Cherreads

Chapter 9 - Bosque de carne

El frío fue lo primero.

Después, el silencio.

E-34 abrió los ojos y una ráfaga de aire helado le cortó la piel desnuda como cuchillas.

El cielo, gris, opaco, lo miraba sin interés.

Se incorporó con dificultad, jadeando, y lo sintió: el dolor punzante en el hombro donde la lanza de fuego lo había atravesado.

Miró la herida.

El tejido alrededor estaba chamuscado, la piel negra, deformada… pero cerrada. Bajo la influencia de Liberato había cauterisada su hombro dos veces contra los restos aún al rojo vivo del ascensor.

—Funcionó… —musitó.

Alzó la vista.

Entre la nieve revuelta, vislumbró pedazos retorcidos del ascensor. Fragmentos metálicos, ennegrecidos, humeantes. Era todo lo que quedaba del lugar que lo creó… y casi lo destruyó.

Pero interrumpiendo sus divagación sintió Un vacío insaciable, sentía como su abdomen se pegaba a su espalda.

Lo sabía, tenía que hacer algo mientras todavía podía moverse, mientras todavía la temperatura no había bajado lo suficiente para congelarlo.

Entonces alzando la vista... lo vio.

Medio enterrado en la nieve, había un trozo de barra metálica.

Y acercandoce lo tomó sin pensarlo.

Era pesado, estaba desequilibrada… pero era mejor que nada.

—Solo un idiota no llevaría nada. Dijo con voz cansada.

Despues dio el primer paso hacia lo desconocido,

Y eligiendo un rumbo al azar, vislumbro el bosque,

Y fue hacia lo que suponía era el sur.

Pero lo que no esperaba era que mientras más tiempo se adentraba al bosque, este lo devoraría.

Los troncos retorcidos, ramas angulosas, nieve que crujía como huesos solo le hacían más difícil el viaje, el orientarse.

Pero entonces lo noto... La corteza, las ramas, los árboles... cambiaron sin aviso. Del blanco azulado pasó al rojo oscuro, como si caminara dentro de una herida abierta.

Cada paso que daba venía acompañado con, más ruidos.

Crujidos.

Chirridos.

Y lo noto, sus pisadas desentonaban.

Se oían otro par de pisadas.

Alguien —o algo— más caminaba por ahí.

Entonces llegaron las visiones.

Ya no le asustaban. Las conocía. Habían sido su maldición y su salvación. En su largo viaje, más de una vez lo habían guiado por los caminos ocultos o revelado las trampas antes de caer.

Pero esta vez…

Se detuvo.

Lo que vio no le gustó.

Un monstruo sin piel.

Musculatura viva, roja, brillante como carne recién cortada.

Latía con cada movimiento como si todo su cuerpo respirara.

Era un babuino deformado, con una altura demencial era una aberración bípedo de fuerza brutal, con garras como machetes, espolones pesados al final de sus brazos, y una quinta extremidad que emergía de su espalda: una cola ósea, flexible como un látigo, rematada en un aguijón de hueso que chorreaba veneno espeso y negruzco.

Sus ojos sin pupilas, completamente blancos, brillaban con una locura primitiva, un hambre antigua e inteligente.

En las visiones, lo mataba de formas diferentes cada vez. Jugaba con él. Se burlaba. Se reía mientras lo destrozaba, sádico, gozoso, como si el sufrimiento de E-34 fuera un juego macabro que jamás quería que terminara.

Y entonces, sacándolo de sus visiones escuchó los ruidos.

Más cercanos.

El crujido de ramas.

El golpeteo de pasos pesados.

E-34 conectó todo en segundos.

<>

Girando la cabeza. Busco frenéticamente algo, algo que lo pudiera sacar de esa situación. Miro a su izquierda, su derecha y lo vio.

Un árbol hueco. Abierto como una boca. Se deslizó hasta el fondo sin hacer ruido, tapándose la boca con una mano temblorosa.

El interior estaba caliente. Blando.

No era madera.

Era carne.

Palpitante.

El árbol jadeaba. Un susurro húmedo se deslizó por la corteza interior como una lengua invisible.

El aroma dulzón a sangre coagulada casi le hizo vomitar. Pero tenía que aguantar.

<>

Y como contestando a sus pensamientos el mundo afuera se detuvo.

Un paso.

Dos.

El crujido de nieve aplastada bajo un peso inhumano.

E-34 apretó los dientes.

Esperaba que pasara de largo, que lo ignora y siguiera su camino, pero el mundo era cruel.

El árbol se estremeció, empezó a palpitar y con un gemido bajo empezó a gritar.

Un aullido gutural que desgarró el bosque.

El corazón de E-34 dió un buelco y maldiciendo su suerte, sin dudar salió disparado.

Sabía que lo que sea que fuera ya lo había localizado.

Y lo vio.

El babuino. Justo frente a él. Cubierto de sangre vieja. Los dientes al descubierto en una sonrisa grotesca. Los ojos lo devoraban con hambre sádica.

Ambos se miraron.

—Hijo de perra…

E-34 corrió.

El babuino rugió y lo siguió con una rapidez abrumadora. El suelo temblaba.

E-34 sintió el aire cortarse detrás de su espalda: un zarpazo había pasado a milímetros de ella.

—¡MIERDA!

El golpe no fue al azar. Era una advertencia. El brazo derecho del monstruo se estrelló contra un árbol rojo, incrustándose en su interior.

El árbol chilló.

Un grito visceral, animal, que heló la sangre. Vibró en los dientes de E-34. El babuino no pareció notarlo. Estaba… excitado. Había encontrado una presa que esperaba.

No muriera tan rápido.

E-34 aprovechó el segundo que le dio el árbol para escapar.

La persecución se volvió salvaje. Raíces saltaban del suelo como trampas. Ramas afiladas arañaban su piel.

El babuino lo seguía con risas ahogadas, zarpazos que abrían la carne de E-34 sin matarlo. Pequeños cortes en la espalda, en los costados, un rasguño profundo en la pierna.

Jugaba con él.

Como un niño con un insecto.

Pero E-34 no era un insecto.

More Chapters