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EL ENIGMA DE LA PERRERA INFERNAL

Cesar_Matos
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Synopsis
Se cuenta por ahí que llevaron a un pobre hombre transformado en animal parlante a una perrera siniestra y oculta en los confines de un pueblo lejano, y que desde entones hasta el resto de sus días se encargarán de cuidarlo perfectamente, alegando que, por más problemático que sea, nunca lo dejarían escapar ó ¿sí qué lo harían?
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Chapter 1 - El Enigma de la Perrera Infernal

― Siempre he implorado mi libertad ―dijo Aetme.

― Exageras demasiado ―dijo Laura, su vecina boquineta, una dormilona suelta del sensible corredor hermético. ― ¿Qué te atrae hasta aquí perro pulgoso?

― ¡Soy un recluso de paladar exquisito, escuchó! ―, y con el hocico frágil, miraba incrédulo a la mujer que tenía frente a él. ―Apiádese mi señora. Por favor no cierre la celda, no me castigue de nuevo, piense en mi hambre y mi razón de sed no saciadas.

Al ver los ojos de Laura, chillones y vidriosos a la vez, Aetme se sintió extrañamente consolado. Mientras su cola se meneaba lentamente, pensó: «Tu cara es tan deliciosa. ¿Podrá ser que si te mordisqueo el rostro saciaría este deseo?»

― No lo sé ―dijo Laura que, vulnerable de lengua, la abanicó contra sus labios resentidos, tanto así, que los vapores migraron sin adiós. ― Pero es extraño que huela tan bien.

Era algo inusual por decir menos. Hacía mucho que en las cocinas de HomesWell, la perrera, ningún cocinero lograba despertar el apetito de la señorita Laura, ni incitar el hambre de los animales allí recluidos. Era un lugar peligroso, repleto de largos corredores, cuyas compuertas se abrían y cerraban solo para el personal y las visitas frecuentes del dueño y su clientela.

De hecho, con las compuertas cerradas, el calor que se vivía allí abajo era casi insoportable para cualquier ser viviente.

Sin embargo, Laura podía soportarlo, y se salvaba de errar en la oscuridad gracias a las aberturas que había en el techo y que otorgaban un resplandeciente halo de luz por cada tramo cruzado.

«Sus caderas son una invitación privada para mi paladar, cuya finura la hace la mujer perfecta. Una mujer que es amable, sencilla, y que alguna vez vivió en donde yo viví, en América del sur», insistió Aetme, divagando en su cabeza sin tomar en cuenta algún propósito claro sobre su situación actual.

Parecía estar provisto de otra fuerte necesidad de librarse de la bestia que tenía fuera, que resultaba ilógico para él convertirse en un hombre de nuevo, sino como la criatura a la que Laura tanto le hacía sentir lástima y, a veces, repulsión.

Aetme empezó a tornarse violento, o así aparentaba estarlo, ya que se encontraba ante una ambigüedad caprichosamente apetecible para él: «¡Debo matarla, devorarla viva, así podré saciar este cruel deseo que tengo emergiendo desde mis entrañas!».

Así que para poder engañar a Laura, le presentó algunas pasiones que él había guardado de su antigua conciencia. Mientras ambos se acercaban el uno al otro, Aetme extendiendo su pata mocha y cocida hacia la mano condescendiente de Laura, exclamó:

― Es una locura, ¿verdad? ¡Despresa al pobre frente a ti!

Pero por desgracia, nadie sino ella lo quería más que infeliz. Laura estaba lista para gritar como toda una loca, cuanto poco, bravísima al punto de azotar la pata a medio cocer de Aetme contra el suelo. 

Su vecina, su aparente amiga y…, especial carcelera, jamás lo alejaría de su eterno castigo dentro de HomesWell: La Perrera del Infierno.

― Sabes que no puedo. No, no sigas. ¿Te has visto? Mucho hago con estar pendiente de los animales. Ese no es mi trabajo. La comida se te será servida a su debido tiempo, Aetme, así que estate quieto y calla. Al jefe le gusta que el recinto esté, pues, ya sabes, silencioso. Pecador fastidioso. No me vengas a lamer los zapatos, tonto. 

Sucedió que, luego de que Aetme fuera enviado a la oficina del dueño de la perrera por su mal comportamiento, Satanás lo vio y le dijo:

― Ven acá perrito. ¿Estás listo para la terapia?

― Hoy cumpliré sentencia… Señor ―respondió Aetme, marcando las zancadas del sabueso hasta rondar erguido hacia su celda.

¿Por qué él de entre todos los perversos y tristes que andan libres por la naturaleza como uno de nosotros ha quedado prisionero de por vida? En realidad, ninguno de nosotros entenderá los pormenores de aquellas criaturas, dejadas a la suerte de sus dueños.

Ladraba. En su mente escurría cual si fuese un vertedero mugriento cualquier desdicha perecedera. ¿Nadie podía escucharlo? ¿Acaso ninguno de nosotros pudo verlo como realmente era?

Mucho se pierde al soñar muriendo.

Sin embargo, en aquel instante, la única necesidad que Aetme anhelaba para seguir adelante era, quizás, agonizar con el entusiasmo de quien vive, sin jamás hacerlo de veras.

Aetme, solo él entre la digestión. Un silencio ciertamente incómodo.

Detrás, en las sombras, en los rincones más inciertos y alejados de la perrera, se rumoreaba que solo los ansíanos conocían esas extrañas aberturas cuadradas que estaban repartidas en todos los corredores.

Ellos decían que cada una de ellas daba con lo que parecía ser el exterior o el portal a diversos mundos inimaginables. Un desafió puesto a una altura inalcanzable para todos lo que se encontraran debajo y quisieran salir pegando uno que otro brinco de total desesperación. 

Desconociendo, por supuesto, el motivo crucial de haberlos encerrado en HomesWell en primer lugar, si era que su bondad, su buen juicio, y su valor en el mundo real, los respaldaban de igual manera en este sitio abandonado de Dios.