Baekjoseon, Año del Tigre, Decimonoveno invierno
«No temo a la muerte. Solo temo convertirme en lo que ellos quieren que sea.»
—Pensamientos del rey Yi Hwan
Las puertas de la residencia Seo se abrieron con un susurro contenido. El aire de la noche era espeso, frío de la última nevazón, y la escarcha aún cubría las suelas del jinete que desmontaba sin prisa. Seo Jisoo llevaba años lejos del reino helado, pero sus ojos oscuros no titubeaban al mirar la antigua casa de su infancia. Había regresado del Gran Imperio Ming como un erudito, pero su rostro no cargaba el orgullo de los sabios: lo atravesaba una sombra más densa que el viaje.
Atravesó el umbral como quien cruza a un terreno de guerra.
Lo esperaba su padre, Seo Gyeom, Ministro de Ritos. De pie, con las manos cruzadas tras la espalda, envuelto en seda negra, lo observaba como quien examina una pieza devuelta por el orfebre tras años de fundición. No había calidez en su mirada. Solo un ápice de satisfacción y maña.
—Has vuelto —dijo sin moverse.
—Tal como me pediste —respondió Jisoo. No se inclinó. No sonrió. Había entre ambos una larga historia de silencios y obediencia rota—. No ha sido sencillo cruzar la frontera. El norte es una herida sangrante.
Su padre asintió con lentitud, no preguntó más. Luego se volvió y caminó hacia el interior de la propiedad, y se sentó en la mesa del salón, donde un brasero ardía débilmente. No ofreció té ni asiento.
—El rey ha muerto. Yi Hwan será nombrado rey por la mañana. Aún no sabemos cómo va a reinar, pero lo descubriremos. —El ministro hizo una pausa—. Necesito que entres a la Corte de Hielo.
Jisoo lo miró en silencio. Sus ojos eran tranquilos, pero algo parpadeó dentro de ellos: un temblor, el eco de un viejo recuerdo.
¿Yi Hwan?
—Como secretario real. El puesto será tuyo. He movido los hilos necesarios para que te acepten en el Palacio.
—¿Por qué yo?
—Porque eres inteligente, y porque él no se atreverá a sospechar de ti. —El ministro giró la cabeza lentamente hacia el brasero—. Lo conoces, ¿no es así?
Jisoo bajó la mirada. Lo conocía. Pero no en los términos que su padre imaginaba. No como una pieza estratégica en el tablero.
—Lo vi una vez —dijo con voz baja—. Cuando éramos niños.
Y entonces, ese recuerdo vino a su mente.
El Palacio estaba sumido en la neblina de una mañana temprana y congelada. Entre los pilares de mármol del ala norte, donde los sirvientes rara vez se aventuraban, un niño sollozaba en silencio. Tenía un parche sobre un ojo, las manos manchadas de sangre, y el rostro empapado de lágrimas que no se atrevía a dejar caer con ruido.
Jisoo lo encontró por accidente. Tenía apenas siete años, curioso y desobediente, siguiendo una mariposa que revoloteaba por los jardines helados del Palacio. Pero al ver al niño oculto bajo los escalones de piedra, se detuvo.
—¿Estás perdido? —preguntó.
El niño negó con la cabeza. No lo miró.
—¿Estás herido?
Silencio. El viento agitaba las hojas rojas caídas del gingko real.
—Parece que llevas al invierno contigo —dijo Jisoo, casi en un susurro. Y entonces, por primera vez, el niño lo miró. Un ojo negro. El otro, oculto en seda curtida.
—¿Te asusto?
—No.
Yi Hwan se quedó en silencio por un momento. Luego, asintió apenas, como si ese simple gesto le costara un mundo. Jisoo se sentó a su lado. No se dijeron más.
—¿Y qué debo hacer como secretario? —preguntó Jisoo, volviendo al presente. Su voz era neutral.
—Escucha. Mira. Anota. Necesitamos saber si se debilita, si es que a veces duda, si se puede manipular. No olvides que no es como los otros. —Su voz descendió—. Algo oculta debajo de ese parche…
Jisoo tragó saliva. Sus ojos seguían quietos, pero una brizna de hielo se le había instalado en el pecho. El niño que lloraba bajo los escalones. El príncipe heredero que nadie quería.
—¿Y si no hay nada que contar?
—Siempre hay algo. Búscalo.
—¿Es una orden? —replicó Jisoo.
—Sí, lo es. Por el bien de la nación.
Por el bien de la nación, repitió Jisoo tratando de encontrarle sentido a las palabras. Pero en cambio, dijo.
—¿Hay alguna pista del asesino?
El ministro alzó una ceja.
—Nada en absoluto. El eunuco Choi Seung parece no recordar cómo ocurrió todo. —Se puso en pie—. Quizá los otros ministros decidan someterlo a una juicio de la verdad.
—¿Invocarán a un Haetae?
—Es posible. —El ministro miró a su hijo—. Espero que para entonces estés junto al nuevo rey.
Tras esas palabras se dio media vuelta y volvió a los suyo. La conversación estaba terminada.
Jisoo no respondió. Caminó fuera del salón, con pasos suaves, pero por dentro, algo en él temblaba. Una voz de infancia le susurraba en la memoria, más fuerte que el mandato de su padre.
"Parece que llevas al invierno contigo."
Y ahora, ese invierno se convertiría en rey.