A la mañana siguiente, Michael se encontró frente a la puerta de la oficina del Dr. Isiah Friedlander, sintiendo una mezcla de nerviosismo y una punzada de emoción. Era absurdo. Iba a una sesión de terapia con un personaje de videojuego que, hasta hacía poco, era poco más que un puñado de polígonos y líneas de código para él.
Al entrar, la familiar decoración de mal gusto –las figuras de bronce dudosas, los cuadros abstractos demasiado caros– lo recibió. El doctor Friedlander, un hombre de mediana edad con un aire de cansancio permanente, levantaba la vista de sus notas.
"Michael, qué sorpresa", dijo Friedlander, su tono profesional pero con un matiz de genuina curiosidad. "La última vez que hablamos, no estabas precisamente… receptivo."
Michael se sentó en el sofá de cuero, la misma posición incómoda que solía adoptar. "Lo sé, doctor. Y lo lamento. He estado… lidiando con algunas cosas. Cosas grandes. Cosas que me hacen cuestionar todo."
Friedlander asintió lentamente, ajustando sus gafas. "Así que, el gran Michael De Santa finalmente tiene una crisis existencial, ¿eh? ¿Es el dinero? ¿La familia? ¿La falta de un propósito significativo a pesar de tu... retiro prematuro?"
Michael rió sin humor. "Todo eso y más. Verá, doctor, he tenido una especie de… epifanía. Un despertar. De repente, me di cuenta de que mi vida era un guion. Un guion que no me gustaba. Y ahora, quiero reescribirlo. Pero el problema es… no sé dónde termina el guion y dónde empieza la realidad."
Friedlander inclinó la cabeza, su bolígrafo girando entre sus dedos. "Interesante. ¿Un guion? ¿Se refiere a un patrón de comportamiento autodestructivo, quizás?"
"Más que eso", dijo Michael, luchando por encontrar las palabras que no revelaran demasiado. "Imagínese que toda su vida ha sido… predeterminada. Que cada acción, cada encuentro, cada explosión de ira… ya estaba escrito. Y de repente, despierta con la conciencia de que tiene el poder de cambiarlo todo. Pero la inercia del guion es fuerte. Y las consecuencias de desviarse… podrían ser catastróficas."
El doctor tomó notas. "Así que, siente que está rompiendo con un patrón. Una especie de renacimiento. ¿Y esto es lo que le ha hecho tomar este nuevo rumbo con Amanda y los niños?"
"Precisamente", respondió Michael. "No quiero perderlos. No quiero ser el mismo imbécil. Pero es difícil, doctor. Es como si una parte de mí, la parte que siempre ha sido Michael De Santa, quisiera seguir los viejos caminos. Y la otra parte… la mía… lucha por controlarlo. Por hacer las cosas bien."
Friedlander lo miró fijamente. "Michael, lo que describe suena como una lucha interna profunda, una búsqueda de la identidad. Es un proceso doloroso, pero también una oportunidad para un crecimiento tremendo. ¿Y qué pasa con los 'guiones'? ¿Siente que está siendo observado? ¿Que sus acciones tienen un público?"
Michael se tensó. El doctor estaba pisando terreno peligroso, sin saberlo. "¿Observado? Tal vez. Es una sensación extraña, como si mis decisiones pudieran ser... juzgadas por una audiencia invisible." Intentó sonar filosófico, no paranoico. "Y el público no siempre quiere el final feliz. A veces quieren caos. Drama."
El doctor asintió, su rostro inexpresivo. "Ah, el anhelo del espectáculo. Un tema recurrente en la psique humana. La necesidad de validación, incluso de un observador imaginario. Hábleme más sobre esta 'epifanía'. ¿Hubo un evento desencadenante?"
Michael sonrió internamente. El accidente. Su "muerte" en el otro mundo. "Un accidente. Sí. Fue… brutal. Me hizo ver las cosas de forma muy clara."
La sesión continuó así durante casi una hora. Michael usó sus conocimientos del "guion" para guiar la conversación, revelando solo lo suficiente para sonar como un Michael De Santa inusualmente introspectivo, pero sin desvelar la verdad de su reencarnación. Habló del vacío que sentía, del aburrimiento, de la necesidad de un propósito. Friedlander escuchó, asintió, hizo preguntas. Era un baile extraño, una simulación de terapia con un terapeuta real y un "paciente" que conocía su propio caso de estudio.
Al final de la sesión, Friedlander cerró su bloc de notas. "Michael, debo decir que estoy… sorprendido. Esta es la sesión más productiva que hemos tenido en años. Hay una genuina búsqueda de cambio en usted. Estoy dispuesto a seguir trabajando con usted en esto. Creo que tiene el potencial para ser un hombre mejor, un padre mejor, un marido mejor. Si realmente lo desea."
"Lo deseo, doctor", dijo Michael, con más sinceridad de la que Friedlander podía imaginar. "Realmente lo deseo."
Salió de la oficina del psicólogo sintiéndose un poco más ligero, como si hubiera descargado una pequeña parte del peso que llevaba. Era un comienzo. No solo para Michael, sino también para él mismo, Alex Mercer, que ahora tenía un confidente involuntario en este mundo loco.
Al regresar a su coche, su teléfono vibró. Un mensaje de Franklin: "Oye, el viejo Simeon está furioso. Dice que lo robaste a plena luz del día. ¿Cuál es el plan ahora, maestro?" Michael sonrió. El juego estaba oficialmente en marcha, y él no solo era un jugador, era el director.