Cinco minutos después...
Las instalaciones, antes vivas con actividad y gritos de órdenes, estaban ahora sumidas en un silencio espectral. Las defensas habían caído. El pulso de maná, liberado por las Iglesias en un ataque quirúrgico, había barrido todo: torretas, sellos, barreras mentales.
Y sin que nadie lo supiera… también desactivó la cápsula de E-34.
Con un sonido seco de gas liberado —shhhk— las compuertas de la cápsula comenzaron a abrirse lentamente. Una espesa niebla se deslizó por la sala, arrastrando consigo un líquido verdoso y viscoso, como el vómito de un dios enfermo.
Del interior cayó una figura humana. O al menos, algo que una vez lo fue.
Desnudo, cubierto de aquel fluido como si naciera de nuevo en un útero de cristal, el cuerpo del sujeto se desplomó como un saco de huesos. Pálido, flaco, casi cadavérico.
Entonces, de pronto, abrió los ojos.
Dos orbes rojo sangre se encendieron en la penumbra como brasas vivas.
Inhaló con fuerza. El aire entró en sus pulmones como cuchillas, provocando un dolor desgarrador. Tosió. Jadeó. Cada bocanada era como tragar fuego.
Sentía que tenía agujeros en el pecho. Que lo habían atravesado mil veces.
Y eso solo era el inicio.
Mientras su mirada trataba de procesar la maquinaria a su alrededor —tan fría, tan impersonal, tan ajena—, un dolor punzante se instaló en su cabeza. No era común. Era profundo, invasivo. Como si alguien estuviera rompiendo su mente con un martillo.
Se llevó las manos al cabello negro y enredado, apretando con fuerza. Gritó.
Entonces… comenzaron las visiones.
—A-2 despierta. Es hora de tu medicina.
Una imagen: una niña menuda, frágil, de cabello y ojos verdes.
Abrió los ojos con cansancio, pero con dulzura. Su voz era débil, pero clara:
—Abuelo… ya te dije que no me llames así. Me llamo Ofelia.
El hombre frente a ella suspiró.
—Y yo ya te dije que no soy tu abuelo. No soy tan viejo.
Ella sonrió.
—No me importa. Para mí, tú eres mi abuelo.
Él no replicó. Le tomó la mano con cuidado y la condujo por el pasillo hacia una sala iluminada artificialmente, donde esperaban los Minoris Clavus. La niña se detuvo al ver la mesa metálica, cubierta con instrumentos quirúrgicos.
—No… no quiero —susurró con lágrimas cayendo por sus mejillas—. Abuelo, por favor…
El hombre se agachó hasta quedar a su altura. Su voz fue suave, casi amorosa:
—Ofelia, es por tu bien… Tú serás una buena chica. Serás fuerte… por mí.
La niña bajó la mirada. Apretó su mano.
—Está bien… lo haré por ti, abuelo…
Con el paso del tiempo, Ofelia —a pesar de su debilidad— siempre le sonreía. Era su luz. Su esperanza. Pero esa luz se fue apagando. La dulzura desapareció. Sus ojos verdes se volvieron opacos.
Entre lágrimas y sollozos las preguntas llegaban cada vez más desesperadas:
¿Cuándo voy a mejorar? ¿Cuándo podré salir? ¿Ver de que color es el cielo? ¿Comer cosas dulces? ¿Tener amigos ?¿Enamorarme? ¿Vivir?
El hombre siempre respondía lo mismo, en voz baja, como un mantra de redención:
"El sacrificio endurece..."
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E-34 despertó de golpe, jadeando, con sangre brotando de los orificios de su cráneo. Cayó de rodillas. Luego de cara al charco verdoso del cual había salido.
Y por un instante… ese líquido le trajo paz.
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Tembloroso, alzó la cabeza. Observó su cuerpo desnudo, flaco, tembloroso.
¿Quién soy? ¿Dónde estoy?
Una nueva explosión lo sacó de su trance. El techo tembló. Algunas máquinas cayeron.
El peligro era real. La muerte venía. Y él no podía seguir allí.
Se levantó con esfuerzo. Caminó tambaleante. Cayó. Se levantó. Tropezó de nuevo.
Pero aprendía rápido.
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Aceleró el paso. Corrió.
Al llegar a las puertas dobles de un metal negro, notó que estaban entreabiertas. Sin pensarlo, se deslizó entre ellas, jadeando.
Afuera, el pasillo se extendía como la garganta de un monstruo. Las paredes eran de un metal oscuro con brillos azulados. Frío, clínico, familiar.
Demasiado familiar.
E-34 se detuvo. Algo se revolvió dentro de él.
Volteó hacia la puerta que acababa de cruzar. En la placa superior, podía leerse:
"Crisol de las Eras".
Y entonces lo entendió.
Ese nombre… esa estructura… todo esto ya lo había visto antes.
En la visión de Ofelia.
"El Crisol". El corazón de las instalaciones. El centro del horror.
Sintió que le faltaba el aire.
Pero entonces, recordó.
La Sala del Murmullo del Tiempo.
Ahí estaría el elevador.
Ahí estaba la salida.
Apretó los puños. El tiempo se acababa. No podía quedarse a morir.
Tenía que correr.
Posdata: Intentaré escribir 1,200 palabras por capítulo pero habrán algunos que tendrán solo 700 palabras, porque, porque me da hueva XD
Ofelia: Asociada a la tragedia de Hamlet, puede simbolizar la pérdida y el sacrificio.