía:
"El emperador."
Hades se detuvo.
Haruto, en su interior, guardó silencio. Pero el silencio era cálido. Compartido.
Su visión, casi obsesionada en el cuadro, se vió resignada a seguir caminando cuando nuevos marcos comenzaron a emerger desde las paredes del pasillo.
El segundo cuadro era más íntimo. Un callejón angosto, mojado por la lluvia invisible. Ahí, Haruto —más alto, más delgado, con la mirada triste pero firme— sostenía en sus brazos a un niño más pequeño. Le daba un pedazo de pan endurecido, mientras su otra mano acariciaba su cabello enredado. No había alegría, pero sí una extraña paz. Como si, en ese instante, todo hubiera estado bien.
La placa:
"El sol."
Ambos se tensaron, Haruto apartó la vista, sosteniendo su cabeza con firmeza, Hades en cambio, frunció el ceño, sintiendo como su ojo palpitaba con solo tratar de recordarlo.
No se detuvieron por más tiempo hasta que vieron... al tercero.
Pero no había pintura esta vez.
Solo un marco cubierto por una manta roja, raída en los bordes. Bajo ella, asomaba apenas un cuerno amarillento, quebrado. Y más atrás, dentro del lienzo cubierto, se vislumbraba una burbuja translúcida, de un tono amarillo pálido, como si la escena estuviera atrapada en una cápsula de cristal.
Hades se quedó quieto, sus ojos se abrieron como estrellas resplandeciendo en memorias que no podría recordar.
Haruto bajó la mirada, negándose a apreciar la pintura.
La placa:
"Los amantes."
—¿Que mierda son esos nombres extraños...?
—No lo sé —murmuró Haruto, queriendo salir del lugar.
Pero, contra su voluntad, siguieron avanzando.
El pasillo se abría, revelando más cuadros. Algunos mostraban momentos suaves: él y el niño mirando el cielo desde un tejado, los pies colgando al vacío. El padre pescando con palos improvisados, riendo sin rostro. Otro, con él corriendo bajo la lluvia mientras el niño lo perseguía.
Pero la mayoría de los cuadros donde aparecía el niño... estaban cubiertos. Tapados con velos rojos, como cadáveres que aún no debían ser exhumados.
Los cuadros con la placa de "los enamorados" estaban cubiertos con telas más gruesas, de terciopelo oscuro. A diferencia del primer cuadro, ningún detalle se escapaba de estos. No había dedos, ni cabellos, ni sombras. Solo ausencia.
Los cuadros del padre eran los únicos completamente visibles. Pero incluso ellos ocultaban el rostro bajo manchas deliberadas, como si el sueño no pudiera sostener el recuerdo completo.
—Hemos afrontado su muerte...
—Pero, no nos perdonamos...
Y entonces, después de un largo andar entre cuadros ocultos por telares, llegaron a la sala.
Un círculo amplio, sin techo. Las luces eran más tenues, como si la conciencia comenzara a tirar del otro lado.
En el centro, un trono de huesos ennegrecidos se alzaba, alto y cruel. No parecía un asiento, sino un altar. De castigo. De juicio.
A cada lado, un estante de cristal flotaba en el aire.
A la izquierda, el guantelete de huesos, todavía manchado con cicatrices de energía, reposaba inmóvil. Latía débilmente, como un corazón dormido.
A la derecha, la gran espada de hueso, aún con rastros del último combate. El mango parecía hecho con cuero y vértebras, la hoja, de fémures pulidos.
Y por encima del trono, justo en lo alto, un tercer estante.
Este estaba cubierto por una manta roja, pesada, que apenas se movía por una brisa que no existía. Pero debajo, algo palpitaba. Algo aún no nacido. Algo que aún dolía demasiado.
Hades no lo miró directamente, pero sintió como su mente se apagaba con solo su presencia.
Ambos suspiraron con pesadez, pero en ese momento, el trono comenzaba a rasgarse con la luz del mundo real.
El pasillo, los cuadros, los estantes... se deshacían como cenizas al viento.
Hades no se resistió. Solo miró una vez más el primer cuadro.
El niño aún sonreía.
la resignación cubrió las mentes de ambos, sintiendo envidia por la inocencia que aún portaba ese niño.
....
El despertar fue lento. Como si regresara del fondo de un pantano de miel oscura. No dolía... pero pesaba.
Sus ojos, aún cargados por la sombra del sueño, se negaban a abrirse del todo. Ardían. Como si hubieran visto demasiado en muy poco tiempo.
A su alrededor, todo era tibio. Un calor quieto, denso, que olía a té frío y lavanda. Pero había algo más. Algo muy cerca. Demasiado cerca.
Una respiración.
Suave. Rítmica. Justo frente a su nariz.
Hades entreabrió los ojos.
Lo primero que vio fue blanco. Luego, un destello de oro.
Y finalmente, cuando la miopía le dibujó el mundo con trazos borrosos, distinguió un rostro frente al suyo.
Una chica. Pálida. Sus ojos amarillos eran redondos, inquisitivos... y estaban peligrosamente cerca de los suyos.
—Hola... —susurró ella, con la voz de quien acaricia algo que podría romperse si se eleva un poco el tono.
Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, algo se colocó sobre su rostro. Un leve toque en la nariz.
Las gafas que Momo habia hecho antes, ahora flotaban en el aire, hasta posarse suavemente sobre su rostro con una precisión imposible para unas manos.
Al girar los ojos —ya más enfocados— la vio..
Inko, estaba de pie, sus ojos brillaban en un tenue color verde, su cabello se levantaba apenas un poco y una sonrisa... pequeña pero peligrosa, nacía con calidez.
Esa clase de sonrisa que no decía "bienvenido", sino "estás en la cuerda floja". Un gesto delicado como el filo de una aguja.
Hades tragó saliva.
La chica frente a él, en cambio, pareció más tranquila al verlo enfocar la mirada.
—Me llamo Himiko —habló, bajando un poco la cabeza, con timidez honesta, aunque sus dedos jugueteaban con el dobladillo de su manga—. Himiko Toga... gracias por no morirte, supongo jejeje...
Su risa fue nerviosa. Un hilo de sonido entre dos silencios.
Hades la observó mejor ahora. Su expresión no era peligrosa, al menos no aún. Era incómoda, sí, como si no supiera qué hacer con su cuerpo. Pero había algo sincero en su voz. Algo roto, pero no maligno.
—Hades —respondió él, escueto, aún sintiendo el peso del sueño en los párpados.
Luego, dudó.
—Bueno... técnicamente también me llamo Haruto, pero... es complicado.
Toga levantó las cejas, como si eso no fuera nada extraño.
—Yo también soy complicada. Pero Inko-mama dice que eso está bien —comenzó, sintiendo como el escalofrío escalaba desde su espalda—. ¿Ella siempre sonríe así? —preguntó en voz baja, casi un susurro, inclinándose hacia él como si compartiera un secreto.
—Sí... —respondió sin pensar, apenas conteniendo un escalofrío—. Da más miedo que la mayoría de imbéciles con los que he peleado.
Toga rió. Una risa pequeña, casi infantil.
Por un segundo, sus ojos se encontraron. No como amenaza. No como amenaza aún.
Era... curiosidad.
Dos figuras dañadas, rotas en lugares distintos, reconociendo esa fractura en el otro como si fuera familiar.
Inko, desde la distancia, los miraba con la paciencia de una madre... y la mirada de una leona.
Y entonces Hades lo sintió.
Por primera vez en mucho tiempo, una extraña sensación en el pecho nació.
Era la calidez que perdió desde su infancia.
CONTINUARÁ.