Era el tercer día desde que la Panadería Tempest había abierto sus puertas en la tranquila ciudad de Kuoh.
Y ya había cola desde antes del amanecer.
Nadie entendía cómo era posible que un lugar nuevo, sin publicidad y sin empleados visibles, tuviera ese tipo de pan. Uno que no solo llenaba el estómago... sino el alma. Un pan que sabía a recuerdos felices, a tardes tranquilas, a sueños que aún no se habían roto.
—¡Lo siento, solo un panecillo por persona hoy! —decía Rimuru con voz cálida desde detrás del mostrador, con su característico delantal celeste—. Prometo hornear el doble mañana.
Un murmullo de decepción colectivo se alzaba entre los estudiantes, oficinistas, abuelas del vecindario y hasta un par de niños de secundaria que venían desde otras estaciones de tren solo para comprar "el pan que te hace llorar sin razón".
Pero todos respetaban la norma. Porque había algo en el lugar que imponía... calma.
Souei, silencioso, vigilaba desde la sombra de un farol a pocos metros. Había detectado varias presencias demoníacas cerca de la academia, y una particularmente inestable que merodeaba cerca de la panadería, pero no había mostrado señales de agresividad.
Diablo, como siempre, se mantenía cerca sin mostrarse demasiado. A veces barría la entrada vestido de empleado modelo, otras simplemente aparecía con un libro de etiqueta japonesa, estudiando cómo ser un "perfecto asistente humano".
Mientras tanto, Rimuru horneaba.
Usaba sus propias manos, no magia.
Porque aunque podía crear cientos de panes con un solo pensamiento, eso no tenía alma.
Y el alma era lo que diferenciaba su pan de los demás.
Cada panecillo, cada hogaza, cada rollo dulce estaba cuidadosamente preparado. No por necesidad, sino por elección.
Era su forma de conectar con este mundo.
Un nuevo comienzo.
En los momentos tranquilos del día, cuando no había clientes, Rimuru salía a regar las plantas que había sembrado frente a la tienda: lavanda, jazmín, romero. Todas ellas con propiedades mágicas sutiles, ocultas tras un velo de energía espiritual.
—La señora del puesto de flores quiere hacer un arreglo contigo —informó Souei una mañana, apareciendo detrás de una estantería con total sigilo—. Dice que nunca había visto sus rosas durar tanto.
Rimuru sonrió.
—Esas flores solo necesitaban un poco de cariño... y algo de agua con esencia vital.
—También preguntó si estás soltero —agregó Diablo desde la trastienda, donde horneaba a escondidas sus propios "experimentos" que Rimuru le había prohibido vender.
—¿La señora tiene ochenta años?
—Exactamente.
—Genial. Al menos no me juzgaría por ser un slime.
**
A pesar del creciente flujo de clientes, Rimuru mantenía un perfil bajo.
Nada de magia visible. Nada de portales. Nada de auras divinas.
Pero incluso así, los rumores comenzaban a circular.
—"Ese panadero tiene ojos de estrella..."
—"Lo vi mover la masa sin tocarla..."
—"Cuando sonríe, el aire se vuelve más ligero..."
—"Mi abuela comió su pan y dejó de quejarse de la espalda por dos días..."
Rimuru escuchaba todo con tranquilidad, mientras acomodaba bollos de manzana o experimentaba con sabores nuevos: jengibre con té verde, pan relleno de cacao celestial, o incluso versiones japonesas de recetas medievales europeas.
Ciel, su habilidad definitiva, le hablaba constantemente:
«Reputación local incrementada en un 32.4%. Recomendación: mantener ritmo actual. Siguiente etapa de influencia proyectada en 6 días.»
Rimuru solo asentía.
—Poco a poco, Ciel. No vine aquí para dominar. Solo... para vivir.
Y, por primera vez en mucho tiempo, lo decía en serio.
**
Pero mientras el aroma del pan se expandía por Kuoh,
y más estudiantes comenzaban a depender de la panadería Tempest para sobrevivir a los lunes...
Ojos invisibles comenzaban a girarse hacia él.
Ojos que pertenecían a seres que entendían lo que había detrás de esa tienda encantadora.
Que sabían que un dios disfrazado estaba horneando pan justo frente a su territorio.
Y esos ojos... no tardarían en hacer su jugada.