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Chapter 9 - Capítulo 9 – 6 de febrero de 2006

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Capítulo 9 – 6 de febrero de 2006

El domingo comenzó tranquilo, con el fresco del amanecer colándose por las rendijas de la ventana del dormitorio compartido en el orfanato. Matteo se desperezó lentamente, sintiendo el leve dolor muscular propio del partido del día anterior, pero también con una sonrisa difícil de borrar. No era por el gol, ni por la asistencia, ni siquiera por la ovación de los compañeros. Era por el mensaje que había enviado al anochecer. Y más aún: por la respuesta afirmativa que había recibido minutos después.

—A las cinco te espero frente a la heladería de la esquina de Palma con Colón. —había escrito ella.

María Laura Olitte. Malala. En su otra vida, Matteo la había visto por televisión muchas veces. Siempre sonriente, siempre vibrante. Una figura brillante en el mundo del espectáculo paraguayo. Y ahora, en esta nueva vida, tenía una cita con ella.

Se levantó, envió un simple "Buen día, María. Espero que descansaras bien", y luego bajó a desayunar. El resto del día lo pasó con los chicos del orfanato, charlando, jugando al metegol y, por supuesto, recibiendo alguna que otra felicitación por el gol del sábado. Aunque no lo decía en voz alta, todos sabían que era el mejor jugador del segundo equipo. La diferencia era evidente.

Ya para el mediodía, Matteo se encerró en su habitación, mirándose al espejo. Se puso una remera blanca limpia y un vaquero azul algo ajustado —lo único decente que tenía para una cita— y se peinó con agua, intentando domar su cabello negro rebelde. Sus ojos verdes parecían más vivos que nunca, reflejando esa mezcla de emoción y nerviosismo que se apoderaba de su cuerpo.

A las 16:40 ya estaba bajando del colectivo, a pocas cuadras del punto de encuentro. Caminó despacio, con las manos en los bolsillos, mientras pasaban parejas, familias, señoras con sus compras del día. Se detuvo frente a la heladería unos minutos antes de la hora. El sol de la tarde se filtraba entre los árboles de la calle, pintando sombras alargadas sobre el asfalto.

Y entonces la vio.

María Laura venía caminando desde la otra esquina, con una blusa celeste sin mangas, jeans ajustados y una cartera negra colgando del hombro. Era evidente que no venía del gimnasio ni del mercado. Había hecho un esfuerzo. Por él.

—Hola, Mati —saludó con una sonrisa que podría haber encendido todas las luces de Asunción.

—Hola, María —respondió él, sintiendo cómo el pecho le retumbaba un poco más rápido de lo normal.

—¿Hace mucho que esperás?

—No. Pero hubiera esperado el doble.

Ella se rio, dándole un pequeño golpe en el brazo.

—Sos un bandido, ¿eh?

—No, solo sincero.

Entraron juntos a la heladería. Él pidió un helado de chocolate con dulce de leche. Ella uno de frutilla con crema. Se sentaron en una mesita al aire libre, bajo una sombrilla.

—¿Siempre hablás tan lindo o solo cuando salís con presentadoras de tele? —preguntó Malala, dándole una probada a su cucurucho.

—Es la primera vez que salgo con una, así que creo que sos la que me inspira.

—Mba'eicha... ¡Qué galán! —rió, marcando aún más su tono paraguayo.

Conversaron de todo un poco. De la escuela (Matteo evitó entrar en detalles sobre su pasado), del fútbol, de la televisión, de las diferencias entre Italia, España y Paraguay. Ella se mostró curiosa sobre su apellido Bianchi, y él se limitó a contar que su mamá había sido de una familia italiana. Evitó mencionar que en otra vida había vivido y muerto ya. No era el momento.

Después de una hora de charla, risas y helado derretido, decidieron caminar un poco por la plaza cercana. Había niños jugando, parejas tomando tereré y vendedores ambulantes de globos.

—¿Sabés qué? Me caés muy bien, Mati —dijo María Laura, mientras caminaban uno al lado del otro.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Porque no parecés un pendejo de catorce. Tenés algo distinto… maduro, no sé.

Matteo la miró de reojo y sonrió. Si supieras…

—Y vos no parecés alguien que vendría a ver partidos de juveniles por hobbie.

—Tocada de gol, eh —bromeó—. Ya me tenés fichada.

El sol empezaba a caer cuando se despidieron. Nada de besos ni abrazos comprometedores, pero sí una mirada larga, una sonrisa cómplice y un "te escribo esta noche" que cerró con broche de oro la primera cita.

Esa noche, en su cama del orfanato, Matteo recibió un último mensaje.

"Gracias por hoy. Me divertí mucho. Sos muy especial."

Y mientras sus ojos se cerraban, una sola idea cruzó su mente:

"Esto recién empieza."

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