Tras una noche inolvidable bajo el Árbol Adar, Zodiark regresó en silencio a su torre celestial. Su túnica ondeaba con la brisa cósmica, y sus pensamientos aún danzaban con la risa de Moniark y el brillo de las constelaciones que contaron juntos.
Su madre, la gran diosa Mithrilas, lo esperaba en silencio.
A pesar de que él se había escabullido, rompiendo las reglas del Consejo Supremo, ella lo recibió con ternura.
—¡Madre! ¿Qué haces aquí? —exclamó él, con sorpresa y temor, pensando que lo castigaría, o peor aún, le quitaría lo poco de libertad que le quedaba.
Ella cerró la distancia con calma, y lo abrazó como una noche protectora.
—Tranquilo, mi hijo. El dolor no debe torturar tu paz. Deja que te dé fuerza y alivie tus miedos —susurró, acariciando su cabello azul.
Zodiark sintió caer unas lágrimas, y se durmió en sus brazos, dejando su carga en la ternura materna.
>>Reunión del Consejo Supremo<<
El amanecer del Reino Celestial se alzó sobre una reunión extraordinaria. Los 17 Dioses Supremos del Consejo Divino se reunieron en el Salón de las Estrellas Eternas, una cúpula de cristal celestial que flotaba entre los Doce Cielos.
Todos discutían el destino de Zodiark. ¿Un castigo ejemplar? ¿Exilio? ¿Reentrenamiento? La sala vibraba con argumentos.
Cuando se abrió el velo de la sala iluminada por constelaciones flotantes, Mithrilas, radiante como aurora divina, emergió y se adelantó.
—Consejo… os suplico equilibrio en vuestro juicio. Mi hijo aún es un niño, uno que busca entender su lugar en el universo. No puede ser tratado como criminal por anhelar la verdad.
Fedas (11) se puso de pie, con su balanza luminosa flotando a su lado:
—Majestad, su hijo ha desobedecido nuestras leyes, escapado en múltiples ocasiones, y sus mentores han actuado sin consentimiento. ¿Dónde está el límite?
Elyndra (16) se levantó lentamente, sus ojos brillando con visiones que nadie más podía ver:
—Veo sombras acercándose. No importa cuántas veces se escape, algo lo alcanzará. Algo... inevitable. Y esa oscuridad... cambiará todo.
Los murmullos crecían. La mención de una profecía inquietaba incluso a Lods (13), guardián del orden y dualidad.
Divintia (7) habló con suavidad:
—¿Y si el niño ve lo que nosotros no vemos? ¿No fue Nexus mismo quien dijo que los que cuestionan el orden son los que lo renuevan?
Pero en medio de la discusión... el tiempo se detuvo.
>> Aparición del Creador <<
Una fisura de oscuridad y luz se abrió en el centro del salón. Desde ella emergió Nexus, el Tejedor de la Creación, rodeado por una niebla cósmica que deshacía estrellas a su paso. Su presencia obligó a todos los dioses a arrodillarse sin que mediara palabra.
Solo Aetherios (1) y Metatron (2) permanecieron erguidos, inclinando la cabeza con solemnidad.
Nexus habló:
—He escuchado suficiente. El destino de mi hijo no debe ser objeto de debate entre deidades que olvidaron la importancia de sentir.
Todos guardaron silencio.
—El error no fue suyo, sino de todos ustedes —continuó Nexus—. Le dimos alas divinas, pero lo encerramos en jaulas doradas. Le dimos maestros, pero no le dimos humanidad.
Fedas (11) intentó hablar, señalando a los mentores:
—¡Ellos corrompieron su alma, gran Nexus!
Pero Nexus la interrumpió con un gesto.
—Ellos le mostraron lo que ustedes no se atrevieron. No los castigaré… pero tampoco los libraré.
Todos los dioses contuvieron el aliento.
—Zodiark será desterrado a los Cielos Menores. Allí aprenderá lo que es vivir con dolor, con sangre, con verdad. Y sus mentores lo acompañarán. El alma no se forja entre laureles, sino entre cicatrices.
Mithrilas rompió en llanto, sus lágrimas se convirtieron en cristales que flotaban en el aire.
Elyndra (16) se acercó y la sostuvo:
—No todo está perdido. El dolor… a veces… es un preludio de milagros.
Aetherios (1) y Metatron (2) intercambiaron una mirada. El juicio estaba sellado. La voluntad del Creador era ley.
Nexus desapareció en un parpadeo, como si nunca hubiese estado allí.
Uno a uno, los dioses se retiraron. Lods (13) murmuraba cálculos estelares, Cronos (5) consultaba sus relojes eternos, Deadwear (8) mantenía la mirada fija… como si esperara la caída inevitable.
Solo Mithrilas quedó en el centro del salón, abrazando una lágrima y el último eco de su hijo.
>>Una pequeña visita<<
En algún rincón silencioso del Reino Celestial, Zodiark contemplaba las estrellas desde su ventana, mientras su corazón latía con una mezcla de miedo y esperanza. Las palabras de su padre, el Creador Nexus, aún resonaban en su mente como un eco inquebrantable: sería desterrado a los Cielos Menores.
Afuera, el firmamento parecía igual de sereno que siempre… pero para él, todo había cambiado.
"¿Realmente estoy listo para dejar todo esto atrás?", pensaba. "¿Para abandonar esta jaula dorada... y encontrar mi verdad?"
En su soledad, pensaba en Moniark, su amiga, su ancla. "¿Qué podría llevarle como regalo? ¿Algo que represente mi promesa de volver a verla… y de seguir creciendo juntos?"
Un golpe suave en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—¿Quién...? —murmuró, acercándose.
Al abrir, la figura de su madre lo esperaba con una sonrisa serena. A su lado, Yatma, su mentora celestial, sostenía un equipamiento cuidadosamente preparado. Pero había una tercera figura: una mujer envuelta en un manto de energía antigua, de aura hipnótica y serena. Su rostro estaba oculto tras una máscara divina, de la cual solo se filtraba un destello suave de su iris dorado.
—¿Quién… es ella? —preguntó Zodiark, con una mezcla de curiosidad e intriga.
Su madre sonrió con ternura.
—¿No la recuerdas, hijo mío? Ella es Seraphyx, la Diosa Suprema de los Espíritus y los Seres Mágicos. Fue quien te sostuvo en tus primeros días de vida, antes de que tus mentores fueran elegidos.
Zodiark abrió los ojos sorprendido. Sintió algo... una presencia cálida, ancestral. Como si aquella diosa no solo lo conociera desde siempre, sino que lo comprendiera más allá de lo visible.
Seraphyx dio un paso adelante. Su voz era suave, pero portaba una resonancia profunda.
—Tranquilo, pequeño príncipe... No debes temerme. Fui yo quien te cantó durante tus sueños, cuando aún no sabías caminar. Te cuidé... y aún te observo desde los velos del manantial de espíritus.
Zodiark bajó la mirada, sintiendo algo indescriptible en su pecho. "¿Cómo puede conocer mis sueños…? ¿Puede ella ver dentro de mí…?"
—¡Oye, así no se mira a una dama, principito! —rió Yatma con picardía—. Endereza la espalda, o le harás pensar que estás encantado.
Zodiark sonrió nerviosamente.
Entonces, el ambiente se volvió súbitamente más denso. El aura de Seraphyx titiló como un presagio. Su voz se tornó más seria:
—Hay algo que debes saber… algo que nadie te ha dicho aún.
Un silencio se apoderó de la sala. La madre de Zodiark bajó la mirada con pesar.
—Cuando cruces hacia los Cielos Menores… perderás toda protección divina. Tu cuerpo dejará de ser inmortal. Podrás ser herido. Sentirás hambre. Cansancio. Dolor.
El alma de Zodiark vibró. Un escalofrío recorrió su espalda como si sus venas se incendiaran. La realidad lo golpeaba por primera vez.
—¿Podría… morir? —susurró, casi sin voz.
—Sí —respondió Seraphyx—. Como cualquier ser mortal. Pero también… podrás vivir de verdad.
—No temas, Zodiark —añadió Yatma suavemente—. Sentir dolor es parte del camino. Y tú… eres más fuerte de lo que piensas.
Su madre se acercó y le acarició la mejilla con dulzura.
—Tienes la fuerza de tu padre… pero el corazón es mío. Que esa combinación te mantenga en pie cuando el mundo parezca caer.
Zodiark asintió, conteniendo las lágrimas. Entonces, Yatma le ofreció una caja adornada con emblemas antiguos.
—Alexander me pidió que te entregara esto.
Al abrirla, encontró una espada con filo de diamante estelar y un escudo divino grabado con runas protectoras. Su tacto era liviano, pero su energía era intensa. Las ofrendas de su mentor... y de su destino.
Seraphyx también se aproximó, y de entre sus vestiduras extrajo dos reliquias sagradas: un colgante de cristal vivo que contenía un espíritu protector, y un anillo de vinculación con la magia elemental.
—Llévalas contigo —dijo la diosa—. Te recordarán quién eres… incluso cuando tú lo olvides.
Zodiark bajó la cabeza y, al borde de las lágrimas, abrazó a su madre.
—Gracias por dejarme intentar…
—Nunca dudé de ti, mi estrella más brillante —susurró ella.
Ya listo para partir, descendió lentamente los peldaños de su torre. Cada paso era una despedida. Cada muro, cada rincón, parecía contener una parte de su infancia. Pero no había tiempo para nostalgias.
Junto a Yatma, se dirigía a las puertas del Reino Celestial.
Cuando, de pronto, una brisa marina invadió el pasillo. Un zumbido suave cruzó el aire… y una voz conocida rompió el silencio.
—¿Te vas sin despedirte… de mí?
Zodiark se giró de inmediato.
—¡Thalos!
Allí estaba el Dios del Mar, de cabello corto y gesto sereno, envuelto en una capa de espuma brillante. Su presencia era como un oleaje eterno: tranquila, poderosa… imparable.
—Te busqué por todo el reino —dijo el niño—. Pensé que ya habías partido.
—A veces prefiero los Cielos Menores… hay menos protocolo y más gente que necesita ayuda.
—¿Y Zeus? ¿Alexander?
—Fuera, esperándote. Pero dime… ¿quién va a impedir que tengamos una última batalla?
Zodiark se quedó helado.
—¿Una... batalla? ¿Ahora?
Thalos sonrió, cruzando los brazos.
—¿Vas a irte sin demostrarme lo que aprendiste? Siempre dijiste que querías superarme algún día…
—Estamos con prisa —intervino Yatma con tono serio—. No es momento para juegos, Thalos. Él está espiritual y emocionalmente agotado.
—Déjalo —interrumpió Zodiark, respirando hondo—. Si no puedo enfrentar ni un simple duelo… ¿cómo voy a sobrevivir allá abajo?
La mentora suspiró, apartándose con resignación.
—No lo subestimes, al niño —le dijo Thalos, alzando la voz mientras caminaban hacia el jardín de batalla—. Hoy veré si ya no eres el mismo pequeño que usaba mi tridente como espada de juguete.
—Y yo veré si sigues siendo tan fuerte como siempre presumes —contestó Zodiark, con una sonrisa decidida, aunque con una sombra de duda en su mirada.
Yatma, desde la distancia, observó con atención. En sus ojos brillaba la incertidumbre de una madre adoptiva… y la fe en que aquel niño estaba forjando por fin su destino.
El cielo se abrió lentamente, mientras dos almas se preparaban para lo inevitable.
>>Una batalla de despedida<<
El silencio dominaba el jardín celestial.
Las columnas de oro brillaban bajo la luz estelar, y el mármol blanco resplandecía como si presintiera el choque de dos voluntades divinas. Frente a frente, se hallaban el joven príncipe cósmico y el dios de los mares. Ambos eran herederos de fuerzas que los superaban… pero solo uno había nadado en el océano de la experiencia.
Zodiark tragó saliva mientras desenfundaba su espada de filo de diamante. El metal vibró con una energía sutil, alimentada por su determinación. A su lado, el escudo divino emitía pulsos defensivos, sintonizados con su aura protectora.
Frente a él, Thalos sonreía confiado, sin arma visible. Su cuerpo emanaba humedad celestial; pequeñas gotas de agua flotaban a su alrededor como si la atmósfera misma se rindiera ante su presencia.
—¿Espada y escudo, eh? —comentó el dios menor con tono juguetón—. Yo no uso acero. El océano es mi única lanza... y mi única defensa.
Zodiark asintió, adoptando una postura aprendida de Alexander: pie adelantado, escudo arriba, y el brazo de la espada flexionado, listo para responder.
El aire vibró.
Sin previo aviso, Thalos se lanzó al ataque.
Su silueta desapareció entre una corriente líquida. El suelo tembló, y del mármol brotó una ráfaga de agua comprimida en forma de cuchillas líquidas. Zodiark apenas tuvo tiempo de activar una magia de barrera: un campo azul brillante envolvió su escudo, absorbiendo el impacto de las olas cortantes.
¡CLANG!¡SLASH!¡BOOM!
Los golpes de agua martillaban sin cesar, cada uno más poderoso que el anterior. Zodiark retrocedía paso a paso, las botas resbalando en la superficie mojada.
—¡Protección Celestial, amplifícame! —gritó, colocando la mano libre sobre su pecho.
Una luz dorada cubrió su cuerpo. Su espada se volvió más liviana, sus movimientos más rápidos, y su energía más viva. Magia de Aumento Nivel Deidad.
Zodiark giró, cargando hacia adelante como un cometa azul. La espada relampagueó con furia heroica. Un tajo horizontal, uno vertical, y una estocada. ¡Todo en un solo movimiento!
Pero Thalos era como el agua: se adaptaba.
Con un gesto de su mano, su cuerpo se volvió líquido, y la espada lo atravesó como si fuera niebla. Luego, apareció a la izquierda de Zodiark, cargando un orbe giratorio de agua pura.
—¡Remolino Ancestral! —gritó.
El orbe explotó, formando una tormenta local de presión, que envolvió al niño en un torbellino de agua y viento. Zodiark apenas logró plantar su escudo, pero la fuerza lo empujó contra uno de los pilares. Su energía mágica tembló.
Aun así, se levantó. Temblando, jadeando, con los ojos encendidos.
—¡No voy a rendirme! ¡Aumento Doble, Segunda Ola! —intentó recitar.
Pero se trabó. La energía se desestabilizó. El hechizo colapsó.
—Demasiado pronto —susurró Yatma desde lejos—. Su alma es fuerte, pero su cuerpo aún es de un niño...
Zodiark retrocedió tambaleante. Intentó un tajo más, esta vez imbuido con su propia voluntad, sin palabras, solo fe.
Thalos se dejó impactar. Un corte superficial se abrió en su brazo.
—¡Eso dolió! —rió con sorpresa—. Pero eso fue todo, ¿verdad?
El dios levantó ambas manos. El agua del aire se condensó en una lanza azul brillante. No era física, sino una extensión de su alma marina.
—¡Torrente Final! —declaró.
La lanza estalló en una espiral de olas sagradas. Zodiark no pudo contrarrestar el hechizo. Levantó su escudo, pero su magia ya estaba al límite. El impacto lo arrojó por los aires y cayó al suelo, con su espada temblando junto a él.
El combate había terminado.
Thalos se acercó, tendiéndole una mano.
—No ganaste, pero resististe más de lo que imaginé. Tienes la voluntad... solo te falta el tiempo.
Zodiark, jadeando, sonrió con orgullo. Sus labios sangraban, pero su espíritu estaba en paz.
—Gracias... por no contenerte.
—Un dios que pelea contigo sin darlo todo... no te estaría respetando.
Yatma se acercó rápidamente, envolviéndolo en un campo curativo.
—Descansa, pequeño. Lo hiciste bien.
Zodiark cerró los ojos mientras su cuerpo flotaba entre los cuidados de su mentora.
El destino lo esperaba abajo, en los Cielos Menores. Pero ahora sabía algo que antes no entendía: el poder no se medía solo en niveles... sino en lo que uno estaba dispuesto a proteger.
>>Los que observan desde lejos<<
Una terraza elevada sobre el Jardín de Mármol, rodeada de columnas etéreas y una barandilla de luz celestial. Desde allí se podía observar el campo de batalla donde Zodiark y Thalos acababan de combatir.
Los dos mentores estaban sentados en el borde, con tazas de néctar dorado flotando frente a ellos. Aunque alexander es un maquina gigante con alma que no puede degustar de ese nectar.
Alexander se inclinó hacia adelante, y observa como yatma curaba a zodiark con sumo cuidado.
—Lo hizo mejor de lo que esperaba… Aunque, francamente, esperaba que no lo intentara tanto. —murmuró, con seriedad.
Zeus, que estaba recostado boca arriba sobre un banco de nubes, con las manos bajo la cabeza y los pies colgando por el borde, soltó una carcajada.
—¡Jajaja! ¿Viste esa cara que puso cuando dijo "¡Aumento Doble, Segunda Ola!"? Se trabó peor que yo cuando intento decir constelación convexa curvada con cuádruple caótica convergente.
Alexander giro su cabeza, lentamente.
—Eso ni siquiera existe. —Comento con voz grave.
—¡Exacto! Por eso me trabo —respondió Zeus, guiñándole un ojo.
—Oush!, —Gruñio alexander, con un gesto de no importale el comentario de zeus.
Yatma, de pie, junto al pequeño de Zodiark, cruzó los brazos y suspiró con una mezcla de alivio y tristeza.
—Fue valiente. Pero algo tonto de su parte... —Dandole un leve palmada en la espalda de zodiark que estaba un poco confundió y cansado.
Alexander asintió.
—Tiene reflejos, instinto, pero aún no entiende la diferencia entre poder… y control. Y eso, sólo lo va a aprender cayendo. Tal vez muchas veces.
Zeus se sentó por fin, estirándose como un gato celestial.
—¿Y qué me dicen de Thalos? Se contuvo lo justo. Aunque esa "Lanza de Torrente Final" me hizo sudar… y eso que soy dios del trueno, no del sudor.
Yatma sonrió suavemente, y añadió:
—Thalos fue sabio. Le dio una derrota que duele, pero no lo rompe. De esas que se recuerdan con orgullo… y con moretones.
Alexander se levantó despacio de su lugar y lentamente comenzó a caminar, observando a lo lejos el cielo que ya comenzaba a teñirse con tonos del descenso.
—A partir de mañana, Sera distinta para el y para todos.
Zeus se levantó de aquella nube donde descansaba.
—Sí, sí… pero, por si acaso, le dejé un paquete con snacks celestiales oculto en su mochila. Es un niño, Alexander, no un soldado.
Yatma rio suavemente.
—Yo le cosí un símbolo protector en la capa, uno que lo guiará en los sueños. Asi cualquier cosa sentire si se pierde en algún sueño profundo.
Alexander los miró a ambos. Sus ojos, normalmente serios y afilados, se suavizaron por un instante.
—Creo que el crio quiere descansar mejor lo cargo, —Este toma a zodiark lentamente y lo carga arriba en su hombro gigante de metal, para que descanse durante el viaje.
—Oye gigante de metal desde cuando eres sentimental solías ser la maquina mas desalmada de todos. —Zeus expreso con una leve sorpresa por el repentivo cambio.
Yatma rio levemente.
—Los hombres siempre pensado en destrucción, y comida.
—Oye pensadolo bien ya que nos dirigimos a los cielos menores no estaria mal hacer una para en aquel lugar donde comenzamos nuestras aventuras como antiguos heroes. —Zeus expreso.
—Quieres volver al pasado?, antes de que todo se vaya al demonio?. —Expreso Alexander.
—Yo opinaria que mejor pasemos a saludar a nuestro antiguos conocidos y buscar un lugar para que el pequeño zodiark descanse sin tanto alboroto. —Yatma expreso con un suspiro y tranquilidad.
—Y de paso comemos ese especial platillo unico y divino que solo servian en aquel gremio. —Zeus expreso con un gesto de mucha hambre.
—Ush!, pensado en comida otra vez tu, arrecien bebiste ese nectar raro. —Comento Alexander caminando lentamente en aquel prado celestial.
—Hey tu lo dices porque no puedes comer nada. —Zeus expreso con una leve sonrisa.
—Ish!.. Con un gesto de no responderle a zeus deseos carnales. Mientras que yatma observa atras de ellos y al pequeño zodiark descansar en los hombros metálicos de alexander.
Asi fue donde aquellos mentores viajaban acompañando a nuestro protagonista hacia sus proximas aventuras, teniendo el destino marcado y sin saber lo que le esperaba.
¿Zodiark podrá recontrarse con su amiga?, ¿Que lo que sucedió con los mentores antes de convertirse en dioses? ¿Que paso cuando estaban entrenando y criando al pequeño zodiark?