Cherreads

Chapter 2 - Capítulo 2: Educación en el Callejón

La colilla murió con un último suspiro de vapor en el charco. El silencio que siguió al rugido del matón fue más denso que la lluvia, cargado de electricidad violenta. Tres contra uno. Puertas bloqueadas. Armas frente a manos vacías... aparentemente. El matón con la recortada, "Bulldog", tensó el dedo en el gatillo. Sus compinches avanzaron un paso, porras listas, sonrisas torcidas anticipando una paliza fácil.

Nate no se tiró al suelo. No alzó las manos. En cambio, su mano derecha, que había desaparecido dentro de la chaqueta, salió. Pero no empuñaba la pistola esmerilada. Sostenía un encendedor de plata, elegantemente sencillo, el mismo que había usado para su Upmann. Lo encendió con un *clic* resonante en el callejón húmedo. La pequeña llama bailó, reflejándose en sus ojos fríos y en las gotas de lluvia que chorreaban por su rostro.

"Llamar," repitió Nate, su voz un ronroneo bajo que cortaba el golpeteo de la lluvia. "Es básico. Como no mear contra el viento. O no apuntar una recortada a un hombre con las manos ocupadas." Movió el encendedor lentamente, como si admirara la llama. La luz danzante capturó la atención de los matones por una fracción de segundo demasiado larga. "Señor Bell les envía, ¿no? Siempre tan... directo. Como un elefante en una cacharrería. Pero con menos estilo."

Bulldog frunció el ceño, confundido por la calma y el objeto inofensivo. "¡Te dije que...!"

Nate actuó. No fue hacia el arma. Su pie izquierdo, rápido como un látigo, golpeó el charco a sus pies. Un surtidor de agua sucia y fría salpicó directamente a los ojos de Bulldog. El matón gritó, cegado, instintivamente apretando los párpados y soltando un juramento. La recortada se desvió.

Fue el momento. La mano derecha de Nate soltó el encendedor y desapareció de verdad dentro de la chaqueta. Cuando reapareció, la pistola esmerilada centelleó bajo el neón parpadeante. Dos disparos secos, casi simultáneos, resonaron como truenos cercanos, ahogados por la lluvia.

¡Pum! ¡Pum!

No apuntó a Bulldog. Los dos matones de los flancos, los de las porras, se desplomaron como sacos. Uno con un agujero humeante en el centro de la frente, el otro con la garganta abierta en un grotesco sonrisa escarlata. Cayeron sin un sonido, el chapoteo de sus cuerpos al golpear los charcos fue el único eco de su existencia.

Bulldog, restregándose frenéticamente los ojos con una mano mientras con la otra intentaba enderezar la recortada, balbuceó. "¡Hijo de...!"

"Precisamente," dijo Nate, su voz ahora un filo de hielo. Ya tenía la pistola firmemente apuntada al centro de la masa confusa que era Bulldog. Avanzó un paso, luego otro, pisando los charcos sin hacer ruido, como un gato grande. "La educación es importante, colega. Se salvan vidas. O, en este caso, se pierden menos."

Bulldog logró abrir los ojos, llorosos y enrojecidos por el agua sucia. Vio el cañón de la pistola de Nate a menos de un metro de su cara. Vio los cuerpos inertes de sus compañeros. El miedo reemplazó a la rabia en sus rasgos de bulldog. La recortada le temblaba en las manos.

"T-Tú... tú eres el Carnicero," farfulló, el apodo saliendo como una maldición y una constatación aterrada.

"Los apodos son vulgares," replicó Nate, sin un ápice de emoción. "Pero sí. Y hoy tienes suerte. Tengo una cita." Su dedo se tensó ligeramente en el gatillo. Bulldog cerró los ojos, esperando el fin. "Necesito un mensajero."

El disparo fue un estallido seco y brutal. ¡Pum!

Bulldog gritó, un aullido agudo de dolor y terror. Pero no cayó muerto. La bala le había destrozado la rótula de la pierna izquierda. Cayó de rodillas en el fango del callejón, soltando la recortada para agarrarse la pierna ensangrentada, gimiendo como un animal herido.

Nate se agachó frente a él, la pistola aún apuntando tranquilamente a su cabeza. El humo de los disparos se mezclaba con la lluvia y el vapor que salía de la herida humeante. "Escucha con atención, mensajero," dijo Nate, su voz un susurro letal que se colaba por encima de los gemidos. "Cuando Bell te pregunte cómo te fue... dile esto." Se inclinó un poco más. "Dile que Código 9 está de vuelta. Y dile que el Expediente Cerberus huele a podrido... igual que su comisaría." Una sonrisa fría, sin humor, le tocó los labios. "Y dile que la próxima vez que quiera charlar, que llame. Soy un hombre ocupado, pero para ver cómo se retuerce un gusano corrupto, siempre saco tiempo."

Se levantó. Bulldog seguía gimiendo, la sangre mezclándose con la lluvia y la suciedad del callejón. Nate no le prestó más atención. Recorrió con la mirada los cuerpos de los otros dos, luego miró su chaqueta. Un salpicón de barro la manchaba. "Perfecto," murmuró. "Justo lo que necesitaba para una cita formal." Se guardó la pistola, sacó la caja de Upmann y encendió otro cigarrillo con el mismo encendedor de plata. La bocanada de humo dulzón fue un bálsamo momentáneo contra el olor a pólvora, sangre y miedo.

Se dirigió al sedán robado, abrió la puerta y se deslizó al asiento del conductor. El motor tosió y arrancó con un gruñido. Puso primera y el coche avanzó lentamente por el callejón, pasando junto al Bulldog gimiente sin detenerse. Las luces traseras se reflejaron en los charcos rojizos y en los ojos vidriosos del matón herido.

Mientras se fundía con el tráfico nocturno y lluvioso, rumbo al Muelle 13, Nate pensó en Vin Crowe. "Espera un poco más, Cuervo," susurró para sí, la punta del Upmann brillando como una bala diminuta en la oscuridad del coche. "Solo estaba dando... una lección de protocolo." Un humor negro y ácido le llenó la boca como el sabor del tabaco. "Aunque el alumno parece que no la ha apreciado."

El Muelle 13 se acercaba, un cementerio de hierros viejos y almacenes abandonados en la parte más olvidada del puerto. La lluvia golpeaba el techo del coche como tambores de guerra. Nate apagó las luces a una manzana del Almacén Número 7. Se detuvo en la sombra de un contenedor oxidado. Apagó el motor. El silencio, solo roto por la lluvia, fue repentinamente opresivo.

Salió del coche, moviéndose como un fantasma entre la maleza de metal y hormigón. El almacén era un bloque cuadrado y oscuro, con ventanas altas tapiadas. Una única puerta metálica, vieja y oxidada, parecía la única entrada. Pero no estaba desguarnecida. Junto a ella, bajo un pequeño alero que apenas ofrecía resguardo, dos figuras con parkas oscuras (iguales que los del motel) montaban guardia. Uno fumaba nerviosamente, el otro escaneaba la lluvia con una linterna potente que cortaba la oscuridad en haces inquietos. Un coche patrulla sin identificación, sucio y con las placas embarradas, estaba aparcado cerca.

Nate se apoyó contra el frío metal de un contenedor, calculando. Dos fuera. ¿Cuántos más dentro? ¿Y Vin? Sacó un último Upmann de la caja. Lo encendió lentamente, protegiendo la llama con la mano. El humo se elevó, serpenteando en la lluvia. "Guardias de puerta," pensó, con desdén. "Tan predecible como la corrupción de Bell." Apuró una calada profunda. Tenía que entrar. Silenciosamente sería ideal. Pero el tiempo apremiaba. Cada minuto podía ser el último de Vin.

Entonces, un grito ahogado, seguido de un golpe sordo, se filtró desde el interior del almacén. Era la voz de Vin. Llena de dolor y rabia. Otro golpe. Y luego una voz áspera, inconfundiblemente de matón: "¡Dónde está la maldita copia, periodista! ¡Antes de que te deshagamos pedazo a pedazo!"

Nate apretó el cigarrillo entre sus dedos, apagándolo sin sentir el calor. Sus ojos, adaptados a la oscuridad, se fijaron en la puerta. Los guardias fuera se pusieron alerta al oír los gritos, intercambiando una mirada nerviosa. La linterna barrió el área cercana a la puerta.

Continuará... Nate está a solo unos metros de la puerta vigilada del almacén donde torturan a Vin Crowe. Acaba de oír los gritos de dolor de su aliado y la amenaza explícita de desmembramiento. Dos guardias armados bloquean la entrada directa, alertados por el ruido interno. Nate tiene su pistola, pero el factor sorpresa se esfuma rápidamente. ¿Lanzará un ataque frontal suicida? ¿Encontrará otra entrada? ¿O llegará demasiado tarde para evitar que el Cuervo sea descuartizado? El tic-tac del Expediente Cerberus se convierte en el martilleo de un hacha.

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