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Chapter 97 - Capítulo 25: Bajo Sospecha

El auto avanzaba a través de la ciudad cubierta de nieve. Ryuusei, aún con su máscara puesta, observaba con calma a la persona sentada frente a él.

El Agente Rubosky.

Un hombre de traje oscuro, mirada calculadora y una cicatriz apenas visible en la ceja derecha. No era la primera vez que se cruzaban. Rubosky ya lo conocía bien.

—Vaya, Ryuusei, otra vez desapareciendo y apareciendo como si nada. —dijo, con tono relajado pero con una mirada que no ocultaba su desconfianza—. Desde que llegaste a Rusia, he estado siguiendo cada uno de tus movimientos.

Ryuusei sonrió detrás de la máscara.

—Vaya honor, Rubosky. ¿Me investigaste? ¿Te gusto o qué?

Rubosky bufó.

—No te hagas el gracioso. Sabía que traías problemas desde el primer día.

Tomó un collar metálico de su bolsillo y lo giró entre los dedos.

—Y ahora, después de tres días sin noticias tuyas, resulta que Volkhov rompió el collar que te dimos, y perdimos la señal.

Le arrojó el collar sobre el asiento.

—Además, te vimos escribirle algo a Volkhov antes de que eso pasara. ¿Qué fue eso, una carta de amor?

Ryuusei se encogió de hombros.

—Una lista de compras.

—Muy gracioso.

Rubosky abrió un expediente con varias fotografías.

—También sabemos que Aiko le cortó las piernas al general Petrov.

Ryuusei apoyó la cabeza en el asiento y suspiró.

—Se lo merecía.

—Y ahora, sorpresa, Aiko está muerta.

Rubosky lo miró fijamente.

—No que se podía regenerar…?

Ryuusei permaneció en silencio.

Rubosky chasqueó la lengua y se cruzó de brazos.

—Dime la verdad antes de que llame al presidente de Japón y le pida a Aurion que venga a matarte.

El auto siguió avanzando en la fría madrugada rusa.

Ryuusei sonrió levemente.

Si jugaba bien sus cartas, su plan seguiría en marcha.

Ryuusei suspiró con fastidio mientras miraba al agente Rubosky. Era evidente que este tipo había estado siguiéndole la pista desde que llegó a Rusia. No lo culpaba. Si estuviera en su lugar, también se vigilaría.

—Rubosky, ¿no? —dijo con tono neutral—. Me imagino que ya sabes quién soy y qué hice antes de llegar aquí.

El agente lo miró fijamente, cruzando los brazos.

—Desde que pisaste Rusia, estuve detrás de ti. Eres un maldito dolor de cabeza, Kisaragi.

—No te lo voy a negar. —Ryuusei sonrió con cierta diversión—. Pero bueno, supongo que quieres respuestas, así que escucha bien.

Rubosky se acomodó en su asiento, esperando.

—Primero que nada, yo no rompí la cámara del collar —aclaró Ryuusei—. Volkhov lo hizo. Y antes de que preguntes, sí, le escribí algo antes de que lo hiciera, porque en ese momento ya tenía en mente mi plan.

Rubosky frunció el ceño.

—Así que planeaste todo esto desde antes.

—Obvio, no soy un improvisado —contestó con sarcasmo—. Segundo, sí, Aiko le cortó las piernas a Petrov, pero... ¿ves que ahora está muerta? Bueno, su regeneración tiene límites. No es como si pudiéramos revivir eternamente.

El agente lo miró fijamente, buscando algún indicio de mentira en su expresión.

—Es curioso, porque según los archivos de Japón, ni tú ni ella eran humanos normales. Pero ahora me estás diciendo que Aiko murió de forma definitiva.

Ryuusei desvió la mirada por un segundo.

—Así es... Y por eso no quiero hablar más del tema.

Rubosky mantuvo silencio unos segundos, como analizando cada palabra.

—Ya veo... Pero aún así, no estoy del todo convencido. Creo que deberías venir conmigo y hablar con el presidente antes de que tome una decisión sobre qué hacer contigo.

Ryuusei sonrió de lado.

—¿Acaso tengo opción?

—Ninguna.

El auto continuó su camino entre la nieve, llevándolo directo hacia el corazón del poder en Rusia. La siguiente jugada sería clave.

El auto avanzaba con rapidez por las calles heladas de Moscú. Dentro, el ambiente era denso. El sonido del motor era lo único que rompía el silencio entre Ryuusei y el agente Rubosky.

—Tres días tarde —dijo Rubosky sin mirarlo—. La misión debió concluir el 15. Hoy ya es 18.

Ryuusei no respondió de inmediato. Miraba por la ventana, con el rostro serio. A su lado, los cuerpos "sin vida" de Aiko y Volkhov seguían en completo silencio, envueltos en mantas.

—El tiempo fue necesario para completar lo que me pidieron —dijo al fin, sin alterar su tono—. Traje a Volkhov. Está muerto. Esa fue la orden.

Rubosky cruzó los brazos.

—Además, vimos algo extraño antes de perder señal. Volkhov rompió el collar que llevaba y lo tiró. Justo después de que tú le escribieras algo. Luego, la cámara se apagó.

—Porque sabíamos que nos vigilaban —respondió Ryuusei, con firmeza—. Él intentó escapar al darse cuenta. No tuve opción. Lo ejecuté. Y Aiko… no resistió las heridas del combate. Su regeneración tiene un límite. Esa es la verdad.

Rubosky lo miró largo rato. Estudiaba sus gestos, su voz, buscando inconsistencias.

—¿Y por qué deberíamos creerte?

—Porque he cumplido —dijo Ryuusei—. Les prometí a ustedes, al gobierno y al mundo que traería a Volkhov vivo o muerto. Y aquí está. Quiero que me liberen de esta misión. Y quiero que Aiko reciba un entierro digno.

Rubosky frunció el ceño.

—¿Un entierro?

—Sí —afirmó Ryuusei, bajando ligeramente la cabeza—. No era solo mi compañera. Era una niña. Merece descansar en paz… aunque ustedes solo la hayan visto como un arma.

Por un momento, el agente no dijo nada. Luego soltó un suspiro.

—No eres como los otros Heraldos que he conocido… Hay algo en ti. Algo que no logro descifrar. No sé si es compasión o una mentira muy bien elaborada.

—Tal vez las dos —murmuró Ryuusei, pero no como burla, sino como una verdad dolorosa.

Rubosky asintió lentamente.

—Está bien. El presidente decidirá. Pero si hay una sola contradicción, Ryuusei… esta será tu última conversación.

—Lo entiendo —respondió Ryuusei—. Pero espero que también entiendan ustedes que no todo lo que brilla en este mundo… es justicia.

El auto giró en una avenida iluminada. Moscú se abría frente a ellos, imponente, helada… y peligrosa.

Pero Ryuusei no tembló.

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