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Harry Potter y El Fuego Eterno

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Synopsis
Sinopsis: Hogwarts: Harry Potter y el Fuego Eterno Matt murió joven, con el alma rota y muchas preguntas. Pero al borde del olvido, una voz lo llamó... y le dio una nueva vida. Renacido en un mundo lleno de magia, enfrentó la pérdida desde niño. Huérfano, solo y marcado por un fuego que no entendía, vivió en las sombras hasta que una carta de Hogwarts lo encontró. Allí conoció a Snape, quien fue la primera persona en ver quién era en realidad. Sin embargo, el mundo mágico no lo aceptó fácilmente. Su sangre muggle, su poder extraño y su mirada fría lo convirtieron en un misterio incluso para los magos más sabios. En su sexto año, Matt toma una decisión inesperada: dejar Hogwarts. Sabe que su camino va más allá de las paredes del castillo. Comienza su viaje como cazador de magos oscuros, buscando justicia, sentido... y respuestas. A los 20 años, regresa como profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. En Hogwarts lo esperan nuevas conexiones, secretos más profundos, y personas capaces de romper las barreras que rodearon su corazón desde siempre. [Acción + Magia + Romance + Harem + Misterio + Redención]
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Chapter 1 - Capitulo 1 –

Capítulo 1:

La habitación era blanca. Blanca como la nieve más pura, como el silencio más eterno. No había techo, ni suelo, ni paredes que lo encerraran. Solo la sensación de flotar en un vacío sereno, cálido, casi celestial. Matt Wordeis, con sus veinte años recién cumplidos, yacía allí, suspendido entre lo que fue su vida y lo que estaba por venir.

Una enfermedad cerebral rara, degenerativa, lenta y dolorosa, le había robado su juventud. Había sido un hijo amado, criado en una familia que lo apoyó hasta su último suspiro. No le faltó amor, ni cuidados. Lo que le faltó fue tiempo. Y ahora, ese tiempo perdido parecía desvanecerse mientras su alma se encontraba frente a alguien… indescriptible.

La figura lo miraba con ojos dorados, sin juicio, sin pena. Solo con una calma infinita.

—Matt —dijo la figura con voz suave, envolvente—. Lo hiciste bien.

Matt parpadeó. ¿Era el cielo? ¿Un sueño? ¿Una ilusión de su cerebro apagándose lentamente?

—¿Quién…? —alcanzó a decir, pero lo supo incluso antes de terminar la pregunta.

—Soy quien estuvo contigo desde el principio. En tus alegrías, en tu sufrimiento… Soy Jesús —respondió con una calidez tan poderosa que las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Matt.

No por miedo. Ni por tristeza. Sino por la paz abrumadora que sentía.

—¿Por qué yo? —preguntó él, con la voz entrecortada—. ¿Por qué me tocó así? Tenía una familia… sueños… No quería morir.

Jesús asintió con comprensión.

—No fue justo, Matt. La enfermedad fue cruel. Pero aún así… elegiste ser bueno. Elegiste seguir amando a pesar del dolor. Y por eso se te dará una segunda oportunidad.

Los ojos de Matt se abrieron con incredulidad.

—¿Una… qué?

—Una nueva vida. Una nueva historia. No sin dificultades, pero con una chispa que muy pocos poseen: magia.

Jesús extendió su mano. Y entonces Matt vio algo: imágenes, destellos. Un mundo diferente. Escobas voladoras. Castillos antiguos. Criaturas maravillosas. Hechizos. Duelos. Luz… y oscuridad. Una nueva historia lo esperaba. Una donde él sería más que un joven enfermo. Sería algo más.

—Pero... ¿por qué magia? ¿Por qué ese mundo? —susurró Matt.

—Porque ese mundo necesita un corazón como el tuyo. Fuerte, pero amable. Astuto, pero justo. Porque incluso en la oscuridad, tú decidiste mirar hacia la luz.

Matt no pudo decir nada más. Una lágrima cayó de su mejilla, justo antes de que una luz dorada lo envolviera por completo.

Y así comenzó su nueva vida.

——

La primera respiración fue un grito.

Un llanto agudo que rompió el silencio de la noche. Un bebé de cabello oscuro y ojos grises como la tormenta acababa de nacer en un callejón olvidado de Londres, bajo la lluvia. Nadie supo de dónde vino. Nadie lo esperaba. Solo apareció. Llorando. Vivo.

Fue una pareja de muggles, William y Sarah Moore, quienes lo encontraron. Caminaban por la zona tras haber salido tarde del hospital donde Sarah trabajaba como enfermera. Al oír el llanto, corrieron al sonido sin pensarlo. Allí, envuelto en una manta vieja, bajo una caja oxidada, encontraron al niño.

—Dios mío... ¿Quién dejaría a un bebé así? —susurró Sarah, alzándolo con ternura.

William miró alrededor, pero no había señales de nadie. Solo el eco de la lluvia. Sin pensarlo dos veces, lo envolvieron mejor y se lo llevaron. Lo bautizaron como Matt Moore.

Y desde ese día, fue su hijo.

Los años siguientes fueron simples, pero felices. Matt creció en una casa modesta, en un vecindario común. Sarah lo educaba con paciencia, enseñándole a leer desde los tres años. William le contaba historias de caballeros, batallas y valentía. Aunque sabían que Matt era "diferente".

Desde pequeño, mostraba una madurez que rayaba en lo sobrenatural. No lloraba por tonterías, no hacía berrinches. Observaba, pensaba. A los cuatro años, preguntó por qué había estrellas que desaparecían del cielo. A los cinco, leía libros que ningún niño de su edad entendía. Era curioso, reservado, y amable con los animales. Y aunque no lo decía, en su interior sabía que algo en él no encajaba. Que era diferente a los otros niños, pero no sabía el porque era diferente.

A los siete años, su vida cambió.

Una noche, mientras regresaban en coche de una visita al campo, un camión los embistió en la autopista. Fue rápido, brutal. El metal crujió. El coche giró. El mundo se detuvo.

Y cuando Matt abrió los ojos… estaba solo.

Ambos, William y Sarah, habían muerto al instante. Sus padres se habían ido, dolido, vio como el coche estaba destruido y como sus heridas le hacía llorar. Sus padres estaban en el suelo, aunque le gritaba que se pararan, no respondían.

Desesperado, el niño gateó fuera de los restos del coche. Llovía. Gritaba. Lloraba. Hasta que la rabia… la tristeza… la angustia… se transformaron en algo más.

Algo nuevo.

El aire tembló.

El vidrio del coche explotó sin tocarlo.

Y, sin saber cómo, los cuerpos de sus padres comenzaron a elevarse lentamente del suelo.

Matt no comprendía qué hacía. Solo… quería estar con sus padres, y solo decirle lo cuento los ama..., o al menos despedirse.

De la nada su cuerpo empieza a responder a sus emociones, algo sucedía a su alrededor.

——

Los cuerpos de William y Sarah flotaban suspendidos por encima de los restos del coche, como si el propio cielo se negara a dejarlos caer. Las gotas de lluvia parecían evitar tocarlos, como si hasta la tormenta comprendiera el momento sagrado que ocurría ante sus ojos invisibles.

Matt, de rodillas en el barro, con las manos extendidas y temblorosas, no sabía cómo lo estaba haciendo. Solo sentía el dolor. Un dolor que no se expresaba con gritos, sino con un silencio lleno de grietas. Un dolor tan profundo que rompía las reglas de la realidad.

—No se vayan… por favor… —susurró, con la voz quebrada, apenas un soplo.

Y el suelo, como respondiendo a su súplica, comenzó a abrirse.

Del barro emergieron raíces, piedras, tierra suelta, moviéndose como guiadas por una voluntad invisible. En pocos segundos, frente a él, se formaron dos cavidades rectangulares. No eran tumbas comunes. Eran suaves, cubiertas de musgo, como cunas para un descanso eterno.

Los cuerpos descendieron lentamente hasta quedar recostados con ternura en la tierra. Y entonces, sin que él pronunciara palabra alguna, la tierra comenzó a cubrirlos de nuevo. Primero sus pies. Luego sus rostros. Y, finalmente, solo quedó el silencio.

Matt no lloró más.

Solo cayó boca abajo sobre el barro, agotado, tembloroso, empapado. Su magia, aún salvaje, se había agotado junto con su alma. Allí, bajo la lluvia, en medio de una carretera olvidada, un niño de apenas siete años acababa de perderlo todo. Otra vez.

Pero también había despertado.

No entendía qué era aquello. No conocía el término "magia". No sabía que había cruzado un umbral que la mayoría de los humanos jamás vería. Solo sabía que el mundo ya no era seguro. Y que si podía enterrar a sus padres con el poder de su mente… entonces ese poder lo cambiaría todo.

Esa noche, Matt huyó.

No porque tuviera a dónde ir, sino porque algo en su interior —una voz antigua, profunda, casi animal— le susurró que debía correr. Que si lo encontraban, le quitarían aquello que acababa de despertar. Que lo encerrarían. Que le mentirían.

Así que corrió.