Mil años habían pasado desde la derrota del último gran enemigo del multiverso.
Yuuki, el arquitecto del caos, había caído. El equilibrio estaba restaurado.
Y el Reino de Tempest... reinaba como centro de cultura, poder y sabiduría.
Su soberano, Rimuru Tempest, era más que un dios. Era una leyenda viva.
Y, curiosamente, estaba aburrido.
En la sala más alta del Palacio de la Eternidad Estelar, una reunión se llevaba a cabo.
Alrededor de una mesa circular tallada con runas del tiempo, los Diez Guardianes Supremos del Imperio escuchaban atentamente mientras Rimuru, en su forma humana de cabello plateado y ojos dorados, hablaba con una sonrisa despreocupada.
—Me voy de vacaciones.
Benimaru alzó una ceja.
—¿Vacaciones?
—Sí. A otro mundo. Uno más simple, con menos magia y menos responsabilidades. He encontrado un plano con flujo temporal distinto. Para mí será una década, pero para ustedes solo pasará un año.
Testarossa entrecerró los ojos.
—¿No es riesgoso desaparecer tanto tiempo, aunque para nosotros no lo parezca?
—Confíen en mí. Ese mundo no tiene nada que pueda hacerme daño —respondió Rimuru, girando un dedo en el aire—. No voy a interferir con su política, ni a actuar como un dios. Solo quiero relajarme y... abrir una panadería.
Silencio.
Zegion ladeó ligeramente la cabeza.
—¿Panadería?
—Sí. Frente a un lugar llamado Academia Kuoh, en el mundo humano de ese plano. Es una zona neutral entre varias razas sobrenaturales. Tiene buen tráfico de estudiantes, y el pan que hacen allá es... inaceptable.
Diablo inclinó la cabeza con una sonrisa oscura.
—Mi señor, si va a instalarse en un entorno habitado, al menos permítanos acompañarlo. No para luchar... sino para servirle.
Souei dio un paso al frente, su voz calmada.
—Coincido. Puedo permanecer oculto en las sombras. Nada lo molestará sin que yo lo sepa.
Rimuru suspiró.
—Van a discutir hasta convencerme, ¿verdad?
Los diez lo miraron, firmes pero respetuosos. Incluso Guy Crimson, presente por puro capricho, se limitó a encogerse de hombros.
—Está bien. Diablo, Souei... vendrán conmigo. Pero nada de destruir cosas, ni invocar portales infernales, ni torturar clientes que se salten la fila, ¿entendido?
—¡Por supuesto, Rimuru-sama! —respondieron ambos al unísono.
Rimuru sonrió, y una puerta dimensional se abrió frente a ellos. Una mezcla de energía mágica, divinidad y estructuras cuánticas se entrelazaba en el vórtice.
—Les dejo Tempest por un año. No destruyan nada mientras no estoy. Y por favor... que Guy no termine gobernando el continente.
—¡Oye! —protestó Guy.
Sin más palabras, Rimuru cruzó el portal.
Diablo lo siguió con paso orgulloso.
Souei desapareció en un parpadeo, deslizándose en la sombra del amo.
Al otro lado, en una calle tranquila frente a la Academia Kuoh, apareció una pequeña construcción mágica disfrazada de cafetería tradicional japonesa. Aún vacía, aún sin nombre.
Pero en su interior, ya comenzaban a hornearse los primeros panes.
Y con ellos, una nueva historia estaba a punto de comenzar.