La niebla se agitaba.
Había un rumor en el aire, como si los suspiros de las bestias se hubieran vuelto silenciosos… demasiado silenciosos.
Yun Yun se detuvo a mitad del sendero entre grietas de roca negra. Zhu Xian iba unos pasos adelante, pero también lo sintió.Ambos giraron al mismo tiempo.Miradas breves.Sin necesidad de palabras.
—Viene otra —murmuró él.
Ella asintió.
La tormenta.La lluvia que no era agua.La maldición de la Puerta: fragmentos de huesos afilados cayendo desde la oscuridad como cuchillas. A veces durante minutos. A veces durante días.
Zhu Xian señaló con la cabeza hacia una grieta lateral en la roca: una cavidad angosta, de techo bajo.Demasiado pequeña. Demasiado estrecha.
Pero también, su única opción.
Entraron uno tras otro, inclinando el cuerpo. Dentro, la oscuridad era total. El techo apenas les permitía sentarse. Las paredes pulsaban con una humedad espesa.
Y entonces, comenzó.
El sonido.
No como lluvia.Como martillos de obsidiana contra el mundo.Huesos cayendo, astillándose, hiriendo a todo lo que no se resguardaba.
El suelo tembló.
Yun Yun retrocedió hasta el fondo de la grieta. Sus hombros tocaron la roca fría.Zhu Xian se sentó frente a ella, muy cerca.El espacio no permitía otra cosa.
Podía olerlo.El olor de la piel endurecida, el metal del sudor, la madera de su aliento…y debajo de eso, algo más:
tranquilidad.
En medio del desastre, él parecía tan calmo como el silencio anterior.
—¿Cuánto durará? —preguntó Yun Yun en voz baja.
—No lo sé —respondió él, sin alzar la voz—. A veces unas horas. A veces… un ciclo entero.
Ella respiró hondo.
El sonido de los huesos al caer se intensificó. Algunos se estrellaban contra las rocas cercanas. La vibración se metía por los pies, por las piernas, por los nervios.
Yun Yun cerró los ojos.
Pero entonces… algo la hizo abrirlos.
Zhu Xian la estaba mirando.
No de frente.No con intensidad.Solo… observándola.Como si quisiera memorizarla.
—¿Qué ves? —preguntó ella.
—Una mujer que aún no se ha rendido.
Ella bajó la mirada.
—Me he rendido muchas veces… solo que nadie lo notó.
Zhu Xian guardó silencio por unos segundos.
—Yo sí lo noté.
Sus palabras fueron suaves, pero firmes.Como una espada envainada.Presente. Pero sin amenaza.
Yun Yun alzó la mirada.
Él estaba tan cerca…Los huesos golpeaban el mundo afuera, pero allí, en esa grieta, el tiempo se detenía.
—Tienes algo en el rostro —dijo él de pronto.
Ella arqueó una ceja.
—¿Ah, sí?
Él extendió una mano, con lentitud.
Su dedo rozó la comisura de sus labios.
—Ceniza. De la última fogata.
Su tacto fue breve. Apenas un susurro.
Pero ese instante…
Ese roce…
Fue como si todo su cuerpo hubiera recordado lo que era el calor humano.
No Dou Qi.No cultivación.No deber.
Solo piel contra piel.En una grieta entre la muerte.
—
Horas después, la lluvia cesó.
El sonido se desvaneció como si nunca hubiera existido.Pero algo había cambiado.
Cuando salieron de la grieta, el mundo parecía nuevo.Las piedras brillaban con fragmentos de hueso blanco. El aire estaba denso, pero el suelo se sentía más firme.
Y mientras caminaban, Yun Yun, por primera vez, no caminó detrás de él.
Caminó a su lado.
No dijo nada.No preguntó.No agradeció.
Solo… lo miró.
Y él la miró de vuelta.
No eran discípulos.No eran soldados.No eran líderes.
Solo… dos almas sobrevivientes bajo un cielo que no existía.
Y entre los fragmentos de hueso…
el rostro de él, bajo la lluvia, quedó grabado en su alma.